I. Introducción
Si se entiende a la Guerra Fría como un fenómeno más “acerca de ideas y creencias que cualquier otra cosa”1 y se acuerda su complejidad multifacética renovada constantemente por los hallazgos historiográficos y los aportes intelectuales de las distintas escuelas que la estudian, es posible coincidir en que se trató del enfrentamiento de dos proyectos totalizadores, holísticos, con una fuerte carga cultural e ideológica, que buscaban la contención mutua (Arne Westad ed., 2000; Ferguson y Koslowski, 2000; Gaddis, 2005; Hobsbawm, 2007).
Durante la Guerra Fría, las dos superpotencias aceptaron de una u otra forma el reparto territorial emanado de la Segunda Guerra Mundial en Europa y las zonas de influencia inmediatas a cada una de ellas, de forma que la disputa por la influencia mundial se manifestaría en los antiguos imperios coloniales y otras zonas del planeta como América Latina, donde las potencias hegemónicas seguían compitiendo estrechamente (Holden y Zolov ed., 2000; Hobsbawm, 2007).
Asimismo, la discusión ideológica más importante del siglo, también se vería reflejada a su manera en Latinoamérica. El mundo se acercó más que nuca a alcanzar un consenso: que sólo la democracia confiere legitimidad. Esto también significaba apartarse de los determinismos de los imperios, las ideologías impuestas y el uso arbitrario de la fuerza para sostener gobiernos autoritarios (Gaddis, 2005).
Esa lógica se reflejó en la región a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XX, sobre todo a raíz de la efervescencia causada por la revolución cubana que abrió nuevas perspectivas a los movimientos marxistas del continente, por lo menos hasta 1991, cuando se derrumba la Unión Soviética.
Sin embargo, este final de época (de siglo al decir de historiadores como Yuri Afanasiev o Eric Hobsbawm), tan poéticamente detallada por todos los autores que se han especializado en su estudio, no terminó en algunos países. En Bolivia continúo con fuerza —y no como fenómeno aislado y marginal— aún varias décadas después de que la Guerra Fría hubiera terminado oficialmente en el mundo. Eso sí, fuertemente condicionada por la emergencia de las particularidades del nacionalismo revolucionario y del complejo tejido social que caracteriza a ese país.
II. Metáforas del proyecto republicano y la izquierda tradicional boliviana
Antes de contextualizar la Guerra Fría en Bolivia, se debe recordar que hay tres hechos que marcarán simbólicamente la historia republicana en Bolivia, aún antes de que ocurra, y sin los cuales es difícil entender la construcción de su imaginario contemporáneo: la Guerra del Pacífico, la Guerra del Chaco y la Revolución Nacional2.
La crítica al proyecto oligárquico alumbrado en las postrimerías del siglo XIX se expresó durante las primeras décadas del siguiente cuando los primeros partidos de filiación marxista y trotskista comienzan a formarse y, sobre todo, con el desarrollo de un nacionalismo incipiente que obtuvo su mayoría de edad luego de la derrota boliviana en la Guerra del Chaco (1932-1935), que es un hito fundacional de reconocimiento imaginario entre bolivianos. (Mesa, 2007).
Precisamente, en 1935 se funda el Partido Obrero Revolucionario (POR) en Córdoba, Argentina, en una reunión de grupos de exilados de izquierda y bajo la influencia de José Aguirre Gainsborg (Lora, 1985) y, años después, el partido que encarnaría el proyecto republicano boliviano de mejor forma: el MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario), fundado el 7 de junio de 1942 (Céspedes, 1966).
El primer intento del MNR para llegar al poder comenzó con la organización del golpe de Estado que protagonizó Gualberto Villarroel el 20 de diciembre de 1943, régimen que derrocaría al régimen de la “rosca”, (oligarquía local), con influencia del fascismo y de los países que esgrimían discursos contra la lógica dicotómica de las superpotencias. Esta asonada militar tendría corta duración, pero sería el prólogo necesario para el triunfo de la Revolución Nacional de abril de 1952 (Zanata y Aguas, 2005; Mesa, 2007).
La Revolución dará origen a un régimen nacionalista que se destacó por la estatización de las minas, una reforma agraria y educativa y el voto universal. Sin embargo, a pesar de sus particularidades, la lógica de la Guerra Fría marcaría a fuego el devenir de este proceso político.
La relación ambivalente de Víctor Paz Estenssoro con la Argentina de Perón o con los EEUU a partir de 1954, serán a ojos de la izquierda tradicional, sobre todo del Partido Comunista Boliviano (PCB), fundado en 1950, y del POR, los principales argumentos con los que esgrimirán las acusaciones de traición a la “gesta de abril” con el que serían enrostrados los dirigentes nacionalistas (Lora, 1985).
La disociación ideológica con los movimientos populares, a partir de entonces, será una característica que no abandonará la izquierda en Bolivia incluso hasta mucho después de terminada la Guerra Fría.
Ahora bien, la interpretación que se hace de la Revolución Nacional en la izquierda tradicional boliviana mantendrá la lectura y la interpretación marxista del fenómeno sin muchos matices. Para el POR se trató de la traición al movimiento popular encarnado en la Central Obrera Boliviana y que, en otras circunstancias, hubiera permitido un “gobierno obrero campesino” introductorio a la dictadura del proletariado que, en clave trotskista, es considerada por este partido el destino de la lucha popular en Bolivia (Lora, 1985, 1995).
Por su parte, el PCB tendrá una visión ambivalente de la Revolución, presionado por el entorno internacional de la Guerra Fría; posteriormente la revolución cubana y la llegada al Che a Bolivia marcarán a fuego a su militancia y a la relación que establecerán con los movimientos populares nacionalistas (Soria Galvarro, 1996.
El golpe de estado del general René Barrientos de 1964 termina o, si se quiere, continúa de otra forma el proyecto modernizador y nacionalista de la Revolución Nacional. Barrientos es el artífice de un “Pacto Militar Campesino” (1964-1980) que le permitirá, por ejemplo, legitimar su gobierno mediante elecciones en las cuales fue respaldado mayoritariamente por los campesinos (Albó, 2008).
En la lógica dicotómica izquierda-derecha característica de la época, el nacionalismo boliviano al igual que en otros países de la región, también dio a luz corrientes adscritas a una u otra postura y que por momentos estuvieron duramente enfrentadas.
En ese marco nació la llamada “izquierda nacional” que deseaba rescatar las banderas democráticas y antiimperialistas de la Revolución Nacional, pero desde la corporación militar y al margen de los partidos tradicionales de izquierda. Dos de sus principales representantes, los Generales Alfredo Ovando y Juan José Torres, gobernarían sucesivamente de 1969 a 1971, años en que habría una nacionalización de los hidrocarburos y en que efímeramente se establecería una Asamblea Popular que propugnaba la consigna maximalista de cogobierno obrero campesino (Mesa, 2007).
Estos gobiernos resumían los temores que los EEUU tenían sobre la región luego de la revolución cubana y que se expresaría durante toda la década del ’60. Sin embargo, no sólo serían denostados por la derecha tradicional y lo que en lenguaje de entonces se denominada “imperialismo”, sino que también serían duramente criticados por la izquierda tradicional que consideraba que en Bolivia estaban dadas las “condiciones objetivas” para profundizar el proceso revolucionario hacia el socialismo. En ese sentido, la crítica no difería en lo sustancial de la argumentación esgrimida con posterioridad a 1952, y no se alejaría de la discusión holística sobre el destino de la sociedad que atravesaría con fuerza la segunda mitad del siglo XX hasta el derrumbe de la Unión Soviética, continuando tímidamente incluso hasta hoy.
Estas críticas será el empujón final para el golpe de Estado de Hugo Banzer en agosto de 1971, que pondría fin al experimento de la Asamblea Popular y que sería respaldado y financiado por los EEUU en una medida calcada de las que se extenderían por la región y que terminarían con las libertades civiles y políticas para evitar la expansión del socialismo en cualquiera de sus variantes (Sivak, 2001).
Son años también en los que se funda el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), partido de filiación marxista que transitaría posteriormente a la socialdemocracia y después al neoliberalismo hasta su desaparición el 2006. En 1971 también se funda el Partido Socialista (PS), inspirado por Marcelo Quiroga Santa Cruz, postulaba la marcha al socialismo y la toma del poder por un gobierno esencialmente obrero, en 1979 se dividió y su ala más fuerte, el PS-1, continuó hasta el asesinado de Quiroga Santa Cruz en la dictadura de 1980 (Mesa, 2007).
Estos movimientos, influenciados fuertemente por la revolución cubana, las guerrillas del Che Guevara y de Teoponte, tendrán una visión más matizada del nacionalismo boliviano y se reclamarán sus herederos criticando el “socialismo militar” de los presidentes Ovando y Torres, quienes también sufrirían la resistencia de la izquierda tradicional marxista.
A su manera, el marxismo y el guevarismo encarnados en la izquierda de la época e imbuidos de un sentido mesiánico y dicotómico de la política, contribuirían a dar inicio a la intermitencia de dictaduras militares.
La resistencia sindical y popular que permitió la derrota de estos regímenes de facto culminaría en 1982 con la reconquista de la democracia y el ascenso de la Unión Democrática Popular (UDP), coalición encabezada por Hernán Siles que representaba el nacionalismo de izquierda del MNR y que tenía en sus filas al MIR y al PCB. Será también el momento culminante de la relación ambivalente que tuvo el Partido Comunista con el poder, y la primera vez que accederá a él desde su fundación en 1950.
Sin embargo, en 1985 el desatino de algunas de las medidas del gobierno, junto al cerco sindical de la COB y la conspiración de la derecha que hizo ingobernable el proceso, condujo a una crisis económica sin precedentes, obligando a la reducción del mandato presidencial y a la convocatoria a elecciones anticipadas. Con ello fracasaría el más importante gobierno de izquierda democrática posterior al ‘52, y los movimientos sociales sufrirían una derrota que los marcaría durante década y media.
A tono con la época y el contexto internacional, el neoliberalismo aparecería como la única opción posible, por las condiciones de la economía y la radicalización a la derecha de la clase media, cierto, pero también porque su principal impulsor era Víctor Paz Estenssoro.
Desde la Revolución Nacional, el proyecto republicano había perdurado, de forma conflictiva en el nacionalismo de izquierda. En 1985, sin embargo, cambia de signo y, después de medio siglo, vuelve a aparecer en su versión oligárquica. El ciclo que se cerraba en Bolivia, coincidiría así con el que se cerraba en el mundo (Molina, 2006).
El neoliberalismo usa los siguientes quince años para desarmar el capitalismo de Estado montado hasta ese entonces, e intenta modificar el patrón de enriquecimiento rentista estableciendo reglas neoliberales para la economía. Al mismo tiempo, y aunque parezca paradójico, producirá reformas políticas democratizadoras, una de ellas, tendrá un gran valor simbólico: la elección del primer vicepresidente indígena durante el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada (1993-1997), el aimara Víctor Hugo Cárdenas (Albó, 2008).
A pesar de ello, el proyecto neoliberal no alcanza sus propósitos. Junto con el siglo, comienza una etapa de confrontación entre las clases trabajadoras y los gobiernos democráticos. Por primera vez en una década y media, desde que el fracaso del gobierno de la UDP silenciara a la vieja izquierda nacional, despiertan nuevamente los movimientos sociales. La Guerra Fría había terminado hace mucho pero nuevamente su lógica remozada continuaría siendo determinante para la cultura política boliviana.
Esta ola se explica en primer lugar por el estancamiento que la crisis económica provocó entre 1999 y 2002 y, al mismo tiempo, porque la economía de enclave mostraba todas sus limitaciones. La nostalgia de ese estado nacionalista —aquel pergeñado en el Chaco y expresado durante la Revolución Nacional—, y de las visiones dicotómicas y totalizadoras del mundo, se hizo evidente y encontró en el indígena cocalero Evo Morales su líder natural.
Simultáneamente, los intelectuales de izquierda de los más distintos cuños vieron estos acontecimientos como el síntoma y, al mismo tiempo, la causa del fin del modelo neoliberal. Así, junto con el levantamiento popular de principios de siglo surgió lo que llegó a denominarse años después la “nueva izquierda” boliviana.
III. El horizonte intelectual democrático y la “nueva izquierda” boliviana
Ahora bien, desde el fin de la Guerra Fría, el horizonte intelectual boliviano fue atravesado por el debate sobre la democracia y la calidad y profundidad de ésta3. Incluso durante estos últimos años en que comienza a entrar en crisis ciertos aspectos ligados a la representación, la discusión se planteó alrededor de la democracia como ideal político universal (Giddens, 2000; Dahrendorf y Polito, 2003; Pasquino, 1999), diferenciándose sustancialmente de los años en los cuáles el discurso dicotómico se expresaba a nivel nacional e internacional y la democracia podía ser supeditada a lo que EEUU consideraba “bienes superiores” que podían ser sacrificados en función de la coyuntura política (Knight, 2005).
En ese sentido, si en los años ‘60 el tema central del debate político intelectual en América del Sur fue la revolución, siempre en la lógica de la Guerra Fría, en los años ‘80 fue la democracia. Esa perspectiva nace de la experiencia autoritaria de los años ‘70: violencia sistemática y un orden pragmáticamente autoritario y excluyente (Lechner, 2009).
Bolivia y Latinoamérica en su conjunto se insertan en este contexto: su posterior adhesión a la democracia continúa la tradición republicana que arranca de su propia constitución.
Los partidos políticos bolivianos que se expresaban de una u otra forma bajo la lógica de la Guerra Fría durante la segunda mitad del siglo XX y que se definían en función a su posición respecto a la revolución y el nacionalismo, debían transformar su legitimidad política más allá de los proyectos holísticos y mesiánicos que encarnaron en su momento el mundo bipolar del siglo xx o desaparecer en la profunda crisis del sistema de partidos que se iniciará en el año 2000 y que redibujará el mapa político boliviano.
La “nueva izquierda” boliviana, puede definirse como un archipiélago de grupos unificados por objetivos y actitudes comunes, se diferencia de la izquierda tradicional por su mayor flexibilidad organizativa, política e ideológica, por su aprendizaje de las múltiples derrotas sufridas a lo largo del siglo XX y, claro está, por la conciencia de la nueva situación política inaugurada con el fin de la Guerra Fría y del socialismo real (Molina, 2006, 2010).
A su vez, significa el entronque de los movimientos marxistas con el indigenismo (Albó, 2008; Escóbar, 2006; Stefanoni, 2011), tradiciones que hasta ese momento habían estado enfrentadas. Ahora se desplazaba la vanguardia del proceso, del proletariado y la clase media, a los movimientos indígenas y campesinos, lo cual también es una transformación en relación a los postulados tradicionales del marxismo y un acercamiento a las posturas nacionalistas bolivianas que surgieron a partir de la Revolución Nacional.
La “nueva izquierda” boliviana que se pliega al indigenismo se articuló en relación al Movimiento al Socialismo (MAS), el instrumento político que desarrolla Evo Morales desde el sindicalismo y que denomina “Estado Mayor del Pueblo”.
Es importante mencionar que la “nueva izquierda” incluye además a organizaciones no gubernamentales e intelectuales de diverso origen, entre los cuales se distinguían, por la extensión de su obra y su influencia en la opinión pública, los reunidos en el grupo marxista denominado Comuna4, de Álvaro García Linera5, el intelectual que resume el entronque de la izquierda marxista con el indigenismo emergente. El corolario de este proceso fue su elección como Vicepresidente de la formula que obtuvo mayoría absoluta en las elecciones de diciembre de 2005.
En ese marco, son innegables los lazos que el Gobierno de Morales establece con los tres hitos simbólicos de la historia boliviana mencionados anteriormente: la Guerra del Pacífico, la Guerra del Chaco y la Revolución Nacional. Inserta el tema marítimo en el centro de su discurso y, desea —como todo político boliviano que se precie— intervenir en la larguísima posguerra que involucra a ambos países. Por otro lado, nacionaliza los hidrocarburos con el decreto supremo “Héroes del Chaco” apelando a la “memoria nacionalista” de las FFAA que defendieron los hidrocarburos en esa contienda (Mayorga, 2009). Finalmente, sus vínculos con la Revolución del ‘52 se expresan, sobre todo, en el proceso de inclusión campesina e indígena, las reformas estatales y la presencia del Estado en el proceso político.
El nacionalismo se indianiza al mismo tiempo que los indígenas se nacionalizan, y los quiebres efectivos del gobierno de Morales conviven con sorprendentes continuidades relacionadas con la historia larga de Bolivia. De forma que emerge: “un nuevo nacionalismo del siglo XXI, de matriz plebeya, sustentado en la tradición sindicalista del mundo popular boliviano y que se erige en una serie de imaginarios étnicos que fueron variando tanto entre los dominantes como entre los subalternos (Stefanoni, 2011).
IV. La “nueva izquierda” y el mantenimiento de la lógica de la Guerra Fría
Ahora bien, subsiste un discurso “refundacional” en el gobierno de Evo Morales, también una lógica dicotómica, heredera de la Guerra Fría, que se expresa en un lenguaje que hace referencia a lo hegemónico vs. lo subalterno, al imperialismo vs. la nación, al capitalismo vs. el socialismo, etc., y en el cual se identifica al imperialismo y los EEUU como un “conspirador” que se enfrenta al “proyecto liberador”. Las continuidades y rupturas entre este discurso maniqueo y el proceso político nacionalista, así como la forma en que el primero afecta al segundo, son parte de un proceso que aún no está concluido y sobre el que todavía no se puede vislumbrar con claridad el desenlace.
Por ejemplo, recientemente el gobierno boliviano identificó a seis instituciones norteamericanas como las que habría actuado bajo “diversos denominativos de promoción social o democrática, pero que en los hechos realizaron actos de abierta injerencia en la política interna, en los últimos 25 años”6. En efecto, basándose en una recopilación de los documentos del Departamento de Estado, publicados por Wikileaks, el gobierno de Morales señala que: “…En Bolivia se utilizaron la acción cívica departamental, la propaganda y el control mediático, el control de la población y de los políticos tradicionales para incrustarse en el Gobierno nacional, el sistema judicial, la Universidad, sindicatos, partidos políticos e iglesias”7.
Entre las instituciones estadounidenses denunciadas por el gobierno boliviano están la Fundación Nacional para la Democracia (National Endowment for Democracy, NED); el Instituto Democrático Nacional (National Democratic Institute, NDI); la Oficina de Iniciativas Transitorias (Ofice of Transition Initiatives, OTI); la Oficina de Lucha contra las Drogas (Drug Enforcement Administration, DEA); la Agencia Central de Inteligencia (Central Intelligence Agency, CIA); y la Agencia para el Desarrollo Internacional (United States Agency for International Development, USAID).
En otro orden de cosas, hay que destacar un cambio en la matriz de relacionamiento internacional de Bolivia durante el gobierno de Evo Morales, lo que se ha cristalizado en el distanciamiento de los EEUU, país con el cual durante gran parte del siglo XX compartía la lógica de la Guerra Fría, y estrecha cooperación con Cuba y Venezuela en seguridad y defensa; además, por supuesto, de la presencia venezolana en otras áreas como la educación, la salud, las inversiones, además de la cooperación económica general y la participación en el sistema financiero y mediático (Alda, 2010).
Es significativo para las FFAA, la inclusión en su lema "Subordinación y Constancia. Viva Bolivia", de la arenga castrista-guevarista "Patria o muerte, venceremos". También el reconocimiento como bandera de la wiphala y el reconocimiento como símbolo patrio de la flor de patujú (sancionados en la Constitución8 y reglamentado por decreto el 6 de agosto de 2009).
Sin embargo, a pesar de todo ello, es importante tener en cuenta que las FFAA no esgrimen una retórica de “unidad bolivariana” o “socialismo del siglo XXI” de forma homogénea, lo cual podría implicar que la relación entre las FFAA y Cuba o Venezuela es más bien instrumental antes que de complicidad ideológica.
V. La democracia según la “nueva izquierda” boliviana
En el discurso de Evo Morales no hay referencias explícitas a su posición respecto a la democracia pero puede rastrearse la lógica de la Guerra Fría mencionada más arriba. Se puede ver en sus intervenciones que la democracia ha sido usada por los ricos, las transnacionales y el imperialismo para manejar a los pobres y alejarlos de sus verdaderos objetivos. La democracia no habría beneficiado al pueblo: habría permitido que una casta oligárquica maneje los asuntos públicos en su beneficio y en el de las empresas extranjeras, por tanto sería necesario acumular el poder en manos de los dirigentes auténticos del pueblo y usarlo para el cambio anti-neoliberal (Morales, 2009).
Por otra parte, en la década del ‘90, Álvaro García Linera, cuando todavía no formaba parte del MAS y no había sido elegido candidato a la Vicepresidencia, era mucho más radical que ahora y expresó sus críticas a la democracia en una abundante obra bibliográfica publicada en colaboración con Comuna. Para este grupo un gobierno popular, capaz de reorganizar la economía y repartir equitativamente los bienes nacionales, pese a no respetar los procedimientos representativos también podría considerarse una expresión de verdadera democracia. Dice García Linera: “Puede haber gobiernos democráticos sin necesidad de régimen electoral, en la medida en que se amplían las prerrogativas públicas de las personas, como el caso del gobierno [del General Juan José] Torres”.9
Esta concepción, al atribuir a la democracia el objetivo de producir una sociedad igualitaria e incluso al sugerir que se pueden clausurar ciertas instituciones liberales en procura de un bien mayor, muestra una concepción antiliberal e instrumental de la democracia y, nuevamente, encontramos trazos de la crítica tradicional marxista a los regímenes democrático-liberales.
Para García Linera, el ejercicio de la libertad debe estar orientado a lograr la igualdad. Por tanto, no debe detenerse en los “derechos”, es decir, en aquellas libertades que están reconocidas legalmente. En lugar de eso, deben “experimentarse” otras libertades lejos del “centro político del Estado y las rutinas políticas de las elecciones, la administración estatal y el ejecutivo…”, en los “bordes de la política” (Tapia, 2002; Prada, 2002).
En esta etapa, previa a su elección como Vicepresidente, García Linera instrumentaliza el concepto de democracia, lo asocia y reduce al liberalismo y sostiene que no es el gobierno del pueblo, porque en ella la soberanía no puede ser ejercida por el pueblo sino a través de sus representantes. La representación democrática sería monopolio, violencia y dominación (Gutiérrez, 2001).
La discusión colectiva es una mejor alternativa para tomar posición sobre lo público que la elección por voto individual y secreto. “[Se debe] revertir la representación que sustituye, delega y, en fin, excluye, por procesos de creciente y extensa autorepresentación…” (Tapia, 1999).
En ese entonces, tanto Comuna como el MAS consideraban que la única forma de lograr que la democracia fuera una vía hacia la igualdad consistía en prescindir de la representación y de las instituciones de mediación. En suma, para algunos autores nos situamos frente a un tipo de democracia distinta e incluso enfrentada a la concepción liberal clásica.
VI. Inflexiones y conclusiones
Ahora bien, hay que reiterar que estas ideas dicotómicas, herederas de la lógica de la Guerra Fría, han sufrido una inflexión desde el momento en el que el MAS, con el apoyo de Comuna y la candidatura de García Linera a la Vicepresidencia, triunfan en las elecciones de diciembre de 2005: “No se debe olvidar que incluso la revolución de 1952, para realizarse, previamente contó con la legitimación electoral victoriosa de un programa de cambios estructurales reivindicado por el MNR en las elecciones de 1951, y los que desechan la vía electoral como un medio de acumulación política a nombre de una salida insurreccional, nunca han pasado del griterío verbal para la efectivización de tal insurrección.”10
No es posible negar que la visión que tienen Morales y García Linera sobre la democracia, ha sufrido modificaciones que expresan claramente un pensamiento emparentado con el discurso pos Guerra Fría hegemónico en el siglo XXI. Ahora se trata de una plataforma de realizaciones políticas de las conquistas sociales y la única vía que admite es electoral, lo cual está lejos de la versión que rechaza la representación porque negaría el ejercicio de la soberanía al pueblo que él mismo proponía años atrás.
Y esta transformación obedece por supuesto a las responsabilidades que conlleva gobernar y que son muy distintas a las de la crítica política e intelectual. Asimismo, a que la democracia representativa es funcional al proceso político de transformación estatal que protagoniza y por tanto sería una “conversión sin fe” (Molina, 2007) que aún mantiene la lógica dicotómica y totalizadora de dos sistemas enfrentados. Además, la continuidad de la lógica de la Guerra Fría en el gobierno boliviano, tendría características distintivas porque se recrea desde el ejercicio efectivo de un gobierno democráticamente electo, y por su adscripción a la democracia como sistema político.
En cierta medida, también se podría arriesgar que Morales y García Linera han terminado por asumir tímida y formalmente que la democracia es el ideal político en nuestros días, y que cualquier competencia seria que pudiera tener en la lógica bipolar de la segunda mitad del siglo XX ha sido superada por los acontecimientos.
1 Arne Westad, Odd (ed.): Reviewing the Cold War, Cambridge Univ. Press, 2005, “Introduction”, pp. 1.
2 Para efectos de este trabajo, haremos referencia únicamete a los dos últimos.
3 La discusión sobre la democracia es de muy antigua data en la ciencia política. Tomamos acá el concepto de “democracias realmente existentes” de Philippe Schmitter: regímenes que se piensan a sí mismos como democráticos, son reconocidos así por sus pares y que cumplen con los requisitos de lo que Robert Dahl describió como poliarquías: fuentes alternativas de información al alcance de la mano, libertad de asociación y organización y elecciones periódicas libres y justas, entre otras. Cfr. Philippe C. Schmitter, Twenty-Five Years, Fifteen Findings, The Johns Hopkins University Press, Journal of Democracy, Volume 21, January 2010.
4 El grupo Comuna estaba compuesto por Álvaro García Linera, Luis Tapia, Raquel Gutiérrez, Raúl Prada y Félix Patzi. A lo largo de la década del 90 publicaron una serie de libros entre los que destacan El retorno de la Bolivia plebeya; Democratizaciones plebeyas; Teoría política boliviana; Horizontes y límites del Estado y el poder; El fantasma insomne. Pensando el presente desde el Manifiesto Comunista, entre otros.
5 García Linera, un cochabambino de formación marxista, en la década del ‘80 formó con Felipe Quispe (un importante líder indígena) el Ejército Guerrillero Tupac Katari (EGTK) por lo que pasó cinco años en la cárcel para luego convertirse en profesor universitario y en un conocido comentarista político de TV, lo que fue la plataforma para consolidar su carrera política hasta llegar a la Vicepresidencia de la República.
6 Informe de la Secretaría General de la Vicepresidencia del Estado en Bolivia Informa del 11 de julio de 2011.
7 Ob. Cit.
8 El artículo 6 de la nueva CPE señala que "Los símbolos del Estado son la bandera tricolor rojo, amarillo y verde, el himno nacional; el escudo de armas; la Wiphala; la Escarapela; la flor de la Kantuta y la flor del Patujú".
9 VV.AA., Pluriverso. Teoría política boliviana, La Paz, Muela del Diablo Editores, 2001.
10 Horizontes y límites del Estado y el poder. 2005.
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