N°29 / La technique Juillet 2016

Prologo para Ippolita “La Red es libre….

Tomás Ibañez Gracia

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De la misma forma en que el gran actor Lon Chaney fue apodado “el hombre de las mil caras” debido a su extraordinaria habilidad para cambiar de fisonomía, también podríamos hablar de “los mil rostros de la dominación” si consideramos la enorme plasticidad de sus manifestaciones. No es solo que, en cada instante de la historia, la dominación presenta siempre una conformación multifacética, sino que también resulta polimorfa y cambiante con el transcurso del tiempo. En la medida misma en que constituye un fenómeno socio-histórico, la dominación no cesa de modificar sus mecanismos, sus características, sus procedimientos y sus efectos en función de múltiples factores que van desde las propias resistencias que suscita, que le hacen frente, y que debe vencer, hasta aquellas innovaciones socio-técnicas que, tras ser inventadas, logran incrustarse en el tejido social, pasando por los eventos políticos que acontecen en el panorama social y que lo modifican de forma más o menos importante.

Afirmar que los dispositivos de dominación no están anclados en la pura repetición, sino que son dinámicos y cambiantes, implica que las luchas para subvertirlos también tienen que serlo, y que su efectividad dependerá, en gran medida,del acierto con el que sean capaces de afrontar, en cada momento histórico, las propiedades que definen a esos dispositivos en ese momento. De hecho, se trata de una exigencia que resulta ser una completa obviedad tan pronto como caemos en la cuenta de que las luchas contra los molinos de viento nunca han conseguido dañar al enemigo real.

Resulta evidente, por lo tanto, aunque nunca me cansaré de repetirlo de forma machacona, que, desde una postura política y socialmente antagonista, una de las tareas más importantes, más acuciantes, y que reviste incluso cierto carácter prioritario, consiste en acotar, en evidenciar, en diagnosticar, y en analizar, con el máximo rigor posible, las formas de la dominación contemporánea. Es precisamente esa tarea la que acomete Ippolita, y en ello radica el incuestionable interés del presente texto.

A nadie se escapa que interrogar las nuevas formas de la dominación pasa, hoy en día, por escrutar cuidadosamente las tecnologías digitales, porqué en tan solo unas pocas décadas estás se han convertido en uno de los elementos que condicionan de manera mas determinante la actual realidad social y el modo de vida contemporáneo.

No es solo que nuestra dependencia de esas tecnologías se va acrecentando día a día, sino que lo esta haciendo a un ritmo propiamente vertiginoso, al mismo tiempo que se va extendiendo a sectores de la realidad social cada vez más numerosos. Es innegable que nuestra vida cotidiana tropieza con innumerables dificultades si no estamos insertados, de alguna forma, en el prolífico universo de las tecnologías digitales. Es verdad que aun no es estrictamente obligatorio recurrir a ellas, pero es obvio que se hace cada vez más difícil vivir sin una tarjeta de crédito, sin un teléfono móvil, sin una cuenta de correo electrónico, o sin un dispositivo de enlace con la red, ya sea un ordenador, una tablet o un celular. Hoy, internet se ha constituido en un instrumento casi imprescindible para acceder a determinados servicios comerciales, o incluso sanitarios, y hasta para relacionarnos con la administración pública, y todo parece indicar que mañana la presión para recurrir a internet será prácticamente irresistible. Quizás pasado mañana la obligatoriedad de tener una conexión a internet tendrá la misma fuerza de ley que tiene hoy la obligatoriedad de disponer de un DNI.

Una de las razones por las que el uso de internet ha despertado tan pocas reticencias y se ha extendido con tanta rapidez radica en su indudable utilidad para acceder a determinados servicios y a múltiples recursos, incluidos recursos propios de la esfera del conocimiento, pero ocultando al mismo tiempo los costos acarreados por ese uso. Se trata de unos invisibles costos añadidos, que nada tienen que ver con con el costo y con el valor de las prestaciones recibidas, sino que gravan directamente el propio uso que hacemos de internet, y que solo pueden esquivar quienes estén suficientemente preparados informaticamente y concienciados políticamente.

Esos costos remiten a dos ámbitos que son distintos aunque están isnterelacionados, el ámbito económico, por una parte, y el ámbito del control social, por otra parte. En efecto, “pagamos” el uso de internet mediante el suministro gratuito, e involuntario, de informaciones que se transforman en sustanciales beneficios económicos, al mismo tiempo en que contribuimos a la función de control debido a la estricta imposibilidad en la que nos encontramos de no dejar huellas en cada paso que damos en el ciberespacio, salvo, repito, que estemos suficientemente preparados para caminar por la Red sin dejar rastros y sin regalar información.

Ahora bien, no solo son las personas las que dependen cada vez más de las tecnologías digitales, es el conjunto de la sociedad, tanto en lo que atañe a su tejido económico, como en lo que remite a la esfera de la política, o al campo de la educación, o al de la salud, o al sector de la ciencia y del conocimiento, o al propio dominio militar, por citar algunos campos entre los que no puede faltar, por supuesto, el referido a la comunicación. Cada uno de los ámbitos donde se manifiesta la dependencia de las tecnologías digitales merecería un análisis detallado, todos son extraordinariamente relevantes para ilustrar esa dependencia, aunque tres de ellos merecen, a mi entender, una especial atención.

Se trata, en primer lugar, del ámbito económico, puesto que las tecnologías digitales constituyen un vector de desarrollo económico cada vez más determinante, no solo por el extenso numero de actividades económicas (ya sea en el sector de la producción, en el de los servicios, en el financiero etc.) en las que intervienen, sino también por el impresionante volumen de los beneficios que esas tecnologías producen directamente a través de las enormes y lucrativas empresas especializadas en el sector de las Nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación (NTIC) que controlan su desarrollo y su comercialización. Como bien dice Ippolita el capitalismo ha podido “ experimentar en la casi total ausencia de reglas, un nuevo campo de desarrollo: la Red”, y, como también señala Ippolita, un aspecto nada menor de esa modalidad de capitalismo es su dimensión biopolítica, en la medida en que instrumentaliza con fines económicos la propia capacidad humana de comunicar.

En segundo lugar, aparece el ámbito militar, no solo por el papel que desempeñan esas tecnologías en las industrias armamentistas, o en el propio desarrollo de las operaciones bélicas, y en la vigilancia tanto del espacio nacional como de las actividades de los posibles enemigos, sino también porque el propio ciberespacio aparece como un escenario donde se ubican toda una serie de conflictos, de autenticas guerras, de importantes apuestas estratégicas, y de verdaderas carreras armamentistas (con el desarrollo, por ejemplo, de armas cibernéticas que pueden provocar, incluso , daños materiales, como ocurrió en el caso de las centrifugadoras nucleares iraníes).

Por fin, en tercer lugar, el ámbito de la seguridad. Se trata de un campo de actividades de una gran diversidad que ha crecido casi exponencialmente, y que da trabajo actualmente a miles de profesionales dedicados no solo a actividades de espionaje cibernético, sino también a elaborar armas cibernéticas, tanto ofensivas, en estrecha conexión con el ámbito militar, para dañar los sistemas informáticos de eventuales enemigos, como armas defensivas para protegerse de unos ciberataques tanto más temibles cuanto que la economía descansa cada vez más sobre unos pilares de tipo digital.

Es inútil insistir, por demasiado evidente, sobre el hecho de que las tecnologías digitales ya se han instalado como elementos de primerísimo orden en múltiples sectores del mundo contemporáneo, pero más allá de esa constatación también resulta necesario interrogar los mecanismos de poder que esas tecnologías ponen en obra.

“Sé libre dicen los nuevos poderes…”.
“El poder es tolerable solo con la condición de enmascarar una parte importante de sí mismo. Su éxito está en proporción directa con lo que logra esconder de sus mecanismos.”.

Estas citas nos indican que, mucho antes de la irrupción de la era digital, Michel Foucault ya señalaba dos importantes características del poder que definirían, más tarde, su modo de funcionamiento en la Red. En efecto, de la misma forma en que el poder halló recursos mucho más eficaces y productivos para su propia dinámica cuando penetró en los entresijos de la vida, en lugar de limitarse a administrar la muerte, y articuló de esa forma lo que Foucault denominaría un biopoder y una biopolítica, el poder también descubrió otros dos principios básicos. Por una parte, la mayor efectividad que representa el hecho de recurrir a la libertad antes que a la prohibición y a la represión, y, por otra parte, la ventaja que proporciona el hecho de que el poder avance enmascarado. Son precisamente esos dos principios fundamentales los que han quedado inscritos en el propio funcionamiento de la Red, como lo vamos a ver seguidamente.

La Red es libre, y tu eres libre de navegar por donde te apetece, Google aparece en tu pantalla tan pronto como lo llamas, revistiendo la inocente apariencia de un juguete, o de un instrumento, que se pone gratuitamente a tu disposición para que lo uses a tu antojo, es como un precioso regalo que nada te pide a cambio. Sin embargo, para garantizar su éxito Google tiene que avanzar enmascarado y debe disimular sus mecanismos. Por eso, lo que no te dicen es, en primer lugar, que el simple hecho de que uses el motor de navegación ya genera beneficios para su dueño, porque, claro, aunque no lo parezca Google tiene un dueño que amasa enormes fortunas gracias a la ingente cantidad de información que, sin querer, le proporcionas. En segundo lugar, lo que tampoco te dicen es que Google te necesita, tanto o más de lo que tu lo necesitas, porque sin ti, sin el uso que haces de ella, la Red, simplemente, no existiría. La Red solo se constituye, se mantiene, y se expande porque la usas, y se expande tanto más cuanto que más la usas. No lo dudes ni un segundo, la Red necesita, imperativamente, que la uses para poder existir.

En tercer lugar, lo que también callan es que la Red necesita imperiosamente tu libertad. Es tu propia libertad la que se convierte en el instrumento que, por una parte, legitima la imparcialidad de Google, y que, por otra parte, produce los resultados que Google necesita para hacer negocio, y para reforzar el poder normalizador de lo que se instituye como mayoritario. Tu libertad se utiliza para crear, entre otras cosas, los rankings de las páginas más visitadas, unos rankings que suscitan y que regulan los ingresos por publicidad, al mismo tiempo que contribuyen a moldear las preferencias de los usuarios.

Aparentemente, no se ejerce ninguna presión sobre el cibernauta, ninguna coerción, ningún dirigismo constriñe al ciudadano de la Red, sin embargo, la información que este proporciona permite trazar su perfil con la suficiente precisión para poder guiarlo hacia aquellos objetos que se corresponden con las preferencias propias de quienes presentan, aproximadamente, ese mismo perfil. No se le impone nada, pero se utilizan sus propias características, es decir las que sus propios actos han comunicado, para ofrecerle el mundo en el que se supone que mejor puede encajar. Ahora bien, no es el individuo quien construye ese mundo, paso a paso, como una obra zigzagueante y original, sino que se lo proporcionan, ya constituido, como si fuese un “prêt à porter” en el que solo tiene que amoldarse. Por supuesto, se trata de un mundo estándar, idéntico para todos los que se corresponden con su perfil. Tienes el sentimiento de que nadie te dirige porque una mano invisible te ofrece las cosas que se corresponden con tus preferencias, en base a las preferencias que ya has manifestado anteriormente. Eres libre, pero no te dejan descubrir y construir tu mundo, te lo dan ya hecho, siguiendo un patrón único para todos los que parecen ser como tu.

Esa aparente libertad, ese contexto aparentemente no autoritario, junto con el sentimiento de que lo que acontece en la Red cuando se la utiliza no obedece a ninguna voluntad ajena, sino que resulta exclusivamente de las acciones y de las elecciones que uno mismo realiza de forma autónoma, todo eso ayuda a que prospere la convicción de que la Red, no solo es libre, sino que constituye un clarísimo instrumento de libertad. Es fácil concluir a partir de ahí que la Red puede ser usada para desarrollar nuevas formas de democracia que ofrezcan mayores cuotas de libertad y de participación política. Se trata de la democracia digital, de la e-democracia, una democracia donde la facilidad con la cual se transmite información, la inmediatez con la que se consulta y se recaban opiniones, permiten prescindir de las situaciones presenciales, o hacer que estas solo sean esporádicas y excepcionales.

Sin embargo, pese a que se presenta como sustitutiva de unas formas democráticas trasnochadas y obsoletas pertenecientes a la era predigital, la e-democracia conserva íntegramente la lógica de la vieja democracia basada en el voto, en la representación, y en “la ley de las mayorías”. Véase, sino, ese flamante nuevo fenómeno político encarnado por “Podemos”. Esa nueva formación política se inscribe directamente en las coordenadas de una renovación democrática que tan solo renueva, en parte, el modus operandi formal de la democracia. No cabe duda de que lleva a cabo una renovación , pero se trata de una renovación puramente “procedural” que conserva los viejos contenidos sustantivos de la democracia parlamentaria.

“Podemos” necesita la Red porque por ella circulan los programas, los textos, las consultas que conforman su actividad interna, pero también la necesita porque esta le proporciona algunos de los elementos de la imagen que quiere ofrecer, y que supuestamente caracterizan las tecnologías digitales, tales como la modernidad, la horizontalidad, la autopoiesis, la libertad etc. Resulta, además, que esos elementos también connotan la imagen vehiculada por el fenómeno de las redes sociales y de los smartphones, con el que “Podemos” se encuentra íntimamente relacionado. “Podemos” debe mucho a las redes sociales, y, sin embargo, no duda en subvertir una de las características más interesantes de esa conectividad horizontal que caracteriza a las redes sociales. Es cierto que, por una parte, como muy bien lo explica Ippolita, las redes sociales constituyen una nueva institución total de tipo panóptico que moldea subrepticiamente nuestras subjetividades, pero, por  otra  parte,  también  tienen  la  capacidad  de  ayudar  a  la  constitución  de  procesos  auto organizativos, tal y como lo muestran recientes acontecimientos.

En efecto, diversos episodios de luchas en varios países han puesto de manifiesto estos últimos años que en las movilizaciones constituidas a partir de las redes sociales la ausencia de un centro de decisión de carácter permanente y de estructuras de encuadramiento preestablecidas, hace que el llamamiento inicial sirva de simple desencadenante, más que de instancia organizadora, y deje lo esencial de la movilización en manos de los propios participantes. Esa circunstancia espolea tanto la horizontalidad como la creatividad colectiva, y favorece el que la gente elabore, por sí misma y colectivamente, su propia agenda al margen de las consignas venidas de otro lugar que el de la propia movilización.

“Podemos” subvierte descaradamente ese aspecto positivo de las redes sociales, un aspecto que, sin embargo, se hallaba presente en el inicio de su propia constitución, puesto que esta se origina, por lo menos parcialmente, en el movimiento del 15 M. La ausencia de instancias centrales y de consignas lanzadas desde arriba ha quedado sustituida en la andadura de “Podemos” por el fuerte centralismo y por el carismático personalísimo de la cúpula dirigente.

En definitiva, como lo decía al principio, no cabe duda de que diagnosticar las nuevas formas de la dominación es del todo imprescindible y prioritario. Sin embargo, esa tarea no alcanza su finalidad, o su razón de ser, si no propicia, al mismo tiempo, la constitución de nuevas formas de resistencia y de lucha. El mérito de Ippolita radica, precisamente, en que, paralelamente a esa tarea dilucidadora, también proporciona algunos elementos para ayudar a construir esas luchas. De hecho, el texto que aquí nos ofrece se inscribe en la voluntad de promover prácticas de autodefensa y de autoformación digital, al mismo tiempo que formula algunas propuestas políticas de carácter más general. Esas propuestas abogan por el hacer múltiple en lugar del hacer mayoría, por crear redes de confianza en lugar de redes sociales, y por propiciar la proliferación de colectivos autónomos y diversos, susceptibles de intercambiar y de propagar sus experiencias creando eventuales sinergías. Unos colectivos que no deberían perseguir la meta de su propio crecimiento numérico, porque como muy bien lo apunta Ippolita, “más allá de cierta escala, ni la libertad ni la democracia son factibles”. No es que “lo pequeño sea hermoso”, es que lo grande se torna rápidamente demasiado pesado para poder ser gestionado con el requerido respecto hacia la libertad, y para ser sostenido sin generar efectos contraproducentes. Una reflexión, que, como dice Ippolita, “los entusiastas de los bienes comunes (commons)” deberían meditar, porque el problema radica en una cuestión de escala más que en una cuestión de propiedad.

Nuestro mundo ya es, en gran medida, un mundo dependiente de las tecnologías digitales, muy pronto ese mundo pasara a ser enteramente dependiente de ellas. Como ocurre con todas las tecnologías, sus efectos dependen, en parte, del tipo de uso que se hace de ellas, sin embargo, como también ocurre con todas las tecnologías, esta no son neutras, y parte de sus efectos provienen de su propia naturaleza. No cabe duda de que en este campo la lucha contra la dominación debe ser bifronte, porque exige que intentemos contrarrestar y subvertir los efectos de poder que se derivan de determinados usos de esas tecnologías, y, también, los que se desprenden de su propia naturaleza.

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