N°29 / La technique Juillet 2016

La corrupción política por la “dádiva” (coima)

Angel Rodriguez Kauth

Résumé

Con este artículo intentaré describir como en las estructuras partidarias liberales se estimula y alienta la corrupción de los militantes políticos mediante la compra de las voluntades con cargos y empleos que limitan las posibilidades de expresar opiniones contrarias a quienes detentan el poder. Este fenómeno también se produce -con distintas características- bajo las dictaduras militares de derecha que han asolado y han transitado como aves voraces por “nuestra” América (Martí, 1891).

With this article I will try to describe as the liberal party structures is stimulated and encouraged the corruption of political activists by buying wills with positions and jobs that limit the possibilities to express opinions contrary to those in power. This phenomenon, with different characteristics- also occurs under the right-wing military dictatorships that have plagued and have traveled as voracious birds "our" America (Martí, 1891).

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Introduccion

Intentaré revisar al autoritarismo de Estado y partidario a través del proceso de cosificación de los militantes. A la vez que se reseñará como se ven afectadas las dimensiones psicológicas y de participación social, a la par que se provocan los fenómenos de extrañamiento y de alienación social.

En nuestras particulares situaciones que se viven en el subcontinente se ha propuesto -en un típico giro gatopardista (Lampedusa, 1958)- que las jóvenes democracias de “nuestra” América modifiquen las estrategias tradicionales de corrupción. Para ello una estrategia utilizada es que ellas sean reemplazadas por otras que simulan ser de participación y movilización activa para que, de tal modo, se puedan robustecer loa procesos de democratizaciones que hemos estado viviendo en la región, a partir que se alcance tomar conciencia del valor del protagonismo popular.

Acudiendo directamente a la dádiva, hemos encontrado que ya en la Biblia la “dádiva” era considerada una forma de soborno, agregando más adelante que la “dádiva en secreto calma el furor”. En Argentina dádiva es sinónimo de coima o de -en lunfardo de “tragada”-. Por esta razón los militantes políticos o los funcionarios que han sido “tocados” por la varita mágica de la dádiva, mientras la reciban, no han de molestar a las estructuras burocráticas partidarias con reclamos personales, doctrinarios, ideológicos o gremiales. Es decir, no van a efectuar críticas a la función de gobierno del Partido político que los nombró en un cargo y les da de comer.

De esta manera cuando un afiliado -o simpatizante- empieza a protestar por alguna conducta partidaria que le parece salida del cauce ideológico, la partidocracia liberal que tiene el dominio sobre la estructura partidaria, rápidamente acalla sus gemidos y quejas dándole un cargo público, con 1o cual el protestón se tranquiliza y queda conforme y satisfecho en sus demandas; se ha conformado con ser “coimeado” sin tener oportunidad para ejercer la protesta y/o la crítica.

La teoría de la davida

Este fenómeno que venimos de relatar coincide plenamente con la metodología de las partidocracias burocráticas liberales contemporáneas, las que aquejan por doquier dentro de las estructuras políticas de “nuestra” américa, en el decir de José Martí. Espero que no se vayan a interpretar estos dichos como una reivindicación de las dictaduras cívico-militares-clericales de la derecha autoritaria que supieron -y saben a través de engendros políticos como es el PRO en Argentina- enquistarse en los poderes políticos. Para ellas el fenómeno de la dádiva, o de la coima, también es una realidad, tanto en cuanto hace a recibirla o a darla.

En otras épocas -por suerte superadas- cuando un miembro del partido militar se ponía levantisco rápidamente se lo acallaba asignándolos a una embajada, o con un cargo en el directorio de alguna empresa estatal, o se hacía un "enroque" con alguna asesoría en una empresa privada multinacional que deseaba mantener buenas relaciones con los órganos de gobierno administrativo para tener mejor acceso a la institución de la “coima”. De manera que téngase presente que de ningún modo pretendo justificar, amparar -a aquellos sistemas de gobierno dictatoriales a los cuales repudio- en perjuicio de otro sistema de gobierno al que fervientemente deseo y que protejo, cual es el sistema democrático y republicano de vida y de gobierno.

Precisamente porque tenemos la intención de proteger, mejorar y hacer crecer este sistema es que preferimos dedicarnos a criticar sus “partes malas” las cuales, en definitiva, atentan contra la propia estabilidad del sistema. La desestabilización de los sistemas democráticos no hay que buscarlas solamente afuera de e1los, sino que con sus contradicciones se encuentra la fuente fundamental de la desestabilización. ¡Ojo! Con esto no pretendo negar la influencia de los actores externos, que los hay y son muchos y del más variado pelaje. Por tal motivo entendemos que aquellas contradicciones deben ser reconocidas y analizadas para poder superarlas en un conjunto de síntesis integradoras de un mayor y mejor nivel del manejo político y administrativo.

Gracias al uso y aplicación casi cotidiana que se hace de la “teoría de la dádiva” es que se llena la administración pública de personajes vagos, inútiles e irresponsables. No importa cuán capaz puede ser un individuo para desempeñar un cargo, sino que lo que importa es darle una posición en la estructura de gobierno para tenerlo conforme, ya sea con un sueldo o ya sea con una posición de poder relativo que lo haga sentir importante. De esa manera se logra no sólo el acallamiento de las críticas internas a las gestiones de gobierno y/o partidarias, sino que se los puede meter en una misma bolsa y hacerlos cómplices del silenciamiento de las eventuales críticas y denuncias que se realicen de posibles actos administrativos aberrantes -o, por lo menos- que son no compatibles con un uso saludable del ejercicio del poder.

También a través de esta metodología de meter en una misma bolsa se alcanza e1 objetivo de la desmovilización de las bases electorales que les han permitido alcanzar el poder a las estructuras partidarias y solamente se “moviliza” a los militantes para hacer número en los actos partidarios programados por el gobierno en aras de sus intereses particulares. Esta metodología política liberal no sólo nos debe preocupar como militantes políticos sino que fundamentalmente nos preocupa como hombres comprometidos con un proyecto político trascendente que apunte no únicamente a las mejores condiciones de vida de nuestros contemporáneos -y de las generaciones futuras-, sino que nos interesan los medios a través de los cuales se alcance ese objetivo.

Evidentemente que el mecanismo que venimos someramente de presentar -y criticar- comete la torpeza de jugar con las necesidades más primarias de los individuos como son las alimenticias y las de seguridad sanitaria. Este juego no sólo es inmoral por sí mismo sino que entraña e1 enorme riesgo con la casi absoluta de certeza, como lo demuestra la experiencia histórica, de provocar la corrupción no solamente de quienes son pacientes aquiescentes del proceso, sino también de quienes lo organizan. A partir de la aplicación de esta metodología está implícita una concepción reificadora del hombre por el cual éste no es más que una cosa. Cosa esta última que en la concepción maquiavélica del bonapartismo se sintetizaba en que “cada hombre tiene su precio, sólo hace falta saber cuál es”. Sin dudas es la peor representación del ser humano, pero que es conocida y utilizada por los políticos enquistados en cargos gubernamentales o partidarios.

Es verdad, sabemos que la “necesidad tiene cara de hereje”, pero eso no es causal como para que quienes detentan el poder político lo usen a partir del conocimiento que los hombres tienen necesidades urgentes que satisfacer y, entonces, se los comienza por apretar políticamente a través de esas necesidades. El modelo psicológico sobre el que opera esta metodología es el de la recompensa, el castigo y el de la anticipación del castigo por la pérdida de recompensas, si es que no se cumple con lo que espera quien distribuye las gratificaciones. Es un modelo éticamente sólo utilizable con ratas de laboratorio pero que no justifica en modo alguno que sea utilizado con los humanos.

La cosification del hombre

Este proceso de cosificación -o de reificación, como originalmente lo llamó Marx (1867) y que más tarde lo ampliara G. Lukacs en 1923- es un proceso propio de los estadios propios de la protohistoria de las sociedades industrializadas modernas.

Al escribir sobre esto es obligatorio referirse a la alienación, la cual según Marx (1844) resulta ser -en los individuos- la pérdida del conocimiento de sí mismo y su trasmutación en un objeto, el cual es considerado como una mercancía más que en última instancia es nada menos que su subjetividad. Obvio es que esto lo sufren los trabajadores asalariados bajo el capitalismo y así lo afirma de manera concluyente a decir: “En su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega... no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo, arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo, fuera de sí”.

Sin embargo, en la actualidad la teoría de la alienación no se ha preocupado del fenómeno descripto en e l párrafo anterior. Esto es, a partir de una hipótesis ideológica, debido a que en los países de la centralidad se salta ininterrumpidamente de los análisis de la cosificación que han producido los autoritarismos de derecha -o por los estalinianos- al análisis de la reificación de la sociedad postindustrial contemporánea donde lo que manda es el mercado (Rodriguez Kauth y Falcón, 2003), en la que el consumismo es el vicio alienante por excelencia tal como hace más de una centuria lo reflejaba Veblen (1899) haciendo referencia a la opulencia y al ocio de las clases más privilegiadas de la sociedad del fin del siglo decimonónico. El consumismo es el que hace perder las dimensiones del Yo y del sí mismo en un proceso de despersonalización constante. En consecuencia, el trabajador “viene a ser esclavo de su necesidad tanto como de las necesidades del prójimo. Todo el poder ejercido por cada individuo sobre la actividad de los demás proviene de su posesión de los valores de cambio, del dinero, mediador de poder social.” Carpintero (2013).

Con lo anterior me estoy refiriendo a una realidad que en los pueblos endeudados -del que hace más de 30 años le llamaban “del Tercer Mundo”- y que en la actualidad son una realidad cotidiana que se vive en la mayoría de los pueblos del mundo. EI autoritarismo de Estado, como así también el partidario, se expresan aún en los que pretender ser los regímenes más democráticos, esto lo realizan bajo la metodología del “amordazamiento” de las personas por temor a la pérdida de las recompensas que siempre fueron meramente simbólicas. Y, la recompensa principal, es la de mantener el trabajo sin temor a perderlo por expresarse diferente a lo que ordenan los poderes hegemónicos. A todo esto, lo que es peor aún, ni siquiera -en su intimidad- se atreve a poder pensar diferente a lo establecido como si se temiera que desde algún lugar alguien podría estar espiándolo, como si fuera un “Gran Hermano” que todo lo que sucede bajo su ejido lo ve y lo controla (Orwell, 1949).

Es preciso tener cuidado, es necesario advertir que cuando hablamos de situación cosificante o cuando planteamos que al individuo se lo puede cosificar, en realidad lo estamos haciendo sobre la base de un pensamiento poco conocido, como lo fue el del psiquiatra y neurólogo español Carlos Castilla del Pino (1970). Este autor afirma que el hombre nunca podrá llegar a ser, ni aún en las situaciones de mayor degradación esc1avista, una “cosa”, sino que siempre será una “casi cosa”, que atraviesa por una situación que resulta ser “casi cosificante”. Esto ocurre debido a que el ser humano siempre va a guardar la posibilidad de reflexionar -aún en la oscuridad de su soledad- sobre los riesgos de la pérdida de su libertad, pérdida a la que fue arrastrado por situaciones coyunturales por las que se encontraba y a las que ha sido conducido por los artífices del poder que han pretendido cosificarlo.

Este concepto es necesario tenerlo presente, porqué es el que precisamente nos va a permitir visualizar la fórmula de salida del intríngulis al que nos han arrojado los mandamases de turno. Así es que desde que se puso en funcionamiento la legislación del voto universal y secreto, los hombres tienen una herramienta poderosa e incontrolable: cuál es la del voto. Desde 1916 en adelante, y más particularmente desde 1946, en la Argentina el pueblo aprendió que tiene esa herramienta de modificación de la realidad política y que en el cuarto obscuro el individuo es el soberano y no hay poder coactivo para presionarlo ni sojuzgarlo. Si bien es cierto preferimos manejarnos con el concepto de “casi cosa” al de hombre “cosa”, por las razones que ofrece Castilla del Pino rescatadas a su vez del Hombre Unidimensional”, de H. Marcuse (1984), a los que brevemente hemos intentado sintetizar en los renglones anteriores.

Sin embargo, es preciso hacer nuevamente otra llamada de atención acerca del valor del voto. Este solamente servirá como herramienta política si es que el electorado no es tratado como una “cosa” durante las campañas electorales por los candidatos y sus aparatos de campaña. Suele ocurrir que en más de una oportunidad los electores son manipulados por la propaganda como si fuesen títeres. Tal es el caso de lo sucedido con de los triunfos de varios partidos neoliberales en “nuestra” América y, en el caso argentino sucedió lo impredecible con el logro alcanzado por una agrupación de derecha, el PRO. Una derecha que nunca durante los últimos 110 años tuvo la posibilidad gobernar al país si no era a través de golpes militares que destituían a gobiernos nacionales y populares.

La propaganda política -entre sus múltiples variedades: televisiva, radiofónica y de periódicos- en Argentina presentó una doble faceta. Una de ellas fue atendiendo las demandas del electorado a través de tirar “carne podrida” y ofreciendo por los canales de televisión -los que apoyaban a los candidatos del PRO- programas “idiotizantes”, como almorzando con una vieja, bailando con un tipo -de alto rating- o asistiendo a programas de preguntas (tontas) y respuestas donde se ridiculiza a los participantes. Esa programación en nada facilita la posibilidad de pensar por parte del pueblo, se lo ha tomado como una “cosa”, pero que consume aquellos programas. Ganaron. La segunda también tiró “carne podrida”, pero ofrecía a los televidentes programas que hacían mover las células grises, no lo trataron como una “cosa”. Fue el gobernante Frente Para la Victoria. Perdieron.

Saliendo de la coyuntura electoral argentina de 2015 y retomando el tema de la cosificación, debemos destacar que existen niveles de profundidad en aquella “casi cosa” que hace que, en algunas oportunidades, el “casi cosa” esté muy cercano de ser absolutamente una “cosa”. Ocurre en el caso de que el hombre sepa que está siendo utilizado para acallarlo, a partir de la utilización bastarda de sus necesidades básicas entonces, ya vimos, que las personas tienen la oportunidad de reflexionar sobre la dialéctica de su situación como persona y pueden utilizar algunos instrumentos, como los electorales, para romper las cadenas que los tienen sojuzgados, sin necesidad de sacrificar la satisfacción de sus necesidades básicas.

Se podrá argumentar, desde una posición academicista y cómoda de sillón, que esta forma de resolver el estado alienante es realizarlo de una manera hipócrita (Rodriguez Kauth, 2012) la cual, en definitiva, termina por ser una forma de alienación, por qué no le hace jugar al hombre su papel revolucionario o de modificador de la realidad a cara descubierta. Digo que ésta es una crítica de una intelectualidad cómoda debido a que entiendo que la ética no se hace desde una perspectiva de elucubración y retórica verbal, que es muy fácil exponer y proclamar, cuando no se atraviesa por angustias económicas, sino que la ética es fundamentalmente una respuesta a la realidad de vida que define nuestras conductas y convicciones.

Mal se puede pedir a un trabajador asalariado que piense con la ética elitista de quienes tienen un buen pasar económico y se pueden dar el lujo de renunciar a posiciones sociales o a ingresos económicos superfluos. El hombre que necesita del puesto para mal subsistir lo hace no solamente con un criterio egoísta personal, sino que también lo hace pensando en una familia que mantener y a la cual hay que brindarle educación, salud, vestimenta y una vivienda digna, como elementos materiales de sustentación de una vida que pueda considerarse más o menos digna. Este hombre prefiere ser una “casi cosa”, a cambio de la satisfacción de esas necesidades primarias y sociales. Es claro, también existen de los otros, aquellos que prefieren hacer el ejercicio de des-cosificarse y no aceptan las reglas del juego impuestas por los aparatos partidarios enquistados en el poder del Estado.

Estos son los “hombres nuevos”, los mismos que pretendiera lograr hace más de 50 años el Che Guevara (1967). Aprendamos de ellos, aunque no pretendamos que todos los hombres usen esa metodología de ser hombres nuevos, porque a veces la realidad se impone y no hay más remedio que agachar la cabeza v prestarse al juego alienante, aunque, eso sí, nos podemos reservar espacios para continuar luchando por nuestra dignidad total -no ya solamente material- como hombres libres; y uno de los mecanismos sustanciales que se tienen para esa liberación es e] voto secreto y universal.

Vuelvo a repetir, es muy fácil hacer una crítica moralista -o de moralina barata- a los hombres “casi cosa” que no se sublevan. Es muy fácil hacerlo, cuando se tienen oportunidades económicas u ocasiones de poderío en otros ámbitos o estructuras. El autor puede dar cuenta de ello con su experiencia, cuando se dio el gusto, en la única oportunidad que tuvo de ser por algunos meses funcionario público, de transformar la dádiva que se le había encajado para dejarlo conforme en un puesto público y devolviéndoles el cargo a sus autoridades partidarias y de gobierno. Lo que en ese momento hice no es de modo alguno ejemplificador para los miles de asalariados que no lo han hecho v no pueden hacerlo. Personalmente en esos momentos pasaba por una holgada situación económica que me permitía tomar esa respuesta de conducta en apariencia heroica frente a una política del gobierno provincial que no compartía. Pero en modo alguno esa conducta fue heroica porque el heroísmo supone sacrificio de valores o bienes y en este caso concreto no sacrifiqué bien o valor alguno, muy por el contrario, rescaté un valor muy caro para mi salud mental y mi autoestima humana v política. Yo pude hacerlo, porque no sacrificaba bien valioso alguno; el problema adquiere dimensión existencial cuando la situación tiene caracteres distintos. Si lo hubiese hecho en una situación económica de pobreza, no lo sé, ni lo puedo aventurar, hacerlo sería entrar en el plano de la metafísica que escapa al de los hechos reales y sobre el cuál sería muy fácil extenderme en consideraciones que muy difícilmente coincidirían con la realidad

Por último nos dedicaremos al análisis del hombre “cosa” aparentemente reificado en su totalidad. Es el amanuense, el servil, el que resuelve las situaciones de disonancia cognitiva (Festinger, 1957; Rodriguez Kauth, 1976) presentada por los elementos doctrinarios del conocimiento político al cual él adhirió en una campaña electoral y que, sin embargo, ahora que se gobierna y él ha sido callado -y no puede protestar- con la adjudicación de un puesto de trabajo. Esa persona, al observar el manejo corrupto de la administración y de los compañeros políticos que detentan el poder, intenta justificar tales actos -tal como hace el inconsciente con el mecanismo de la negación (Freud, 1915)- reinterpretando la doctrina partidaria y aceptando los abusos del poder.

Se trata de una persona que resuelve el conflicto planteado por la realidad y los conocimientos que se tienen de la misma con un sentido partidario, identificándose con la nueva política instrumentada a despecho de sus convicciones, pero en favor de satisfacer sus demandas personales. Este es el hombre peligroso, ya que antepone sus intereses privados a los intereses colectivos y a las demandas doctrinarias. Es quién llega a traicionar a los movimientos nacionales y populares de liberación porque, dentro del esquema liberal capitalista, se encuentra más cómodo como está hoy, sin importarle que pueda pasar mañana. Se desentiende de los reclamos de sus bases populares y se obnubila con los autos negros y largos de los dirigentes o funcionarios, y con las alfombras rojas que adornan los despachos oficiales. El abrazo de un ministro hipócrita que lo está utilizando bastardamente es más importante para él que el reclamo desgarrador de su pueblo, que sangra por la liberación. Es el hombre posible de corromper... y de estos hay muchos, sobran.

No vamos a decir fácil o difícilmente de ser corrupto, simplemente es corruptible, se presta al juego alienador que plantean los artífices del poder.

Pero cuidado con el análisis que estamos haciendo. Para que haya corrupción administrativa y moral en el ejercicio político no sólo hace falta que hayan estos hombres “cosa” que se dejan corromper, sino que también hacen falta, en igual medida, aquellas personas que corrompen, también ellos son personas “cosa”. En la dialéctica de la corrupción interviene y son agentes necesarios tanto el corrompible como el corruptor. No hay corrompibles sino existen quienes los corrompen y, a su vez, no hay corruptores sino existen los que se dejan corromper. Ambos tipos de personas se necesitan y complementan necesariamente para que aparezca la corrupción como fenómeno social y político en la administración del poder; obviamente, ambos papeles son intercambiables según se vayan dando las circunstancias y las coyunturas políticas en que se apoyan.

También el corruptor es un hombre “cosa”, è1 también está reificado, también está cosificado, en cuanto piensa y percibe a los otros hombres como “cosas”. Ya Hegel (1841) nos señalaba, hace 200 años, al plantear la dialéctica de1 amo y del esclavo, que no solamente e1 esclavo es tal, sino que también lo es el esclavista, este es un esclavo de su realidad esclavista. Diríamos en lenguaje psicológico contemporáneo que el esclavista -en este caso para nuestro análisis el corruptor- ha internalizado y tiene dentro suyo al esclavo.

También A. Memmi (1969) nos plantea algo semejante frente a la relación entre el colonialista y e1 colonizado a partir de la aplicación de los conceptos y desarrollos tan acertadamente elaborados por J. P. Sartre (1960), desde su crítica de la razón dialéctica. En definitiva, tan “cosa” es quien se deja corromper como quién corrompe, tan alienado está uno como el otro y ambos se necesitan y complementan para dar lugar al todo integrado que es el fenómeno de la corrupción.

Obviamente, que para poder completar nuestro análisis de esta relación, debiéramos dedicar un espacio a los mediadores que se utilizan para corromper. Sin embargo, en este caso los dejaremos sólo señalados, ya que no nos interesan específicamente para nuestro objetivo. Ellos tienen diferentes formas, que pueden ir desde una curvilínea damisela ligera de cascos hasta el uso y el abuso del poder, para quienes se prenden en los altos cargos del gobierno. Para los otros las formas y medios con que se corrompen adquieren manifestaciones más pedestres y rutinarias. Es la comida de todos los días, es el colectivo (bus) en que se traslada gratuitamente a los niños a la escuela, el tratamiento médico gratuito que se le brinda a la madre de varios hijos y que, de otra forma, no lo podría sostener, etc. Estas últimas formas de corrupción son las más lamentables y peligrosas ya que actúan sobre las necesidades básicas de la población desamparada (Rodriguez Kauth, 2013) y pegan fuerte en la autoestima de los individuos, los que deben prestarse a este manejo alienante y mendaz. Este proceso que venimos de reseñar no sólo afecta al individuo como tal en sus dimensiones psicológicas y de participación social; sino que fundamentalmente provoca el fenómeno de aislamiento y, más propiamente, el de extrañamiento, el que fuera reconocido acertadamente por G. Lukacs (1969), hace más de 80 años. El individuo se siente algo así como un objeto, una “cosa”, a través del uso de estas metodologías manipuladoras y que, consecuentemente, es tratado y considerado por los otros como tal, siendo en definitiva una simple mercancía. Entonces, las personas no son más que el producto de una relación entre “cosas”, tal como ya lo señalara K. Marx (1843) al referirse brevemente a los procesos de cosificación.

Al ser un objeto de la relación social cosificada, el hombre, la persona, pierde su potencia protagónica y aparece en él la sensación de impotencia que le impide considerarse un protagonista más de la historia y, por consiguiente, un miembro importante en el proceso de cambio histórico. El individuo cosificado por la corrupción del poder se pierde en su dimensión humana y se desmoviliza en su papel de protagonista de la historia. El eje de ésta pasa por el piolín de los titiriteros de turno que son los que lo mueven como a una marioneta, dado que él ya enajenó su capacidad y poder de decisión a quienes les colgaron una dádiva.

Asimismo este proceso, descripto en el párrafo anterior, se enlaza simultáneamente con la falsa identificación que hacen los titiriteros entre el Estado y el Partido, confundiendo ambos niveles de la actividad política y provocando, tanto en los afiliados y simpatizantes partidarios en particular, como en los ciudadanos en general, esta falsa identificación que conlleva la ambigüedad perceptual y no poder entender lo que está sucediendo. Este último es un fenómeno fácil de observar entre aquellos gobernantes que juegan las internas partidarias desde el aparato de gobierno para satisfacer y acallar los reclamos internos del Partido. Si unimos los dos procesos enlazados que venimos de señalar, se comprenderá, sin mayores esfuerzos, porqué se producen las desmovilizaciones populares, las que dejan aislados a los gobernantes y quedan solamente rodeados de una corte de alcahuetes, adulones y acomodados de turno rodeando a los gobernantes que caen en esa tentación de la seducción del poder.

Cuidado con esto último. Vale aclarar que no es el pueblo el que aísla a estos gobernantes, sino que son ellos mismos los que se aislaron del pueblo al dejar de considerar a éste como un conjunto soberano, para considerarlo bastardamente como un rebaño de ovejas. Este fenómeno de la desmovilización particularmente nos preocupa, debido a que el mismo no sólo se puede leer como una nueva frustración del pueblo a la confianza depositada, sino que, desde una perspectiva macro estructural, significa la caída de las banderas de liberación o, por lo menos de cambio, con el consecuente repunte de los programas retardatarios y reaccionarios, representados por las derechas fascistas, amparadas y sostenidas por los fusiles de la dependencia y lo anti popular.

Todo lo cual abre, sin lugar a dudas, un panorama sombrío e incierto para las incipientes democracias de “nuestra” América, si sus gobernantes no cambian la metodología de trabajo y dejan de considerar a los ciudadanos como insignificantes “cosas”, a las cuales se las contenta con una dádiva, a la vez que dejan de identificar falsamente los niveles de gobierno y partidarios.

En conclusión

Considero que es oportuno terminar este articulo recordando unas palabras del humanista E. Fromm (1971) quien nos recuerda y alerta que “... no podemos, sin sufrir grave prejuicio, enfrentar la pérdida de ninguna de las conquistas fundamentales de la democracia moderna, ya se trate del gobierno representativo -esto es, e1 gobierno elegido por el pueblo y, responsable frente a él- o de cualquiera de los derechos garantizados a todo ciudadano por la Declaración de los Derechos del Hombre. Ni podemos hacer concesiones con respecto al nuevo principio democrático, según el cual nadie debe ser abandonado al hambre -pues la sociedad es responsable de todos sus miembros-, ni al miedo y la sumisión, o bien condenado a perder e1 respeto de sí mismo, a causa del temor a la desocupación y a la indigencia. Estas conquistas fundamentales no solamente han de ser conservadas, sino que también deben ser desarrolladas y fortificadas”.

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