N°30 / numéro 30 - Avril 2017

El egoismo en la politica

Angel Rodriguez Kauth

Résumé

El egoísmo es una constante en nuestras vidas. Aunque neguemos ser egoístas. Por tal razón no es extraño encontrarlo en el quehacer político y de alguna manera intentaremos verlo en los procesos revolucionarios y en los quehaceres electorales, para finalizar dando una mirada al egoísmo en la política internacional.

Selfishness is a constant in our lives. Although we deny being selfish. For this reason it is not strange to find in the political work and somehow try to see it in the revolutionary process and electoral tasks, finally giving a look of selfishness in international politics.

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“El mismo diablo citará a la Sagrada
Escritura si Viene bien a sus propósitos”.
W. Shakespeare (1600)

Breve introducción

El egoísmo acompaña a nuestras vidas desde pequeños. No se trata de hacer juicios de valor acerca de aquél, a veces el egoísmo es necesario y otras perjudicial para el actor y para otros. De tal modo es necesario que uno se ame primero para luego poder amar a otros. En cambio es aberrante la explotación capitalista que hace de la plusvalía un deporte para quedarse con lo que es de los trabajadores. Hecha esta salvedad, pasemos al tema que nos ha de ocupar.

El egoísmo en la política

Para abordar el tema y problema específico que nos ocupará, debo aclarar que por “política” se van a entender todas las conductas que se manifiestan en los espacios públicos, aunque esto no quita que algunos de ellos se testimonien también en el ámbito de lo privado. Los espacios públicos tanto pueden estar referidos a la política propiamente dicha, como asimismo a nuestras conductas en la calle, en las costumbres, los rituales que actuamos a diario para con los otros, para con aquellos que transitan por las veredas y que se expresan al mejor modo que le quepa a su actor; aunque las mismas puedan significar un de incordio para nuestros objetivos inmediatos de satisfacer las demandas que nos hemos impuesto para movernos en la cotidianeidad.

En primer lugar haremos alusión a lo que ocurre en la política propiamente dicha -es decir, en el de los partidos o agrupaciones políticas en el cual se desenvuelven los que hacen de la política una profesión- y también, por qué no, los aficionados a la política que –sobre todo en momentos electorales- los aprovechan para despuntar su vicio por los temas políticos o ideológicos. Y, sin dudas, para más de uno lograr “colarse” en alguna lista partidaria como candidato a algo que le permitiera vivir cómodamente al abrigo de un soñado buen sueldo.

Entonces, sospechamos que para hasta el lector menos advertido es en el ámbito del quehacer político donde mejor se expresa el egoísmo de sus protagonistas de una manera por demás descarada, perversa, anómala y anómica. Egoísmo que se visualiza y produce -con clara evidencia- de una manera recurrente para cualquier ciudadano que no se deje engañar por las “las lindas palabras” con las que la inmensa mayoría de los políticos tratan de “empaquetar” –o “endulzar”- sus dichos y acciones y que son utilizadas diariamente en sus discursos que a esta altura de los acontecimientos políticos -de cualquier país, no solamente de la Argentina- son poco convincentes o creíbles hasta para los más crédulos de los mortales.

Por definición, la política profesional es -en teoría- una actividad en la cual quienes se internan a trabajar en ella todo lo han de dar en beneficio del electorado y recibiendo a cambio muy poco. Pero, en la realidad, esto no se presenta de tal manera. Un viejo adagio que utilizan quienes intervienen en política dice que los dirigentes políticos deben “servir” a su pueblo y que ellos no están en ese quehacer para “servirse” de la política ni de la población. Este adagio no es más que otra trampa tendida a la ingenuidad popular que, por fortuna, ya hace bastante tiempo que -en casi todo el mundo- ha salido del estado infantil de ingenuidad que se lo cree cualquier cosa.

Lo que a ojos vista de cualquier ciudadano se puede observar que los políticos de todo el mundo se “sirven” de la política, ya sea para satisfacer sus necesidades personales o las del partido al que representan; sus acciones son egoístas mucho más que lo altruistas que pueda esperarse de esas personas, al menos en teoría. Los ejemplos son sobrados y no vale la pena que dedique mayor espacio en aburrir al lector que -con sumo egoísmo de mi parte- deseo mantenerlo atrapado entre estas páginas. Tanto en la Argentina como en el resto de “nuestra” América o en la actualmente alicaída Europa, en la empobrecida África, como en los países asiáticos -como en cualquier parte del orbe- sin incluir a la lejana y gélida Islandia, cuyo caso particular veremos más adelante. De cualquier forma, las ejemplificaciones con que se puede ilustrar lo que venimos sosteniendo sobran y abundan como para que el lector los traiga rápidamente -sin mi ayuda egoísta- a su memoria.

El egoísmo en los procesos revolucionarios y en sus actores

Es por lo señalado que no insistiré en la temática presentada hasta aquí, dedicando el resto del artículo a otros aspectos de cómo se manifiesta el egoísmo en la acción política; como puede ser el que testimoniamos los ciudadanos de a pie, la gente común como Ud. y como yo, que solamente participamos en política a través de la emisión del voto, de la participación en agrupaciones o, en el menor de los casos, de acciones revolucionarias con las que se pretende modificar de modo radical las situaciones de injusticia e inequidad social y económica, haciéndolo de cuajo, de raíz. Aunque, en realidad, cuando se trata de una “revolución en chiste” terminen imponiendo un régimen semejante al que derrocaron -por el autoritarismo de sus dirigentes, aunque de diferentes colores a los desplazados- y bajo un sistema de gobierno en el que los privilegiados serán otros, pero en los cuales el egoísmo de los dirigentes sentará sus reales de manera semejante a la mencionada en el punto visto antes.

Es obvio que cuando en el párrafo anterior mencionábamos a las “revoluciones en chiste” lo hicimos pensando en las que actualmente se autotitulan revoluciones en el continente africano. Pro ¡ojo! no estamos refiriéndonos a las luchas de liberación de aquel continente. Aquellas luchas han sido auténticas revoluciones, de las cuales rescataremos únicamente la frustrada del líder nacionalista y anticolonialista P. Lumumba en el territorio del ex Congo Belga en 1960 y que cayó derrocada por el impulso del imperialismo internacional unido contra Lumumba y lo que él representaba en su continente.

El resto de las revoluciones del África negra vienen siendo nada más que riñas entre tribus adversarias y que suelen terminar en horrorosos genocidios y donde quienes las encabezan tienen idénticos vicios que los que tenían los derrocados. En esas pretendidas revoluciones impera siempre el egoísmo de sus dirigentes, el de aquellos que se dicen revolucionarios pero que solamente pretenden satisfacer las necesidades de sus alicaídos egos; tal fue el caso -entre muchos otros de Idi Amín Dada -en Uganda- y cuyo gobierno se caracterizó por atentar de manera flagrante contra los derechos humanos de los habitantes de su país (Memmi, 1969).

En cambio, en las auténticas revoluciones populares, aunque no sean violentas y que traen consigo contenidos políticos, sociales, económicos y culturales, la situación debiera ser diferente aunque –hay que lamentar- no siempre sea así. En los últimos movimientos revolucionarios en Sudamérica han sido los mismos revolucionarios los que pusieron límites a las prebendas que les corresponderían como gobernantes, como por ejemplo ocurrió con los gobernantes de Venezuela, Ecuador, Argentina y Bolivia, donde se produjeron verdaderas revoluciones pacíficas. Pero esto no ocurrió -por ejemplo- con una revolución popular como lo fue la sandinista, en Nicaragua, durante la década de los ’80 en que sus principales dirigentes la utilizaron egoístamente para enriquecer sus bolsillos, posiblemente por aquello de “roba en su ambición” como dice letra del exquisito tango de Enrique Santos Discépolo: “Cambalache”.

Más, en cualquiera de los cuatro casos revolucionarios que se trate, en todos los casos encontraremos la presencia de una u otra forma del egoísmo en sus líderes. En un par de casos son absolutamente visibles, pero en el caso de las de Sudamérica también lo encontraremos soterradamente en la voluntad de sus dirigentes de “hacer historia”, como es el caso de Evo Morales en Bolivia, de Hugo Chávez en Venezuela, Néstor Kirchner en Argentina y de Rafael Correa en Ecuador. Esto puede ejemplificarse a punto tal con la megalomanía del finado Hugo Chávez (Rodriguez Kauth, 2013), quien se ha colocado a un nivel semejante del gran héroe latinoamericano que fuera el Libertador Simón Bolívar.

En conclusión se puede afirmar que todos los líderes revolucionarios han tenido su cuota de egoísmo, que no era otra cosa que lograr el poder para imponer una nueva forma de relación política, económica y social. Quizás, entre todos ellos el caso paradigmático de megalómanos fue el de A. Hitler en Alemania, que la puso de rodillas bajo el nazismo para que idolatrara su figura, aunque esta caracterización también les cabe a otros que, asimismo- fueron dictadores, tales como Stalin, Mussolini y Franco. En la generalidad de los casos los líderes revolucionarios que se convirtieron en dictadores fueron egoístas. Un caso excepcional fue el del General J. de San Martín que siendo un líder revolucionario no se convirtió en dictador y hasta prefirió dejar el mando de la revolución en Sudamérica a S. Bolívar durante la reunión que mantuvieron ambos en Guayaquil (Capdevila, 1950). En aquella reunión San Martín tuvo el talento suficiente como para comprender que él podría ser un comandante militar, pero que quien tenía el talento suficiente para llevar adelante la revolución era el comandante político, es decir, Bolívar. Vale decir, el héroe argentino dejó de lado el egoísmo en provecho de la causa sudamericana.

Por otra parte el caso que puede aparecer como más puro de altruismo político es el del revolucionario Ernesto Che Guevara. Sin embargo en el Che es posible encontrar el egoísmo puesto en alcanzar el disfrute por la tarea realizada en la liberación de los pueblos. Esa fue la propuesta para su vida y con eso su ego se vio realizado.

Pero hay un caso muy poco difundido, el que se produjo en Islandia en 2010, cuando la población salió a la calle para exigir un referéndum que pusiera “de patitas en la vereda” a sus autoridades políticas que habían contraído una inmensa deuda pública que hizo trastabillar los bolsillos de los islandeses. De tal suerte en marzo se celebró el referéndum y ganó el NO al pago de la deuda, con un 93% de los votos.

A todo esto, el gobierno ha iniciado una investigación para dirimir jurídicamente las responsabilidades de la crisis. Comienzan las detenciones de varios banqueros y altos ejecutivos. En este contexto de crisis, se elige una asamblea para redactar una nueva constitución que recoja las lecciones aprendidas de la crisis y que sustituya a la actual, una copia de la constitución danesa. Para ello, se recurre directamente al pueblo soberano. Se eligen 25 ciudadanos sin filiación política de los 522 que se han presentado a las candidaturas, para lo cual sólo era necesario ser mayor de edad y tener el apoyo de 30 personas.

Lo interesante es que los 25 ciudadanos elaboraron la nueva Constitución no cobraron salario alguno. Pero no se crea que fue por puro altruismo que lo hicieron, el egoísmo se lo puede hallar soterrado bajo el interés en terminar con una situación política perversa que a cada uno de ellos los agobiaba.

La participación electoral

Aquí también es visible el egoísmo de cada uno de los que somos electores, salvo aquellos que votan sin pensar a quien han elegido y votan para cumplir con una obligación. Y aquí vale una observación marginal, ¿cómo puede ser una obligación aquello que un derecho? Piénsese que el divorcio es un derecho, pero a nadie se le obliga a divorciarse, y hay cientos de ejemplos más.

Ahora bien y continuando con la primera parte del párrafo anterior pongamos por caso sobre qué ocurre cuando concurrimos a las urnas llamados para ejercer el “derecho cívico” que nuestros antecesores han sabido ganar luego de duras y largas luchas políticas, que en Argentina, paradójicamente, y que han convertido el derecho en una obligación. Vale decir, cuando emitimos nuestro voto.

Que no nos quepan dudas que aquí también actuamos con un profundo sentido egoísta, y a que lo hacemos teniendo presente nuestras conveniencias más inmediatas cuando decidimos darle nuestro voto a Fulano, porque él está más cerca de nuestros pensamientos e ideologías políticas que en lugar de dárselo a Mengano, quien está alejado de aquellas ideas. Todo esto no merece mayores comentarios aclaratorios, ya que es por demás visible que la mayoría de las personas operamos de tal manera en los actos comiciales.

Más, ¿qué sucede cuando quién vota lo hace en contra de los intereses materiales que pudiera tener?, ¿aquéllos intereses que supuestamente pretendemos proteger a través de quiénes nos gobiernen, pero que no coinciden con nuestra ideología? Esto que acabamos de presentar no es un ejercicio de sillón, al contrario, suele darse en una buena cantidad de intelectuales que pertenecen a la denominada “clase media” -o de la clase mediocre (Jauretche, 1966; Rodriguez Kauth, 2001)- y que a la hora de votar lo realizan por partidos o movimientos extremistas de izquierda que anteponen en sus plataformas consignas obreristas que -sin duda alguna- si llegaran a triunfar seguramente han de perjudicar materialmente a nuestro supuesto elector intelectual. Él es quien antepone sus intereses egoístas ideológicos por encima de los “altruistas” que mantienen sus colegas de la clase social objetivamente determinada.

En estos casos aparece ante una primera lectura que quien lo ha hecho y que ha votado con un sentido altruista, habiendo tenido en la mira la satisfacción de las necesidades de los más oprimidos en perjuicio de las necesidades de él.

Sin embargo este mecanismo no es tan sencillo a la hora de mirar en profundidad; más allá que quién vota de tal forma sabe anticipadamente de la segura derrota electoral de los candidatos elegidos por él y, suponiendo que esté convencido del triunfo de sus “elegidos” al colocar la boleta en los comicios. También quien ha votado de tal modo haciéndolo de una manera egoísta, es decir, pensando en sí mismo, en sus intereses ideológicos particulares en desmedro de los intereses colectivos (Meda, 1995).

¿Por qué sostengo con tal contundencia tal afirmación?: muy simple; si observamos sin ingenuidad -y con un poco de profundidad por debajo de los dichos del protagonista- el sentido que nuestro elector del ejemplo ha dado a su voto, entonces se podrá advertir que él ha antepuesto la satisfacción de sus necesidades ideológicas por sobre las necesidades materiales. No se tengan dudas que se siente íntimamente conforme consigo mismo al haber votado como lo ha hecho, ya que haciéndolo como lo realizó ha logrado darle lugar a la expresión de sus convicciones ideológicas y políticas, ¡lo cual no es poca cosa!

De esta manera nuestro elector del ejemplo se encuentra en paz con su conciencia y -además- con su actividad política pública en donde se ha manifestado en múltiples ocasiones abiertamente como una persona izquierdista, aunque a pesar de llevar en su vida privada la cómoda rutina de una persona de clase media, bien aburguesada en sus usos y costumbres cotidianos.

Pero no nos llamemos a engaño, una situación similar a la anterior atraviesa aquella persona que vota por los partidos de la derecha, o los de la oligarquía, cuando quien lo realiza es un pequeño comerciante, empresario o tal vez un empleado o hasta un proletario, todos ellos explotados por el sistema económico capitalista. O, lo que es peor, se trata nada más ni nada menos que de obreros o campesinos, como ocurrió en enero de 1933 cuando votaron masivamente al Partido nazi; aunque en estos casos es un tanto más complejo hacer el análisis correspondiente. En tales episodios, además de recurrir a la remanida fórmula marxista de la “falsa conciencia” (Marx, 1847) que se ha internalizado en el trabajador. Entonces aparece algo que normalmente está escondido para los sesudos análisis sociológicos y políticos que se hacen desde los escenarios de los medios de comunicación, en especial desde la televisión.

En todos estos ejemplos -que de alguna manera estarán cubriendo a más de alguien que está leyendo esto- se trata del hecho que siempre los electores guardan la secreta esperanza que -a través del triunfo de un partido político que por clase social no es el que se corresponde con el suyo- él pueda salir de una buena vez por todas de la pobreza y de la explotación a la que está siendo sometido por aquellos a quienes les confía su boleta electoral. Es decir, a través de un acto de fe en que cree que así las cosas le van a mejorar... aunque en realidad terminen empeorando. Pero ahora es tarde para retirar la boleta de la urna y no puede hacer una vuelta gatopardista (Lampedusa, 1958).

Y, lo que es peor aún, es que estos individuos no escarmientan en sus conductas electorales en las que han traicionado su condición de clase social. En la próxima elección a la que se les convoque, entonces terminarán votando de modo semejante a las anteriores.

Es que el egoísmo que anima a estos sujetos es de una gran dimensión psicológica; ingenuamente creen que salvándose ellos únicamente con eso va a ser suficiente para satisfacer sus objetivos espurios. Pero ellos no se han dado cuanta que solamente la salvación de todos para salir de la miseria, la explotación y las condiciones indignas de vida, es la única solución para su propia salvación. Sin embargo, el egoísmo que portan una vez más los ha traicionado en sus intenciones (Luckacs, 1923).

En este punto no podemos dejar de traer a la memoria un antiguo adagio del refranero popular que dice que “no hay peor cuña que la del mismo palo”. Si por uno de esos avatares del destino es probable que si un obrero se llegare a convertir en patrón, entonces él ha de volverse sobre sí, convirtiéndose en un patrono más; es decir, será un explotador, riguroso y exigente como lo fueron aquellos para los cuales había trabajado. De lo que venimos diciendo se excluye el caso paradigmático del ex Presidente brasilero Lula quien de joven quería ser “motorista” y terminó conduciendo los destinos de uno de los países más poderosos en el siglo XXI.

Más, dejando de lado aquel caso excepcional, si nuestro ejemplo puesto como ideado llegase en alguna instancia a acceder a un cargo político de conducción, lo más probable es que adopte las más perversas costumbres de la “clase política”, tal como la describía el intelectual y dirigente comunista italiano Antonio Gramsci (1949). Es decir, que solamente tenga entre sus propósitos satisfacer sus necesidades egoístas, y las de sus parientes y allegados que también conforman su espectro familiar para el egoísmo, dando lugar al nepotismo como forma perversa de gobernar. Sobre este tema la historia de los dirigentes sindicales y gremiales argentinos así lo han demostrado de manera por demás fehaciente, salvo raros y excepcionales casos en contrario que no recuerdo.

Pero aquí no termina la presencia del egoísmo en la actividad política. Si nos tomamos el trabajo de fijarnos con serena atención en los múltiples hechos políticos internacionales también veremos la existencia del egoísmo. Vayamos por caso sólo a algunos episodios que son más que ilustrativos al respecto.

Asimismo, dentro de las elecciones que se celebran en el país que nos tiene a cada uno de nosotros de protagonistas con nuestro voto -como también acontece en distritos electorales más pequeños, como pueden ser las provincias o los municipios- ocurre algo similar en cuanto al afán triunfalista de los votantes. Piense el lector porqué razón todos los partidos y hasta los candidatos pretenden marchar al frente en las encuestas preelectorales y rápidamente encontrará la respuesta (Rodriguez Kauth, 2000). No se trata de que cada uno de esos dirigentes, sean candidatos a algún cargo público, o quizás porque los partidos políticos en la disputa electoral deseen ganar por anticipado a sus rivales, como -por ejemplo- pueden hacerlo dos boxeadores cuando se miran fieramente durante el pesaje.

La causa es mucho más simple que cualquier respuesta politológica, tanto los políticos como los consejeros de campaña de éstos son sabedores del egoísmo de los electores, sobre todo de aquellos que entran en la categoría de los llamados -por los encuestólogos (Rodriguez Kauth, 2000)- como “los indecisos”.

Ocurre que a nadie le gusta, le agrada decir a quien va votar, o contar a los otros lo que va a votar -o lo que ya haya votado- haciéndolo por un candidato que anticipadamente las encuestas lo hacen aparecer como un perdedor catastrófico. Es que el ego del elector se siente satisfecho por decidir que va a votar por alguien que marcha adelante en las encuestas y, posteriormente, disfruta el triunfo del partido político de aquél partido al que votó -o dicho que ha votado- como si fuese una cosa propia, algo de lo que se apodera frente a los otros.

Es que él puso su grano de arena y, en consecuencia, puede saborear las mieles del triunfo junto a aquellos que efectivamente ganaron... con el aporte de todos aquellos que egoístamente los votaron. Son individuos que no tuvieron en consideración cuestiones políticas, económicas y sociales para haberlo hecho que no sea la del modo en que lo hicieron, vale decir, lo realizó siguiendo la opinión de una supuesta mayoría previa a las elecciones.

Por eso es que los políticos gastan miles de dólares “comprando” resultados de encuestas preelectorales para publicarlos en los medios de comunicación antes de las elecciones. Es por ello que se advierten cosas cómicas -en los debates que se realizan entre los políticos contendientes- como que el que está ubicado segundo o tercero en las encuestas dice algo así como "¡Pero las encuestas de ustedes son falsas, las nuestras nos ponen adelante por tantos puntos de ventaja!". Y con esta argucia pretenden engañar a los electores “indecisos”, de aquellos que ellos creen que son estúpidos y que les pueden meter los dedos en la boca, como antiguamente se hacía con los niños para que vomitaran.

En la política internacional

Cuando ocurrieron los “supuestos” (Argentieri, (2003) atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en los USA, con estupor hemos visto y escuchado a más de un analista especializado en temas políticos -obvio que no estadounidense- hacer referencia explícita a algo así como “¿Y esto en qué nos va a perjudicar?”. Sobre este tema se han explayado los escritores estadounidense S. Sontag (2003) y M. Moore (2004).

Sí, así fue, luego de las palabras de buena educación de la mayoría -salvo la dirigente de Madres de Plaza de Mayo, Hebe Bonafini, quien expresó su alegría al ver por televisión la caída de cuerpos ardiendo de una de las Torres Gemelas1- acerca del dolor y espanto que produjeron el espectáculo dantesco del derrumbe de las Torres en plena zona del centro bursátil de Nueva York. Entonces fue que surgió el egoísmo de quienes pensaban en las desventajas -y hasta en algunas posibles ventajas- que podía redundar la tragedia a favor de otro territorio -y a otras personas- en perjuicio o beneficio de los habitantes del país en que se reside. ¡Esto fue -sin duda alguna- una cínica manifestación del egoísmo en su máxima presentación imaginable!

También lo mismo es posible observarlo cuando ocurre una tragedia natural -o producto de un acto terrorista- en otro país o, incluso, en alguna otra provincia del país, como puede ser una sequía que devasta las cosechas, o con inundaciones que han matado a millones de animales y a miles de individuos y otros muchos más que han perdido todas sus pertenencias.

Inmediatamente de ocurridos los episodios, luego de los lamentos “humanitarios” de rigor que impone la hipocresía estatuida (Rodriguez Kauth, 2013) instalada como una forma de satisfacer las normas de las buenas costumbres, surge la pregunta que señaláramos en el párrafo anterior. Y es entonces que se comienzan a hacer cálculos de cuánta cantidad de cereal se les podrá vender a los primeros y acerca de cuánto ganado estarán en condiciones de comprarnos. ¡Si esto no es egoísmo, entonces todo lo que hemos estado escribiendo hasta aquí son puras paparruchadas!

En cuanto a los actos de terrorismo masivo que últimamente han cubierto a la prensa del mundo con imágenes aterradores, solamente me atreveré a contar lo que me relató por e-mail -al día siguiente del atentado terrorista del 11 de marzo en la Estación de Atocha, en Madrid- una amiga que vive en Valencia y con la cual no pude hacer contacto telefónico en todo el día anterior, debido a que su número me daba permanentemente ocupado. Ella me contó que se había pasado el día entero llamando a Madrid, ya que allí tiene muchos parientes y amigos y -en un acto de plena confianza me confesó que ante las noticias de la tragedia que enlutaba a toda España y que el gobierno ibérico adjudicó -con mala leche a la organización vasca ETA (Rodriguez Kauth, 2004)-, ella no atinó a nada mejor que ponerse en contacto telefónico con aquellos parientes y amigos madrileños que le interesaban y que lo hizo -diciéndome con absoluta vergüenza- que lo había hecho por simple y puro egoísmo.

Esto es perfectamente entendible, no iba a llamar a números de personas desconocidas por el hecho que figurasen en la guía telefónica madrileña. Es que uno -cualquiera sea su credo religioso y sus convicciones éticas y morales- se preocupa por la suerte que han corrido en episodios de catástrofes y dramatismo de aquellos que se tiene más cerca suyo; haber hecho otra cosa hubiera sido un acto de locos.

El egoísmo al interior de los partidos políticos

En el espacio del quehacer político partidario es otro lugar en el cual es posible observar -de manera notable- la presencia de un egoísmo descarnado y, en la mayor parte de las veces, se lo encuentra expresado con una manifiesta crueldad que resulta ser innecesaria.

Normalmente es la necesidad de captar electores, o simpatizantes, la que conduce a los dirigentes políticos opositores a los gobiernos de turno a llevar adelante maniobras insólitas, conductas inesperadas en personas cultas, acciones que son más propias del canibalismo político que de quienes pretenden gobernar.

Como ejemplo de lo que afirmé en el párrafo superior valga observar lo que ocurrió con el gobierno argentino desde 2007 hasta el 2015, el de la Presidente Cristina F. de Kirchner. Ningún dirigente político opositor ha sido capaz de reconocerle el más mínimo logro en su gestión gubernamental. No voy a afirmar que todo lo que ha hecho ha sido magnífico, pero tampoco es lógico creer –hasta para los no avezados en conocimientos de política, economía y cuestiones sociales- que todo haya sido una porquería, como lo han dicho en términos más o menos escatológicos. Esto lo hicieron cuando esos dirigentes opositores intentaron presentar -junto a un sector minoritario de la población- que no compartían las políticas gubernamentales, como así tampoco la ideología progresista de la Presidente.

El egoísmo de éstos se hizo patente cuando todos los actos políticos del gobierno fueron criticados diciendo cosas parecidas a –muy simplificadamente- como que “yo lo hubiera hecho mejor”, o que “esto que se acaba de hacer no hacía falta y ha sido un acto corrupto”. ¿Pero cómo, acaso los dirigentes que se enojaban tanto, no tenían esas medidas en sus programas electorales o en la plataforma política para formar el futuro gobierno? Realmente esto no se ha visto jamás en la historia política del país y es fruto de la envidia mezclada con el egoísmo enfermizo, lo cual produce una mezcla perversa que hace que se pierdan de vista los intereses del país y solo se tengan en cuenta los partidarios, lo cual no es más que egoísmo al fin.

Como ejemplo de lo que vengo de señalar valgan recordar las afirmaciones y hasta vindictas públicas lanzadas por personajes como Lila Carrió. Y no le vamos a decir Lilita por tres razones: a)no tengo confianza alguna con ella; b) no se lo merece debido a que es un personaje nefasto y c) su tamaño no es para tratarla con un diminutivo como si fuera una diva. Otro tanto hizo Ricardo Alfonsín, qquien salió como loco a pedir la renuncia del juez de la Suprema Corte Raúl Eugenio Zaffaroni por un supuesto delito, pero que nada ha dicho acerca de su correligionario cordobés Oscar Aguad el cual participó públicamente de actos durante la última dictadura militar junto a quien en múltiples ocasiones fue condenado a prisión perpetua: el genocida Benjamín Menéndez.

Otro tanto sucedió con el ex Presidente E. Duhalde, el que no ha perdido oportunidad en reclamar “mano dura” para combatir la meneada inseguridad callejera, a la vez que reivindica a las Fuerzas Armadas por su quehacer represor de antaño. Así podría seguir hasta el infinito con los nombres de cada uno de los dirigentes políticos de la oposición al gobierno de “los K”2.

Asimismo, cada vez que se realizan elecciones en algún lugar de los países de la centralidad, entonces se atiende con desmesura rayana en la locura no acerca de cuáles beneficios o perjuicios le traerá a alguno de los candidatos que se postulan para los habitantes de esa nación, sino que se lo hace pensando en cuál de ellos más conviene a los intereses de la economía -por ejemplo- del país desde el que se expresan tales términos de deseos. Y, entonces, se ve en la prensa que representa a una u otra ideología en pugna a miles de kilómetros de distancia volcarse abiertamente por alguno de ellos, pero siempre teniendo en su mente -y en la de los escribas o locutores que para ellos trabajan- los intereses pequeños y espurios del lugar que se trate. Eso también es una demostración del egoísmo político que hace presa de sus garras no solamente a los periodistas, sino también a buena parte de las personas que apoyan a alguno de los candidatos para, luego de las elecciones celebrar al triunfo como propio y, en la derrota, lamentarse como si fuera una cuestión de vida o muerte para nuestra suerte y futuro.

En la vida partidaria de los comités el egoísmo aflora cuando se acerca la fecha de la distribución de cargos electivos en las listas partidarias. Esto lo expresó muy bien Máximo Kirchner al decir que “no hay que resignar la política a ver en qué lugar de la lista va cada uno. En esos momentos los comités se convierten en una suerte de conventillo de prostitutas, en un prostíbulo, o como lo definíamos en mi barrio, son un quilombo.

Para demostrar las “avivadas” egoístas en los comités partidarios, recordemos una estrofa de “Milonga del 900”, escrita por el inolvidable poeta Homero Manzi en 1933:

“Soy del partido de todos
Y con todos me la entiendo
Pero vayanlo sabiendo:
Soy hombre de Leandro Alem.”

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1  Algo que, para no ser hipócrita, debo reconocer que comparto sus dichos.

2  Por cualquier suspicacia, debo aclarar al lector que no soy peronista, por el contrario, soy afiliado al Partido Comunista.

Capdevila, A.: (1950) El pensamiento vivo de San Martín. Ed. Losada, Bs. Aires.

Fetscher, I.: (1991) La tolerancia. Ed. Gedisa, Barcelona, 1994.

Gramsci, A.: (1949) La política y el Estado moderno. Ed. Planeta, Barcelona, 1985.

Jauretche, A.: (1966) El medio pelo en la sociedad Argentina. Ed. Corregidor, Bs. Aires, 2000.

Lampedusa, G. T. (1958) Il Gattopardo. Ed. Feltrinelli, Roma.

Luckacs, G.: (1923) Historia y consciencia de clase. Ed. Grijalbo, Barcelona, 1969.

Marx, C.: (1847) La ideología alemana. Ed. Pueblos Unidos, Montevideo, 1958.

Memmi, P.: (1969) Retrato del colonizado. Ed. de la Flor, Bs. Aires, 1971.

Meda, D.: (1995) El Trabajo. Un valor en peligro de extinción. Ed. Gedisa, Barcelona.

Moore, M.: (2004) Lecturas desde el frente. Ediciones B, Barcelona.

Rodriguez Kauth, A.: (1993) Psicología de la Hipocresía. Almagesto, Bs. Aires.

Rodriguez Kauth, A. y Falcon, M.: (1996) La tolerancia. Atravesamientos en psicología, educación y derechos humanos. Ed. Topía, Bs. Aires.

Rodriguez Kauth, A.: (2000) “Uso y abuso de las encuestas de contenido político en `Nuestra' América”. Revista de Psicología Contemporánea, México, Nº 2.

Rodriguez Kauth, A.: (2001) La peluca de la calvicie moral. Semblanzas de la vida y obra de José Ingenieros. Libros en Red, Amertown International, Miami.

Rodriguez Kauth, A.: (2004) “Fabricando mentiras en los medios: el caso Aznar”. Rev. Chasqui, Quito, Nº 86.

Rodriguez Kauth, A.: (2012) Psicosociología de la hipocresía. Ed. Koyatun, Bs. Aires.

Rodriguez Kauth, A.: (2013)Chávez, pesar latinoamericano y mundial.Rev. Transversales, N° 28, Madrid, 2013

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Sontag, S.: (2003) Ante el dolor de los demás. Ed. Alfaguara, Madrid, 2003.

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Antonio Colomer Viadel

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