N°26 / numéro 26 - Janvier 2015

Identidad, cultura y comportamiento : algunas reflexiones

Emilio Ribes-Iñesta

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Como lo demuestra la variedad de la casuística examinada en este coloquio, las identidades regionales y de las llamadas minorías nacionales han resurgido como uno de los problemas cruciales en el momento actual de evolución histórica tanto de las sociedades industriales como de las sociedades pre-industriales. En la transición del siglo XX al siglo XXI, caracterizada como una época en la que se predecía la disolución de las nacionalidades y regionalismos, y su superación por los Estados nacionales y las organizaciones supranacionales, somos testigos del derrumbamiento de las estructuras centralistas, sean federales, confederadas o de algún otro tipo. Coincidente o correlacionada con este fenómeno, pues sería demasiado audaz atribuirle un papel causal, se observa la irrupción no siempre pacífica de las viejas y tradicionales identidades nacionales surgidas durante el feudalismo o el inicio de las monarquías absolutas, así como la reivindicación del sentido nacional de las etnias canceladas por los diversos coloniajes en los últimos cinco siglos.

El resurgimiento de las identidades regionales en la forma de identidades nacionales en muy diversos tipos de sociedades, subraya la importancia central que tiene la auto-identificación colectiva de los individuos que forman parte de una estructura u organización social en la configuración de las relaciones de poder político y económico que sustenta su existencia misma como Nación o Estado. Con la reaparición de las identidades regionales como identidades nacionales, en el momento mismo en que las naciones-Estado tienden a reestructurar el mapa del poder político y económico mediante la conformación de grandes o pequeños bloques supranacionales indispensables para la supervivencia de los sistemas sociales de cada una de ellas, es evidente que tienen lugar como dos fenómenos de la mayor importancia. Primero, la demostración de la fuerza de la cultura como aglutinador de la identidad nacional, aun cuando las condiciones políticas y económicas que la conformaron históricamente hayan dejado de tener vigencia hace ya muchos años, e incluso, hayan sido reprimidas abierta y sistemáticamente. Segundo, el aparente fracaso de los grandes Estados nacionales y sus poderes económico, político, militar e ideológico para reabsorber las antiguas nacionalidades regionales en el marco histórico del capitalismo y lo que queda del socialismo industriales de finales de este siglo.

No es posible analizar, y mucho menos explicar este fenómeno desde una sola perspectiva conceptual. Inciden en su configuración histórica y su funcionalidad presente una diversidad de factores y niveles de difícil determinación conceptual y empírica. No obstante, en la medida en que la cultura como instrumento de la identidad nacional parece desempeñar un papel fundamental y sobresaliente, me parece indicado reflexionar sobre algunos de los procesos micro-sociales que pueden ser pertenecientes al vínculo identidad-cultura.

Hablar de cultura es semánticamente peligroso. Constituye un término con múltiples acepciones conceptuales. La cultura, vista desde el punto de vista de la práctica social de los individuos comprende tres dimensiones significativas : l) por una parte, constituye el conjunto de convenciones y productos acumulados históricamente por un grupo social determinado ;       2) por otra, constituye las prácticas mismas de dicho grupo mediante las cuales se expresan y cobran existencia concreta dichas convenciones ; y 3) finalmente, constituye el marco de referencia funcional en el que se adquiere y se ejercita el comportamiento de los individuos pertenecientes e identificados con ese grupo social particular. Son las últimas dos dimensiones de la cultura las que permiten entender, referencia a la primera, los procesos micro-sociales que incorporan y reproducen a. los individuos y sus prácticas en un todo social significativo.

Para el individuo, desde el nacimiento mismo, su entorno       natural es por esencia social-convencional, y aunque las propiedades objetivas de este entorno han sido construidas y conformadas históricamente, siempre se manifiestan al individuo como algo presente a través de la práctica interrelacionada de y con los demás individuos de su grupo de pertenencia. En la medida en que el entorno se presenta como cultura actual, su naturaleza construida, no es evidente para el individuo, y por ello se relaciona con tal entorno -la cultura- como algo dado en forma "natural". De esta manera, toda práctica cultural es costumbre, y se transmite por costumbre, aun cuando no sea claro para los que la practican que lo hacen como costumbre. La cultura como acto es costumbre, y la costumbre es siempre un hacer conductual de los individuos. La práctica individual constituye la expresión cotidiana de la cultura en todos sus ámbitos de significado.

Aun cuando considero que la cultura como condición misma, construida a partir del trabajo social diferenciado, del intercambio económico, y de la distribución del poder y su ejercicio como sanción, surgió y fue posible sólo como práctica del lenguaje entre individuos, me limitaré a subrayar en esta ocasión que, desde el punto de vista de la práctica individual la cultura solo es comprensible como lenguaje. El aprendizaje de la cultura se da como acción del y mediante el lenguaje. El mundo tiene significado solo en términos de la práctica social que se da frente a los objetos y personas, y esa práctica siempre es una práctica mediada por el lenguaje. La cultura, como entorno, no constituye un ambiente de lo sensible, sino un ambiente de lo lingüístico. Objetos, acontecimientos, personas, símbolos y acciones son el contexto de la práctica lingüística cotidiana de los individuos pertenecientes a un grupo social. Mundo y lenguaje son inseparables como cultura.

Wittgenstein expresa que "...imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de vida" (1953, p. 8). En la medida en que lenguaje forma parte integral y ubicua de la vida social de los individuos, su significado solo puede concebirse con base en su propia práctica : el significado del lenguaje como forma de vida es su uso y su contexto, es decir, su práctica. Por eso, la cultura y el lenguaje son inseparables : el significado del lenguaje radica en la propia práctica que solo puede darse respecto de otros a través de y como lenguaje. Wittgenstein señala que "has de tener presente que el juego de lenguaje es, por decirlo de algún modo, algo imprevisible. Quiero decir : no está fundamentado. No es racional (ni irracional)...Está allí-como nuestra vida" (1979- traducción española 1988, p. 73).

Es a partir de esta noción del lenguaje como una forma de vida, y de que "la cultura es una observancia. O cuando menos presupone una observancia" (Wittgenstein, 1980, p. 83), que plantearé la importancia del vínculo identidad-cultura como resultante del proceso social de incorporación del individuo a las prácticas y costumbres de su grupo social de pertenencia.

El lenguaje como forma de vida constituye no solo el vehículo de interrelación de los individuos en sociedad, sino que representa también como práctica social el sentido mismo de dichas interrelaciones. El lenguaje contiene, en su propia práctica, las reglas y criterios que fundamentan su uso y sentido. Pero esa práctica no tiene ningún otro fundamento que ella misma. Su razón es histórica y circunstancial, y aun cuando fundamenta lo que el individuo hace, cree y sabe, el fundamento mismo no está fundamentado por ningún criterio distinto al de su propio carácter como práctica histórica.

Y es, precisamente en este punto, en donde radica la fuerza del vínculo identidad-cultura como marco de referencia de la práctica social de los individuos. Cuando el individuo aprende el lenguaje, no solo lo aprende hablándolo, sino también reconociéndolo a través de las prácticas de los otros significativos respecto de ellos mismos y respecto de él. El individuo no solo aprende palabras y frases, sino que las aprende siempre en relación a prácticas sociales, propias y de otros, entre sí y respecto del mundo y sus objetos y acontecimientos. Cuando se aprende el lenguaje se aprende y se aprehende el mundo, es decir, se aprende el sentido de la propia práctica, de la práctica, de la práctica de los otros, y de todos los objetos y acontecimientos del mundo. El lenguaje se aprende como cultura, y ésta no es más que el mundo significativo para el individuo.

Cuando se aprende el lenguaje primero se aprenden los fundamentos de todas las prácticas sociales posteriores que implican el uso del lenguaje como un instrumento o herramienta para cualquier tipo de intercambio social, incluso los intercambios con uno mismo : la construcción de la subjetividad y el pensamiento. Estos fundamentos de la cultura como forma de vida son las creencias que subyacen y delimitan la identidad del individuo con su grupo de referencia. Las creencias no constituyen nada más que la aceptación de un mundo como cultura, es decir, de un mundo tal como se expresa y se reconoce en las prácticas sociales de los individuos. Aprender el lenguaje es aprender la cultura y una representación del mundo que solo tiene sentido para y dentro del grupo social de referencia. Aprender el lenguaje como cultura es aprender las creencias que configuran y fundamentan la identidad del individuo como individuo social.

La tesis que se desprende de estas reflexiones es la siguiente : la identidad social del individuo, y en consecuencia, la fundamentación de las diversas formas de identidad histórica (nacionales, regionales, religiosas, políticas, etc.) se establecen a partir del vínculo primigenio que consolida la práctica de la cultura como lengua. Es en la lengua, y sus diversos matices representativos de las culturas humanas, en donde radica el núcleo aglutinador de la identidad, y ello puede explicar la longevidad histórica de identidades nacionales disueltas ya como formas políticas, económicas o religiosas, en la medida en que subsiste la lengua como fundamento e instrumento de la cultura especifica de un grupo. Es evidente que esta tesis abre un amplio ; e intrigante panorama para el estudio multidisciplinario de las identidades nacionales, incorporando de manera destacada la dimensión individual de su reproducción y transmisión como formas de vida cultural.

Wittgenstein, L. (1953). Philosophical investigations. Oxford : Basil Blackwell.

Wittgenstein, L. (1979). Sobre la certeza. Barcelona : Gedisa.

Wittgenstein, L. (1980). Culture and value. Oxford : Basil and Blackwell.   

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