Introducción
Dos problemas aparecen con gran frecuencia a propósito de la acción del Estado y de los gobiernos, tanto en México como en el resto de América Latina. Por una parte lo que podemos denominar una “erosión de la soberanía nacional” y por otra, el que se presenta con mayor urgencia, la debilidad, cuando no inexistencia, de un “estado de derecho”. Ambos problemas generan una gran actividad informativa, denuncias y análisis que buscan su origen y solución en campos disciplinarios variados, la historia, la sociología, la ciencia política, hasta la psicología, particularmente esta última que provee una tranquilizadora apelación a la fatalidad de una “naturaleza humana” inmutable o a la necesidad de moralizar la actividad pública por diversos medios.
Una trampa frecuente, contra la que advertía recientemente Adam Przeworski, es reducir todos estos temas en el rubro de la “corrupción”.1 El desafío para las ciencias sociales es buscar una explicación estructural, que haga visibles los múltiples mecanismos que generan las acciones individuales y colectivas que configuran los fenómenos que nos preocupan y que suponemos que se ubican en la generación, institucionalización y ejercicio de los poderes político y económico, cuyas relaciones, en sus transformaciones, configuran la dinámica histórica en la que nos encontramos inmersos.
Elementos de la situación actual y su génesis
La noción de globalización adquirió su vigencia como el modo más general, ambiguo y por lo tanto poco comprometedor, de relativizar todo lo que se dijera dentro y acerca de la política en cada estado nacional. Los análisis de la política, tanto desde el punto de vista histórico como desde el de una teoría política que se inscribiera en los esfuerzos sistémicos por explicar los acontecimientos contemporáneos, por ejemplo la llamada en su tiempo “tercera ola democratizadora”, tenían como referencia para el análisis, así como para la acción (propuestas programáticas explícitas o implícitas asociadas con esos análisis) al Estado-Nación como unidad de análisis y escenario de la acción. Otras visiones quedaban subordinadas lógicamente en la medida que se presentan como internacionales, sub-nacionales o supranacionales. En gran medida esto sigue siendo así. Sin embargo, nuestro propósito en esta exposición es mostrar en qué medida esto ya no es redituable en términos de conocimiento y cómo es necesario pensar en las posibilidades abiertas hoy al cambio, tanto en el conocimiento como en la realidad de la política, que, sin embargo, no parecen tener un marco conceptual claro que permita acercarse a ellas con alguna propuesta programática que resulte en alguna medida esperanzadora.
Un proceso que aparece estrechamente asociado a la evolución del Estado-Nación como unidad e dominación y de análisis es la evolución de la producción y difusión de información. Si bien en los comienzos esto era “naturalizado” junto con la evolución de los procesos políticos, el impacto que sobre ambos procesos, tanto la producción como la difusión, ha tenido la revolución tecnológica que representan los nuevos medios de comunicación, especialmente los electrónicos, hace imposible ignorarlos como una parte fundamental de las estructuras y los procesos políticos.
La información disponible acerca de todo tipo de asuntos es apabullante gracias a la tecnología de la información y la comunicación. Un problema común para quienes ocupan cargos de responsabilidad por la toma de decisiones, por un lado, y para quienes, sin mayor posibilidad de incidencia en el curso de los acontecimientos, buscan comprender la situación, así no sea más que para explicarse los hechos, que por lejanos que parezcan afectan su propia vida y su consciencia, es el establecer prioridades y jerarquías causales a los hechos de los que informa. Estos ordenamientos impuestos a las unidades de información conforman las teorías con las que se explican o justifican las decisiones o que buscan explicar las situaciones.
Hay que partir del hecho que la información circula en un mercado estratificado tanto por los medios como por los contenidos. Así, la televisión abierta es el medio más extendido en la audiencia, seguido por la radio y la prensa escrita. Esta última tiene el público más restringido pero, al mismo tiempo el más informado.
Los estudios de comunicaciones han propuesto una buena cantidad de teorías que explican los mecanismos de establecimiento y conservación de relaciones ideológicas, fundamentales para la reproducción de la dominación política. En el siglo XX la evolución de los medios, las tecnologías que los hacen posible, ha evolucionado de tal manera que se justifican las celebraciones acerca de las posibilidades abiertas para quien quiera informarse de obtener datos que en otras épocas eran inaccesible, cuando no inexistentes. Sin embargo, una mirada, por esquemática que sea, a esta evolución permite establecer una dimensión más del proceso de individuación o individualización como eje de la modernización, procesos que se expresa también en el aislamiento de los individuos, problema que de muchas maneras preocuparon a los clásicos de la sociología en el siglo XIX. Hoy que se busca poner al ciudadano en el centro de las evaluaciones sobre la calidad de los sistemas democráticos, cabe preguntarse cuánto se ha simplificado la condición ciudadana y sus derechos en los últimos ciento veinte años.
Es claro que la primera forma de integración a las decisiones políticas, de forma paulatina pero alcanzando al conjunto de la población en el siglo XX, fueron los procesos electorales. De modo que la ciudadanía, como conjunto, y el electorado eran sinónimos. Es importante recordar dos características fundamentales: las elecciones son el modo pacífico de asignar los puestos en el aparato del gobierno y la ciudadanía llegó a ser sinónimo de nacionalidad.
La importancia de estos rasgos de los sistemas políticos modernos radica en que la ideología nacionalista se transformó en un elemento fundamental de la identidad de los individuos, reemplazando y subordinando (no pudiendo eliminar del todo) a las identidades religiosas, primero y las de clase social más tarde. Esto ocurrió a lo largo de siglos. Es sólo en la segunda mitad del siglo XX que la forma estatal nacional llegó a ser la predominante en el mundo.
El Estado-Nación es la forma política en que se estabilizó e institucionalizó la relación entre poder económico y poder político, propia de su relativa separación al emerger el capitalismo. Esto último es el elemento teórico que permite describir uno de los elementos más complejos del mundo moderno. Los sistemas políticos democráticos permiten la incorporación subordinada de los sectores sociales perjudicados por la organización económica, por una parte, en tanto el creciente individualismo se combina con el nacionalismo para generar las identidades contradictorias e incoherentes del ciudadano moderno, cuya participación política se ha reducido a la de votante en elecciones periódicas.
La evolución de los sistemas políticos modernos, instituciones de los Estados-Nación, se desarrolla entre los siglos XVII y el XX a través de las revoluciones burguesas y las guerras entre potencias europeas, culminando en el siglo XX con las dos Guerras Mundiales. La incorporación de nuevos sectores sociales a la participación política en Europa y Norteamérica, sea como dominadores o dominados, genera estructuras legales y de ideas así como modelos de organización que se difunden en el resto del mundo por imitación adaptativa.
En este proceso, los hitos fundamentales son el constitucionalismo, la transformación de los parlamentos feudales en órganos representativos, que pasan a ser piezas clave de los sistemas de gobierno que se completan con los partidos políticos y los sistemas electorales como formas de integración y participación de los ciudadanos. La expresión ideológica de los conflictos cuyo resultado es el surgimiento de las instituciones políticas modernas se ubica en el campo de las luchas religiosas. Este hecho es el que impide la completa secularización de las ideas y las instituciones políticas. De hecho, la paz de Westafalia, fecha adoptada como el origen de los estados nacionales, puso fin a las guerras de religión. Hasta la revolución inglesa del siglo XVII, las reivindicaciones políticas se identificaban con las variedades del reformismo religioso.
La burguesía emergente en la revolución francesa, en el siglo XVIII, intenta secularizar radicalmente la política (inventar una religión cívica y democratizar el clero) además de introducir los elementos de “libertad, igualdad y fraternidad” en cuya aplicación en los desarrollos posteriores se establecen prioridades, en la medida que otros sectores se incorporan a la defensa política de sus intereses económicos.
La relativización de las relaciones entre estos tres elementos generaron las ideologías políticas seculares que intentaron normar programáticamente el acceso de los ciudadanos a los beneficios de la aplicación de estos principios. En particular, la consideración de estos derechos como individuales en el terreno de la economía, la libertad en el mercado, erosionó el sistema de privilegios y monopolios vigente en la sociedad medieval, dando al traste con la organización de los oficios artesanales.
Como lo señaló Marx, la doble “libertad” en la que se vieron los expulsados de las relaciones feudales los dejó en un mercado de trabajo en el cual debieron buscar nuevas formas de defensa de sus intereses colectivos. Los sindicatos, primero, y los partidos políticos de orientación clasista, después, completaron la aparición de un modelo ideológico y político de organización. Una visión secular del mundo y una forma de organizarse y actuar en defensa de intereses corporativos que buscaban, además, remodelar la sociedad en su conjunto.
Sin embargo, la independencia de estas organizaciones era relativa; el modelo de sindicato de oficio era heredero de las corporaciones y conservaron vestigios hasta de la ideología religiosa medieval (por ejemplo los santos patronos). Los sindicatos por empresa colocaban el acento en la confrontación de intereses corporativos, en detrimento de una ideología más universalista. Los partidos políticos se desarrollaron a partir de los grupos parlamentarios, originados en el parlamento británico, planteamientos ideológicos, desarrollados primero en los clubs de la revolución francesa se establecieron como la manera pacífica de decidir quién ocuparía los puestos en el gobierno a través de las elecciones. El predominio, cuando no la exclusividad de los partidos para participar en las elecciones llevó a que las organizaciones obreras crearan junto a sus sindicatos partidos políticos, buscando participar en las elecciones a través de la lucha por el derecho a voto.
Al pasar del siglo XIX al XX, los esquemas ideológicos modernos parecían polarizarse en el liberalismo individualista y el socialismo colectivista. Al menos así lo percibió la Iglesia Católica, la cual buscó fijar una posición intermedia a través de la denominada Doctrina Social de la Iglesia. En ésta, a la oposición de clases originada en la propiedad de los medios de producción se oponía la propuesta de solidaridad a partir del interés común generado en las ramas de producción.
Sin embargo, el conflicto ideológico crucial que se planteó en las primeras décadas del siglo XX enfrentó al clasismo internacionalista y al nacionalismo belicista. Los acuerdos de la Internacional Socialista que establecían la negativa de la clase obrera a enfrentarse con sus hermanos de clase fueron rotos a cambio de la integración de los representantes socialistas en los parlamentos, comenzando por los diputados socialdemócratas alemanes al apoyar los créditos de guerra en 1914. No todos los líderes socialistas siguieron esta línea, pero los opositores a la guerra fueron eliminados de una u otra manera.
La Europa remodelada por los tratados de Versailles al fin de la Primera Guerra Mundial estableció definitivamente al Estado – Nación como el modelo de organización de la dominación política con mayor afinidad a las economías capitalistas.
Las ideologías, las organizaciones y los medios
Se puede afirmar que los componentes fundamentales de los modelos de ideología y de organización, los partidos políticos y las organizaciones gremiales de trabajadores, los sindicatos, y de empresarios, uniones y asociaciones, estaban definidos para un largo período, hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Lo más importante de la relación de organización ideas y medios es que configuraron una relación entre prensa escrita, partido y liderazgo político característica. Para muchos partidos, de centro y de izquierda pero especialmente los revolucionarios, la dirección del partido y de su periódico coincidían. Cualquiera fuera su periodicidad, eran los dirigentes máximos los que escribían los editoriales o, por lo menos, supervisaban la producción del periódico.
En el caso de Francia, el modelo de revolución burguesa y de funcionamiento de un sistema democrático ideologizado, los líderes del centro Clemanceau, y de la izquierda socialista, Jaurès, eran oradores, periodistas e intelectuales destacados, Jaurès un poco más que Clemanceau. Entre los alemanes desde Lasalle (a pesar de su frivolidad) hasta Kautsky dejaron obras traducidas a muchos idiomas y, los que llegaron a ser clásicos del marxismo, los rusos Lenin y Trotsky, entre los más destacados de su partido, escribían para el periódico, cuya producción, distribución clandestina en el imperio ruso, lectura y discusión constituían la actividad central conectada con la organización. De este modo, es importante destacar que los partidos políticos eran un vehículo de politización y de educación ideológica par sus miembros, en los distintos grados de militancia, y simpatizantes en general.
La revolución rusa fue vista como un gran peligro por las potencias vencedoras en la Gran Guerra y, al mismo tiempo, como una gran esperanza por sectores obreros e intelectuales de todo el mundo. El modelo de los consejos de obreros (soviets) fue imitado sin éxito en Alemania, Austria, Hungría e Italia. Pero esto bastó para radicalizar a los sectores conservadores que prefirieron en las décadas de los veinte y treinta ceder ante el fascismo y el nazismo como manera de evitar una revolución.
La estructura internacional establecida a partir de las ideas del Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Wilson, consistió en la creación de la Sociedad de las Naciones y la conformación de estados nacionales a partir de las unidades étnicas, principalmente en el centro de Europa y la península de los Balcanes. Esto representó un gran estímulo a la ideología nacionalista, cuyo papel en el estallamiento de la guerra se mencionó más arriba, pero que iba a derrotar a las otras ideologías al subordinarlas de manera definitiva. En Alemania se produjo el ascenso del Nacional Socialismo, llegando al poder en los años treinta, en tanto en la Unión Soviética el estalinismo eliminó las ideas internacionalistas, subordinando a todo el movimiento comunista internacional a las necesidades de la política exterior de la Unión Soviética, con lo que ésta quedó bajo algo que se podría llamar socialismo nacional.
Las ideologías nacionalistas existen desde antiguo, particularmente en su versión racista, pero su predominio llegó a la cima en el siglo XX. La nacionalidad pasó a ser un componente esencial de la identidad individual, como no lo había sido antes. Hay que recordar que la identidad psicológica estaba mucho más ligada a la confesión religiosa que profesaban los individuos y que la paz de Westfalia, con la que se identifica la fecha de nacimiento de los estados nacionales puso fin a guerras de religión. Una novela triste con momentos de comicidad cuenta la historia de un sastre judío que, en el centro de Europa, en la primera mitad del siglo XX tuvo cinco nacionalidades distintas.
El nacionalismo como ideología ha tenido una historia distinta en la periferia del sistema mundo capitalista. A diferencia de lo ocurrido en los países europeos, la mayor parte de los estados nacionales surgidos en lo que alguna vez se denominó el “Tercer Mundo” capitalista son el resultado de la descolonización, cualquiera que sea el proceso que condujo a este resultado. Se puede decir que la descolonización comienza con la independencia de los Estados Unidos de Norteamérica, en el siglo XVIII y culmina en la segunda mitad del siglo XX, con la independencia de los países de Asia y África.
Todos los elementos y procesos descritos hasta ahora están presentes en los países de América latina. Sin embargo, la temprana descolonización del continente, desde la invasión a España por Napoleón en la primera década del siglo XIX, constituyó una verdadera anomalía política en el mundo del siglo XX. Las nacientes naciones latinoamericanas debieron enfrentar tres tipos de problemas principales: defender su independencia, fijar sus fronteras y comenzar la integración de su población en un sistema político nacional. La consolidación de la independencia tuvo como enemigo principal a España, ya libre de los franceses. Las fronteras se fijaron en guerras de conquista en las que los vecinos buscaban apropiarse territorios en los que la presencia del Estado era precaria o en los que había intereses de las potencias económicas (principalmente Estados Unidos de Norteamérica y Gran Bretaña) que utilizaron conflictos locales para intervenir indirectamente. Así se fijó la frontera entre Estados Unidos y México y entre Chile y Perú y Bolivia. Las ideas de unidad de las ex – colonias españolas nunca fructificaron.
La organización de Estados nacionales se consolidó ideológicamente con el constitucionalismo, una idea europea que había fructificado en Norteamérica y había sido retomada en Francia después de la revolución. Este es el origen de una de las características de las repúblicas latinoamericanas, la inconsistencia entre las superestructuras ideológica y jurídica y la realidad de las estructuras y ejercicio del poder. Sin embargo, la evolución del modelo político en el resto del mundo no avanzaba lo suficiente como para que esto fuera notorio, dado el atraso en la construcción del estado nacional en algunas regiones de Europa, como en Alemania e Italia, donde sólo en la segunda mitad del siglo XIX se logró la unidad nacional. Es más, como ya se señaló, sólo después de la Primera Guerra Mundial se puede hablar del Estado – Nación como forma predominante de la organización política en el mundo capitalista.
Una muestra de lo que se dice aquí es la conformación de la Sociedad de las Naciones (o Liga de las Naciones), antecedente de la Organización de las Naciones Unidas establecida luego de la Segunda Guerra Mundial, la cual fue establecida por el Tratado de Versalles, que fijó los términos de la paz al fin de la Primera Guerra Mundial. Al momento de su creación, en 1920, la Sociedad de las Naciones contaba con cuarenta países miembros fundadores. De estos, 16 eran repúblicas latinoamericanas políticamente independientes. Un solo país africano, Liberia, cinco dominios británicos, 14 países europeos, de los cuales al menos dos debían su existencia a la guerra recién terminada (Checoeslovaquia y el reino de Yugoeslavia). Entre 1920 y 1930 se incorporaron a la Sociedad de las Naciones 11 países europeos, dos latinoamericanos y un africano y entre 1930 y 1940 la Sociedad de las Naciones se incrementó con dos países latinoamericanos, un africano dos europeos y un asiático. De este modo, en sus veinte años de existencia, la Liga de las naciones tuvo un total de 60 miembros de los cuales 20 fueron repúblicas latinoamericanas.
Así, los países latinoamericanos lograron más rápido su legitimidad internacional que la integración nacional interna. Esto les permitió ser también importantes en la reestructuración del mundo en la segunda postguerra, en la creación de la Organización de las Naciones Unidas. De los 51 países reconocidos fundadores de las Naciones Unidas, 19 son repúblicas latinoamericanas.
Modernización y desarrollo
El desarrollo de los países de América Latina en la postguerra y hasta mediados de la década de los setenta es una historia de creciente integración tanto interna como internacional. El período de crecimiento económico que comienza con el fin de la Segunda Guerra Mundial es el más dinámico en toda la historia de la humanidad al decir de algunos autores.
En este período la urbanización, el crecimiento de los servicios sociales, el acceso a la vivienda, la salud, la educación y la masificación del consumo alcanzaron un nivel espectacular en los países desarrollados, Europa, Estados Unidos de Norteamérica, Japón. En los países periféricos, como los de América Latina, la industrialización, comenzada espontáneamente en los países más grandes en el período entre guerras, se transformó en una política de Estado, quizás la que reunió el mayor consenso alcanzado en toda la vida independiente de la mayoría de ellos.
Si bien estos procesos no ocurrieron de manera uniforme, al menos ideológicamente, los gobiernos latinoamericanos emprendieron políticas que, en general apuntaban en el sentido de un desarrollo nacional cuyo eje era la industrialización.
Debido a la complejidad de las transformaciones motorizadas por la industria, la necesidad del apoyo del Estado a la formación de capital, la aparición de nuevos actores sociales con demandas propias, obreros, pobladores urbanos, trabajadores rurales, clases medias independientes (comercio, profesiones) y también dependientes del Estado, el crecimiento de los servicios de salud, educación y la administración estatal, se puede afirmar que este proyecto de desarrollo nacional es el que mayor capacidad de integración a la política y movilización de actores sociales ha habido en la historia de América Latina. Todo esto era coherente con una ideología nacionalista, profundamente anticomunista, aceptable, en general para la Iglesia Católica, de modo que los conflictos políticos tenían que ver con la distribución de los beneficios de una economía en crecimiento y las perspectivas de velocidad en la aplicación de medidas en las que se estaba de acuerdo en principio.
Es importante destacar que, a diferencia de la Europa de postguerra, la democracia no era un componente necesario de la modernización. Por el contrario, los sectores subordinados de la sociedad, recientemente movilizados, fueron organizados en dependencia de liderazgos populistas o de instituciones estatales. En México esto se realizó a través de la subordinación corporativa de los trabajadores a través de un partido de Estado y la relación de los distintos sectores empresariales con el gobierno a través de algunas secretarías. En otras partes de América Latina este mismo modelo estaba ligado a un liderazgo personalista.
Este modelo de desarrollo que se instauró en los años cincuenta, contó a partir de los sesenta con el apoyo del gobierno de los Estados Unidos, como reacción a la revolución cubana y para evitar la repetición de ese ejemplo.
La incorporación de los varios actores sociales se realizó a través de organizaciones dependientes del Estado desarrollista. En algunos casos los partidos políticos buscaron imitar los modelos ideológicos y de organización europeos, como en Chile y Uruguay, pero en general en la región lo que existió fueron grandes movimientos, como en Argentina y Brasil.
En esas décadas fue fundamental la incorporación de nuestros países al desarrollo de las nuevas tecnologías de la comunicación. En los años treinta y cuarenta fueron fundamentales la radio y el cine y después de la guerra la televisión. Ya en los sesenta este medio se había extendido a todo el continente, llegando a ser el principal medio de información para la mayor parte de la población.
Todo este desarrollo alcanzó su límite en los movimientos de 1968. La simultaneidad de los hechos en todo el mundo, la coincidencia en el tiempo de movimientos en países y sociedades muy heterogéneas, plantea preguntas que buscan explicaciones teóricas y justificaciones ideológicas de los distintos actores. Sin embargo, sin pretender responder a estas interrogantes, se puede afirmar que en al período 1968 – 1973, la orientación del desarrollo de toda la economía mundial cambió, apareciendo las políticas económicas que, en general se denominan neoliberales. Es en el reemplazo de las políticas de desarrollo nacional por la integración a las estructuras globales a través de políticas neoliberales que se producen los fenómenos que hoy caracterizan a los conflictos políticos dentro de cada país y que hacen temer por el futuro de los desarrollos democráticos alcanzados.
Neoliberalismo, democracia electoral y perspectivas actuales
Las políticas denominadas neoliberales se han centrado en la apertura comercial, el abandono del proteccionismo a la industria nacional y la búsqueda de integración a mercados internacionales a partir de las ventajas competitivas de cada país. Las consecuencias internas han sido transformaciones probablemente no buscadas, como la precarización del empleo, la informalización del comercio y otras que probablemente no son tan ostensibles.
El cambio en la situación global estuvo marcado por el abandono del orden monetario internacional, la devaluación del dólar de los Estados Unidos de Norteamérica, el encarecimiento del petróleo a partir de 1973 y hasta 2014, y el dominio de las finanzas en todo el mundo. Parte de esto último se hizo posible por la revolución en la tecnología de la información y las comunicaciones que globalizaron los mercados especulativos, las bolsas de valores y de materias primas.
La adaptación de los países de América Latina a la nueva estructura estuvo marcada por el autoritarismo, dictaduras militares que cubrieron Sudamérica con sólo un par de excepciones entre los setentas y los ochentas del siglo pasado y la llamada “década perdida para el desarrollo”.
El siglo XXI ya encontró a una región donde las estructuras se habían transformado, marcando nuevas formas de relación entre el poder económico y el poder político. A partir de los ochenta, completándose en los noventa, la democratización de los países que habían estado sometidos a dictaduras militares y la transformación de regímenes que sin ser dictaduras mostraban rasgos autoritarios muy destacados, como México, significó cambios constitucionales en la mayoría de los países de la región y el establecimiento de gobiernos elegidos y renovados periódicamente a través de sistemas electorales reformados.
Las transformaciones económicas, especialmente la situación de los mercados de trabajo, debilitaron las formas de dominación corporativa y transformaron los sistemas de partidos políticos. Esto se tradujo en una desideologización de los partidos políticos, enfrentados ahora a existir sólo en función de un mercado electoral. Sobre estos tuvo efecto también la revolución tecnológica en el campo de la información y la comunicación, ya que los medios electrónicos pasaron a ser el vehículo principal de las campañas electorales, imponiendo un formato (spot publicitario) que minimizó el contenido ideológico posible de incluir, exige un diseño técnico hecho por profesionales, todo lo cual reduce la labor ideológico – educativa de los partidos (si es que alguna vez la ejercieron) y los aisla de una membresía que pueda ser una correa de transmisión con la sociedad.
En cambio, los medios electrónicos se han convertido en un poder económico por sí mismos además del poder ideológico que les confiere la audiencia, con lo cual reemplazan a los partidos y determinan las características deseables de los candidatos. Esto último contribuye a la definición de lo que Vargas Llosa llamó la sociedad del espectáculo.
Lo que fueron servicios sociales propios del estado benefactor, en Europa, o del estado desarrollista, versión latinoamericana del estado benefactor, se han ido privatizando de distintas maneras. En educación, el sector privado que siempre tuvo presencia se ha visto reforzado por el crecimiento de la instituciones de educación superior, en el cual los estudiantes pueden financiar sus carreras a través de variados esquemas de endeudamiento. En Salud, el sector de los seguros médicos ha permitido el florecimiento de hospitales y clínicas que aprovechan en distintos niveles la clientela que les deriva la decadencia de los servicios estatales, orientada ideológicamente. El financiamiento de vivienda llegó a ser emblemático después de el estallamiento de la burbuja financiera en 2008.
El conjunto de transformaciones que ha producido el desarrollo del capitalismo en las últimas décadas del siglo XX y en lo que va del actual, ha instaurado una ideología liberal triunfante sin contrapeso significativo. El aislamiento de los individuos, entregados a sus propios recursos en muchos campos recuerda los problemas de la sociología clásica. Esta nueva etapa de modernización, acompañada de ideología liberal y orientación individualista parece asemejarse al período de fines del siglo XIX y comienzos del XX, cuando la derrota de la Comuna de Paris en 1871 produjo el otro gran período de predominio liberal.
Las diferencias con el período actual están en la constitución de nuevos poderes económicos. Hoy las empresas y sus proyectos requieren de financiamientos muy grandes y de tiempos muy largos. Las democracias están sujetas a renovaciones periódicas de plazos relativamente breves (cinco o seis años, o cuatro con reelección). Las relaciones entre poder económico y poder político están normadas sobre el principio de relativa independencia, debido a que la mayoría de los electores no participa entre los detentores o beneficiarios del poder económico. Por otra parte, las unidades de dominación política son Estados Nacionales, de los cuales ya las Naciones Unidas registran casi dos cientos como miembros y quedan pocos territorios en el planeta que no sean parte de un Estado – Nación. Sin embargo, la estructura de la economía es mundial, las finanzas son globales y los mercados internacionales son el medio natural de referencia de los bienes de consumo, tanto de industrias ya tradicionales como de los productos de alta tecnología.
Las inconsistencias entre los marcos normativos y los llamado “poderes fácticos”, que no son otra cosa que la presencia del poder económico en el poder político a través de él, no constituyen necesariamente actos de “corrupción”. De ahí la advertencia de Adam Przeworski al comienzo de esta exposición. Muchos hechos denunciados como tales resultan ser legales, o de una legalidad muy bien simulada.
Es por esto que la investigación debería orientarse no tan sólo a la denuncia sino al develamiento de los mecanismos a través de los cuales se relacionan ambos tipos de poderes. El reclamo de transparencia tiene sentido en la medida que una parte cada vez más importante de las relaciones entre poder económico y poder político es invisible. Hay que recordar que una de las propuestas de Woodrow Wilson al final de la Primera Guerra Mundial era la eliminación de los tratados secretos entre las potencias internacionales. El secreto es necesario para la defensa de intereses en competencia o conflicto. El problema está en quién define la legitimidad de esos intereses.
Para terminar regresando a la propuesta con que se inició esta exposición; hay transformaciones de la economía mundial que exigen una reestructuración de la dominación política organizada a través de estados nacionales. Esta forma de organización que reemplazó a los imperios y estabilizó relativamente al mundo capitalista, se enfrenta hoy a la necesidad de redefinición de su esfera de decisiones, lo que llamamos erosión de la soberanía. La participación inevitable en múltiples acuerdos de “libre comercio”, eufemismo con el que se denominan los sistemas de preferencias, implican decisiones que afectan a los intereses de actores en las economías nacionales. Al mismo tiempo, la legitimidad democrática hace necesario que los gobiernos adhieran a diversos tratados en el terreno de los derechos humanos, la protección de los trabajadores, de la salud, la educación y la cultura, etc., todo lo cual significa diversos grados de intervención, desde la opinión negativa hasta las sanciones simbólicas o, incluso económicas.
Por otra parte, la acumulación de recursos financieros se realiza en gran parte fuera de la legalidad, nacional o internacional, puesto que el tráfico de armas, de drogas y personas está normado estrictamente, de manera que su cumplimiento es imposible, o claramente prohibido, como es el caso de los estupefacientes.
Mantener la legitimidad de gobiernos a través de renovaciones periódicas por la vía electoral, la alternancia de partidos en el gobierno y en la oposición, cuando la capacidad de decisión y de acción de estos gobernantes de ve acotada por intereses internos y externos requiere de ciudadanos pasivos y desideologizados, orientados en el mercado electoral sólo por la propaganda cada vez más vacía de contenido que promueve a políticos cuyas consignas son huecas.
Esto es posible a partir de la dominación sin contrapeso de una ideología basada en una teoría económica que se presenta con la autoridad de la ciencia para avalar políticas de contenido “técnico”. La imposición de los tecnócratas sobre los “políticos” de viejo cuño representa la imposición de los requerimientos de poder económico por sobre las necesidades de legitimación del poder político. Esto se ha logrado a través de la separación entre partidos políticos y sociedad, hueco que es llenado por los medios de comunicación en las formas que se han mencionado más arriba.
La búsqueda de alternativas a esta situación se ha centrado hasta ahora en el revivir fórmulas del pasado (tiempos mejores) como las de la socialdemocracia en Europa. Sin embargo, es probable que una real alternativa deba mostrar más creatividad dados los desafíos que enfrenta la forma de organización política que representa el Estado – Nación: por una parte la cesión de soberanía a federaciones u órganos supraestatales, al mismo tiempo de aceptar una creciente acción internacional a niveles subnacionales (ONGs). El auge de ideologías religiosas y la aparición de un desafío en una zona álgida del mundo, Estado Islámico, que reivindica como fórmula política el califato, ideología y organización anteriores a los estados nacionales.
1 Conferencia magistral dictada con motivo del 40 aniversario de la FLACSO – Sede México, 27 de octubre de 2015.