El conflicto entre los pueblos israelí y palestino tiene más de cien años, y a pesar de seis guerras israelo-árabes, dos períodos de violentos enfrentamientos israelo-palestinos, y reiterados esfuerzos de las Naciones Unidas, Estados Unidos, la Unión Europea y otros países, no parece vislumbrarse en el futuro previsible una solución basada en el paradigma de dos Estados independientes y soberanos.
Desde las conferencias en la década de 1920, pasando por la resolución 181 de las Naciones Unidas en 1947, aceptada por Israel y rechazada por los árabes, hasta la célebre reunión de Camp David en el año 2000, auspiciada por el Presidente Bill Clinton con asistencia del líder palestino Yasir Arafat y del Primer ministro israelí Ehud Barak, todos los planes y negociaciones han fracasado de manera categórica.
Todos los análisis coinciden en que se trata de un conflicto con múltiples aristas, cada una de suprema importancia para las dos partes, pero todos los esfuerzos se han basado en la resolución material de los problemas que se originan con la creación de dos Estados vecinos independientes, ignorando en gran medida los fundamentos psicológicos del conflicto entre los pueblos israelí y palestino.
Hasta ahora los principales desacuerdos materiales se refieren al futuro de Jerusalén y la Ciudad Antigua, las fronteras, principalmente el valle del Jordán y los asentamientos israelíes, la situación de los descendientes de los refugiados palestinos, la seguridad de Israel, y la amplitud de la soberanía de un futuro Estado palestino, pero escasamente toman en cuenta un aspecto fundamental : las necesidades psicológicas de los dos pueblos.
Era una realidad difícilmente evitable que en un conflicto tan largo y violento, se produjeran resentimientos y rencores profundos que alimentan dos "lecturas" antagónicas del pasado, y una total desconfianza hacia el futuro, por parte de los dirigentes y la población de los dos pueblos.
Resumiendo, la lectura del pueblo palestino, basada en la incansable repetición de sus dirigentes políticos, líderes religiosos, periodistas y profesores, se basa sustancialmente en el presunto "robo" de las tierras árabes por los sionistas, y en consecuencia en la ilegitimidad del Estado de Israel, con la aspiración de eliminar de la región al pueblo judío. Esa lectura está profundamente enraizada en la psiquis de la población palestina y otorga un fundamento psicológico a su reiterada negativa a entablar concesiones, así como a las oleadas de acciones letales contra civiles y soldados israelíes, en una guerra de baja intensidad que se retroalimenta para eternizar el conflicto.
La "lectura" antagónica y la mutua desconfianza.
Por su parte, el pueblo israelí, en una clara reacción a esta permanente situación de guerra psicológica y atentados, que pareciera constituir una amenaza existencial en el largo plazo, manifiesta una desconfianza endémica a la firma de acuerdos que podrían tener solamente el valor de una hoja de papel, y reclama medidas de orden práctico y educacional que garanticen su legitimidad nacional y su existencia futura, siendo para ello necesario limitar la soberanía de un eventual Estado palestino.
Esta "lectura" antagónica y mutua desconfianza, se ven acentuadas por la religión de los dos pueblos, en especial por el islamismo de los palestinos que se encuentra en sintonía con una fase de activismo contra los valores occidentales por parte de numerosas organizaciones extremistas musulmanas, y por la convicción del pueblo israelí que reivindica una historia y una presencia del judaísmo cuatro veces milenaria en Eretz Israel, la Tierra Prometida por Dios al pueblo hebreo en la Biblia.
En un conflicto tan antiguo, con tan escasas verdades y tantas mentiras, repetidas sin descanso durante décadas, pretender una solución basada en principios abstractos, alejados de una fuerte dosis de pragmatismo que tome en cuenta la psicología de las poblaciones de ambos pueblos, es un ejercicio que no tiene posibilidades de alcanzar una solución.
De esta manera, es cada vez más evidente que no es suficiente con buscar concesiones de ambas partes que permitan lograr acuerdos en el plano de los problemas materiales, sino que es indispensable hacer desaparecer o al menos disminuir fuertemente la subyacente desconfianza psicológica que anima mutuamente a los pueblos israelí y palestino.
Con base en ese indispensable pragmatismo, también es preciso señalar sin ambages : la desigualdad entre las dos sociedades es tan amplia, tan enorme, que la principal tarea debe referirse a la necesidad de dar garantías psicológicas al pueblo israelí.
En efecto, en el plano militar la aplastante superioridad israelí ha sido demostrada repetidamente en todas las guerras desde el año 1948, y en la actualidad es aún más grande. En el plano económico, basta señalar que el PIB israelí es del orden de los 38.000 dólares anuales, basados en productos de alta tecnología, en tanto el palestino no alcanza los 3.000 dólares, pese a las donaciones externas. En el plano diplomático, Israel cuenta con el apoyo de Estados Unidos y, en la práctica si no en la retórica, de los países de la Unión Europea, en tanto los países árabes se oponen entre sí de manera sistemática.
Más importante aún, estructurada en una práctica democrática, con elecciones regulares, libertad de prensa y tribunales independientes, los distintos componentes de la sociedad israelí manifiestan una profunda cohesión psicológica en sus objetivos fundamentales y especialmente en la defensa de su país.
En cambio, los palestinos están profundamente divididos en dos entidades territoriales distintas, así como en sus programas y creencias entre los mayormente seculares del Fatah y los fundamentalistas islámicos del Hamas y del Jihad, con prácticas clánicas y autoritarias que mantienen a la población en una condición de sometimiento prácticamente sin espíritu crítico. Además, el reciente colapso de las elecciones que habían sido previstas para octubre 2016, ha consolidado aún más las divisiones internas palestinas y el profundo antagonismo entre las autoridades de Ramallah y Gaza.
Por lo tanto, es indispensable afirmar que, al menos por un futuro previsible, durante muchos años, para lograr un acuerdo será indispensable dar garantías prioritariamente a las necesidades psicológicas de los israelíes, ya que no es racional suponer que estén dispuestos, en esta situación de múltiple abrumadora superioridad, a poner en riesgo su existencia sin las medidas de educación y seguridad que reclaman.
Lo anterior no pretende ignorar las necesidades psicológicas de la población palestina, pero es forzoso reconocer que esas necesidades deberán ser resueltas principalmente por la propia dirigencia palestina, aceptando sin condicionantes la legitimidad de la presencia israelí en ese territorio, y facilitando una mayor cuota de democracia crítica para lograr un mínimo de cohesión interna, en tanto los israelíes tendrían que aceptar una "lectura" de la indudable centenaria presencia árabe y musulmana en esas tierras en disputa.
Una tarea de largo aliento que no permite falsas ilusiones de una pronta solución, y que pone de relieve la ignorancia de la mayoría de los dirigentes políticos -principalmente norteamericanos y europeos- acerca de la psicología de masas en la resolución de conflictos.
La mutua desconfianza psicológica entre los dos pueblos no desaparecerá por arte de magia en el corto plazo, y la realidad en la práctica, tanto en esos territorios como en toda la región del Oriente Medio, azotada por guerras étnicas, religiosas y tribales inter-musulmanas, está cambiando rápidamente, sin duda para peor, lo que intensifica los mutuos rechazos.
En consecuencia, es urgente poner en duda la tesis de que existe una fácil solución consistente en dos Estados con plena soberanía para los dos pueblos, ya que ese paradigma sólo perpetuaría el conflicto al no dar respuesta a las necesidades psicológicas de israelíes y palestinos, y en consecuencia no es viable en un futuro previsible.
Existen alternativas : un Estado jordano-palestino, una confederación jordano-palestina-israelí, una federación israelo-palestina, un proto Estado palestino con soberanía limitada o una autonomía palestina reforzada con carácter interino, tal vez otras posibilidades con el indispensable aporte de Estados Unidos, la Unión Europea y los principales países árabes.
Pero, en cualquier eventualidad, será fundamental que la solución sea acorde en la mayor medida de lo posible con la psicología de masas de los dos pueblos, con una psicología y una "lectura" radicalmente alterada de la que impera actualmente, lo que necesitará la adopción de medidas sumamente difíciles y por un largo período.
Septiembre 2016