N°32 / numéro 32 - Janvier 2018

El populismo una vez más

Ricardo R. Yocelevzky

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“Hacía dos siglos que Florencia disfrutaba de un verdadero régimen democrático; así pues, las vicisitudes de su vida política oscilaban de forma alternativa entre la tiranía de las clases pudientes, las cuales se servían de su riqueza para oprimir a los más humildes, y la dictadura de las masas, que de forma periódica alteraba el orden establecido y lo sustituía por un gobierno terrorista. Éste incapaz de mantenerse en el poder y sensible a las tentaciones del dinero, se transformaba por su parte en oligarquía o se hundía en una sangrienta anarquía. De vez en cuando, ocurría que un hombre honesto, enérgico y de buena voluntad intentaba restablecer la calma en la ciudad, frenando los abusos de los partidos y los excesos de las facciones. En un primer momento, se le aplaudía puesto que mostraba loables sentimientos, hablaba de justicia igual para todos, de acceso de los pobres a los altos cargos del Estado, de repartición equitativa de los impuestos, de disciplina y obediencia; pero transcurrido algún tiempo, lo cierto es que terminaba por contrariar a todo el mundo y aumentaba el número de descontentos. El partido que se consideraba agraviado en mayor grado por su virtud ponía todo su empeño en derrocarlo y aquél pagaba - casi siempre con su vida o, como poco, con su libertad y la pérdida de sus bienes - las generosas ilusiones que lo habían conducido a unas reformas tan impopulares.”1

El populismo representa, en cada época que se le considere, algo distinto, un fenómeno histórico específico que, como tal, contiene rasgos únicos y, sin embargo, por razones tanto políticas, (de acción) como teóricas (de conocimiento) se busca construirlo y reconstruirlo como una ideología y un programa de acción unificado y susceptible de ser reconocido en cualquier tiempo y lugar donde se diga que aparece. La tarea no es fácil. De ahí que lo fantasmal del populismo esté presente desde uno de los primeros intentos de estudiarlo en su conjunto de variedades y definirlo teóricamente. El libro de obligada referencia de Ionescu y Gellner comienza parafraseando el Manifiesto Comunista de 1848: “un fantasma recorre el mundo”.2

Esta  primera aproximación ubica al populismo como componente (actor, causa o consecuencia) de procesos de transición de algún tipo. Este libro es un intento de compilar y ordenar el conocimiento disponible acerca de este fenómeno tan elusivo, el cual fue el objeto de la discusión organizada en la Escuela de Economía de Londres (LSE) en 1967 y de la cual surgió esta publicación. Desde la presentación se asocia este fenómeno con el proceso de descolonización que tuvo lugar en la segunda posguerra, especialmente en la década de los sesenta.  El problema se plantea como perplejidad frente al hecho que, en el contexto de la Guerra Fría, las ex– colonias recién independizadas no hubieran optado por el socialismo en su mayoría sino que hubieran producido estos regímenes que se podía caracterizar como populistas.

En este libro están presentes algunas las características más perdurables que asumirán los estudios acerca de este fenómeno, en particular, la acumulación de estudios de “casos” o situaciones concretas en las que se quiere reconocer la presencia del populismo y, junto a estos,  un intento de generalización que siente las bases de un concepto teórico que legitime el campo de estudio dentro de la Ciencia Política.

A partir de entonces, la literatura acerca del populismo ha experimentado un crecimiento espectacular, rebasando el ámbito académico para llegar hoy a los mejores niveles de la industria editorial de la divulgación político - ideológica. En el primer ámbito, el académico, Georges Coufignal, citando a Michael Conniff dice: “En un libro precedente sobre el populismo, publicado en 1982, había recopilado y anotado una lista […] de cuatro libros, varias antologías y seis artículos. Las obras recopiladas ahora [1999] son más de cien.” Agrega Coufignal, “Y el inventario sólo recogía las escritas en español o en inglés.”3

Sin pretender cubrir este universo de literatura en expansión, se puede observar que, en general, ha sido más exitoso el adjetivo populista que el sustantivo, que compromete a esfuerzos de definición más allá de la ejemplificación con casos específicos.

El término “Populismo”, sus varias acepciones conceptuales, y el adjetivo “populista” son usados generalmente hoy en día con sentido peyorativo, para descalificar a los movimientos, tendencias ideológicas. líderes o gobiernos a los que se ha aplicado. Últimamente este sentido ha llegado a generalizarse a tal grado que no sólo  las medidas políticas sino actividades de cualquier tipo de contenido, intencionalmente o no, “popular”, han podido ser descalificadas aplicándole ese adjetivo.4 En un uso extremista de este sentido, ha llegado a ser incorporado como uno de los grandes peligros que amenazan “al planeta y a la humanidad” junto al “aislacionismo y el Cambio climático”.5

Esta generalización del uso de un término, hasta alcanzar una difusión que lo hace parte del lenguaje cotidiano, no es una degeneración del lenguaje, otrora especializado o académico, sino el resultado de una confrontación ideológica que, pudiendo haber comenzado en un terreno científico, se resuelve en el triunfo que representa imponer un significado y la valoración asociada a él en el sentido común.

Entre otras cosas, la facilidad para descalificar a una posición política tildándola de populista es un reflejo de la importancia alcanzada por los medios de comunicación, tanto tradicionales como los asociados a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, especialmente la reducción del razonamiento en los mensajes instantáneos que apelan limitándose a una imagen o a una consigna. a las reacciones afectivas, ya sea

Sin embargo, esta descalificación automática de todo lo que tenga que ver con populismo tiene su origen en una apropiación del término que es identificable en el campo de las ciencias sociales: en diciembre de 1989 el Banco Mundial publicó un documento de trabajo cuyos autores eran Rudiger Dornbusch y Sebastián Edwards. El resumen inicial define claramente el contenido del trabajo: ““Populismo” para Dorbusch y Edwards significa una visión económica que enfatiza el crecimiento y la redistribución del ingreso y resta importancia a los riesgos de inflación y finanzas deficitarias, restricciones externas  y la reacción de los agentes económicos ante políticas agresivamante antimercado”.6 Acontinuación el documento examina críticamente las experiencias de Chile en el gobierno de Salvador Allende (1970 – 1973)  y la primera parte del primer gobierno de Alan García en Perú (1985 – 1990).

Este paradigma de política económica populista, definido así por los autores, estaría  condenado al desastre después de un éxito inicial que resulta ser ilusorio. Sin embargo, advierten que la aplicación de políticas como las que promueve el Fondo Monetario Internacional (“no preocupadas por el crecimiento o el progreso social”) inevitablemente abren la puerta a una reacción destructiva, en la forma de otra ronda de políticas populistas.

Estas ideas son las que han pasado al sentido común del pensamiento liberal en América Latina que asocia las políticas económicas descritas con dictaduras de izquierda, liderazgos carismáticos y destrucción de las instituciones propias de la democracia representativa, que se suponía predominarían ya sin contrapeso una vez desaparecida la Unión Soviética y el socialismo existente en el siglo XX, del cual sólo quedan algunos remanentes.

Si nos ponemos en la situación de 1989, el año de publicación de este documento, América Latina está saliendo del ciclo de dictaduras que en los años setentas cubrió la casi totalidad de la región a través de dictaduras sangrientas, que terminaron con el ascenso de las ideas de izquierda que había comenzado con la revolución cubana de 1959. También está saliendo de la crisis de la deuda externa que dio ocasión a la generalización en la región de lo que se dio en llamar “consenso de Washington”. a lo que se suma la caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética. De modo que la difusión de estas ideas de los economistas liberales representa sólo la derrota ideológica de las ideas estructuralistas que habían dominado el panorama de la economía en la región a partir de la postguerra, con lo cual culmina la derrota política y militar de las fuerzas de izquierda que habían impulsado las políticas desarrollistas a las que se habían impuesto las dictaduras militares de los años setentas.

Hoy las cosas aparecen como más  complicadas debido a la aparición de liderazgos populistas de derecha, nacionalistas, opuestos a la globalización asociada a la liberalización del comercio internacional y amenazantes para las instituciones de la democracia liberal en sentido ideológico, cultural y político. Esto hace que el populismo sea definido como un tipo de gobierno cuyos atributos son más bien los atributos individuales de sus líderes, una explicación insuficiente desde todo punto de vista: Mario Vargas Llosa se pregunta “¿Qué es el populismo? Ante todo, la política irresponsable y demagógica de unos gobernantes que no vacilan en sacrificar el futuro de una sociedad por un presente efímero.”7 A continuación cita el ejemplo del primer gobierno de Alan García y agrega los nuevos casos del nacionalismo de derecha en los países desarrollados. Este populismo de doble cara, una en el subdesarrollo y otra en el desarrollo, deja un vacío conceptual que requiere alguna discusión. Lo único claro es que es un enemigo que puede asumir formas variadas. Esto puede ser muy útil, y de hecho lo es, en el campo de las confrontaciones propagandísticas, pero conceptualmente es muy pobre. Se requiere alguna precisión.

Por esto, el uso y el abuso del término en los lenguajes coloquial y cotidiano, la búsqueda de los sentidos de su uso puede comenzar en los diccionarios de la lengua:

En español,  en la vigesimotercera edición (2014) del diccionario de la Real Academia Española, se define “populismo” como: “1. Popularismo. || 2. Tendencia política que pretende atraerse a las clases populares. Se indica que se usa en sentido despectivo. Es interesante saber que en la edición vigésima primera, en 1992, no se definía populismo pero sí “populista”, “perteneciente o relativo al pueblo. Partido POPULISTA.”   

Esto estaría mostrando algunas cosas, como que el diccionario recoge los términos que ya llevan tiempo en uso y propone definiciones que, buscando ser generales, resultan bastante ambiguas. Se puede suponer que toda tendencia política que actúe en un mercado electoral buscará (también) el apoyo de las clases populares. Sobre esto es necesario abundar, debido a que es obvio que cuando se critica a los políticos populistas se les atribuyen cualidades que han sido atribuidas a los políticos en general.

En la década de los cuarentas en los Estados Unidos de Norteamérica, James Burnham decía después de citar la plataforma política de 1932 del Partido Democrático: “Deberemos creer entonces que esos hombres eran rematadamente estúpidos e incapaces de comprender la economía o la política o lo que está ocurriendo en el mundo?(…) Estos hombres y sus asociados, aun cuando, sin duda, sabían muy poco y menos de lo que creían saber, con seguridad no eran tan ignorantes como para haber creído al pié de la letra lo que las palabras parecen indicar.”8  Lo que se critica es el carácter demagógico de las propuestas populistas, aun cuando esto no sea un rasgo exclusivo del populismo.

El Diccionario Enciclopédico Larousse define populismo como “Doctrina política que pretende defender los intereses y aspiraciones del pueblo. 2. Movimiento ideológico ruso que tenía como objetivo luchar contra el zarismo apoyándose en el pueblo.” Esta definición está anclada en un caso histórico, el populismo ruso del siglo XIX, lo cual es una tendencia en los intentos de comprensión del fenómeno populista, el buscar los “casos”, en lo posible originales, formas y tipos de populismo, más que intentar una definición. Las elucubraciones de todo tipo acerca de las semejanzas entre estos casos pueden llevar lejos. Por ejemplo, Ricardo Piglia, recordando a Tolstoy y su aprendizaje del oficio de zapatero, sugiere una conexión entre esa tradición del populismo ruso y la consigna peronista alpargatas sí, libros no.9

En francés, el diccionario Robert, define populismo como una escuela literaria que describe con realismo la vida de la gente del pueblo.

En inglés, el diccionario Collins, define populismo como sustantivo sólo subordinado en la definición de “populista” como “miembro del Partido del Pueblo (People’s Party) formado en su mayoría por intereses agrarios para competir en la elección presidencial de 1892 (en Estados Unidos de Norteamérica). El movimiento se disolvió gradualmente después de la elección de 1904. 2. Un político u otra persona que dice apoyar los intereses de la gente común.” En este caso también la definición está sujeta a un ejemplo concreto, histórico, el de los estados Unidos de Norteamérica en el tránsito del siglo XIX al XX.

En todas estas definiciones, sus ambigüedades y su recurso a los ejemplos históricos hay una resonancia aristocrática de definición del “pueblo” o lo “popular” como algo inferior. Incluso al definir a la política o los políticos populistas, “pretenden” defender o representar los intereses del pueblo. Tanto en Rusia como en Estados Unidos se trata de movimientos que buscan en lo rural el alma de lo popular, guiados por algunos intelectuales más o menos excéntricos.

En los diccionarios especializados se puede observar una situación semejante hasta por lo menos la década de los sesenta. La Enciclopedia Internacional de Ciencias Sociales no tiene una entrada para “populismo”, pero sí para los populistas rusos, Bogoraz, Sternberg y Jochelson, reseñando sus investigaciones etnográficas pero también sus actividades políticas, en particular la organización Narodnaya Volya (Voluntad del Pueblo). Sin embargo, si el fenómeno era ya observado, cabe preguntarse con qué aparato conceptual se intentaba dar cuenta de él.

El concepto que  adquirió vigencia a partir del libro de Ionescu y Gellner, en la segunda mitad de la década de los sesentas. El intento de esa discusión era dilucidar en la multiplicidad de manifestaciones empíricas la existencia de algo que pudiera ser definido como populismo, cuando en realidad lo que había ocurrido con la descolonización era una multiplicidad de expresiones en las que si había alguna tendencia socialista o comunista, se habían visto subordinadas por el nacionalismo anti – colonialista.

Una manera de juzgar el éxito relativo del intento es observar la vigencia que la problemática planteada tiene hoy.  Una exploración lógica del problema lleva a considerar que el concepto está requerido a partir de una negación. Como estás planteado en la introducción del libro, la cuestión es “si las nuevas naciones surgidas de la descolonización no se hicieron comunistas, ¿qué son?”. Lo primero que se cuestiona es su carácter democrático. Es por eso que plantean un problema: no son comunistas, están en la esfera del capitalismo pero no son democráticos más que en apariencia, cuando hay elecciones como manera de renovar los mandatos en el sistema político.

Como hemos visto, la ideología no es un campo donde se pueda reconstruir un conjunto de ideas que contengan un proyecto sociopolítico. En cambio, hay elementos ideológicos que aparecen asociados al populismo desde los primeros intentos de definición hasta los más recientes. Entre estos destacan dos: el nacionalismo como ideología y el corporativismo como proyecto de organización social. Su presencia en los casos de populismo es variable en importancia en el tiempo.

¿Qué tienen en común estos elementos ideológicos? En una primera aproximación hay que decir que son elementos indudablemente modernos pero, inmediatamente, hay que notar que una de sus características es la conexión con el pasado como garantía de legitimidad y estabilidad. Es un lugar común el que la nacionalidad, la pertenencia y la identidad nacionales, surgieron de las guerras de religión y se independizaron sólo relativamente de su anclaje religioso.

Por otra parte, el corporativismo como programa surge de la búsqueda de una posición intermedia o una superación de la oposición entre liberalismo y socialismo, entre individualismo y colectivismo, al menos así se lo planteó a fines del siglo XIX la doctrina social de la iglesia católica. Su mayor vigencia estuvo asociada a los regímenes fascistas y luego de la segunda postguerra tuvo cada vez menos proponentes.

En la década de los setentas, el Diccionario UNESCO de Ciencias Sociales incorpora un artículo de Guillermo O’Donell como entrada del término populismo. Para examinar la variedad de usos del término, remite al libro compilado por Inescu y Gellner para luego centrarse en la experiencia argentina y latinoamericana. En su exploración de definiciones y usos del término, destacan elementos que encontraremos en otros casos: estos son asociaciones del fenómeno populista con procesos de cambio (modernización en algunos casos) alianzas sociales e incorporación y movilización de sectores sociales con aspiraciones, o capas sociales no desfavorecidas, pero con motivaciones anti – statu quo, capaces de formular una ideología fuertemente emocional. A continuación, en otros apartados define al populismo como resultado y agente de cambio y asociado a los cambios en el modelo de desarrollo económico en América Latina a partir de la crisis de 1929.

El Diccionario de Política dirigido por Norberto Bobbio y Nicola Matteucci, introduce un artículo sobre populismo en general y otro sobro populismo latinoamericano. Es interesante que el artículo más general señala que el concepto de “pueblo” no está racionalizado sino es intuido, para lo cual toma como ejemplo una cita de Eva Duarte de Perón.

Con esta rápida revisión de intentos de síntesis definitorias, queda claro que es necesario un análisis más detenido de algunos artículos que han buscado encontrar un sentido teórico del término, entre los cuales es reconocido el de Peter Worsley en el libro editado por Ionescu y Gellner y algunas aportaciones de teóricos argentinos acerca de su experiencia que puede ser considerada paradigmática. Entre ellos, Germani, Di Tella, Murmis, Portantiero y Laclau.

Sin embargo, dejando pendiente este examen, se puede buscar algunos rasgos contenidos en esos intentos y que son suficientemente conocido como para proponer algunas hipótesis para el tratamiento del término con la intención no de construir una teoría del populismo sino de evaluar su capacidad descriptiva de la variedad de fenómenos y casos a los que se aplica como adjetivo y evaluar las consecuencias de su uso en las confrontaciones ideológicas, tanto en las ciencias sociales como en la lucha política abierta, donde tiene lugar esos fenómenos calificados o clasificados como populistas.

Es necesario resaltar, por lo implícito que queda en las discusiones actuales,  que el sentido peyorativo del término populista está asociado a una visión aristocrática, para la cual el pueblo es el vulgo, el mal gusto, lo ordinario, lo populachero que no es recuperable ni siquiera antropológicamente atribuyéndole algún valor cultural. Hay un rechazo intelectualista al populismo que se asemeja al rechazo que la burguesía despertaba en la aristocracia, “esa gente”, cuando lo burgués representaba el mal gusto. Hoy la burguesía liberal se puede entretener ridiculizando a los líderes populistas que tienen orígenes populares (no todos).

Esto nos plantea uno de los problemas centrales del populismo, la relación entre el liderazgo y la base popular. Normalmente el populismo no tiene líderes de origen popular. Las rebeliones populares lideradas por cuadros salidos de la misma clase nunca triunfaron. Espartaco es una leyenda, pero la única rebelión de esclavos triunfante fue la independencia de Haití.

Para esto señalaré algunos rasgos que es necesario destacar y que, si bien no reúnen consenso en todas las definiciones, aparecen con alguna frecuencia o se les atribuye una significación central:

Esta relación entre independencia nacional y populismo no parecía tan obvia en el caso de América Latina donde, como se ha visto, el régimen de Juan Domingo Perón (1946 – 1955) epitomiza lo que se busca definir como populismo. Sin embargo, el nacionalismo es un componente fundamental del coctel ideológico que ofrece el populismo. Este es un punto en el cual es necesario establecer algunas características de la significación histórica del populismo.

Como expresión política propia de la periferia (los populismos ruso y norteamericano no fueron más que un movimiento) los regímenes populistas en América Latina, al igual que en las recién independizadas colonias de la segunda posguerra, evitaron en buena medida la aparición o el crecimiento de fuerzas políticas inspiradas en alguna variante de las ideologías decimonónicas de raíz socialista. De estas es importante destacar que la solidaridad de clase era propuesta como superación, en el internacionalismo proletario, de la subordinación ideológica a la burguesía que organizaba la dominación a nivel de los estados nacionales.

La primera víctima de la Primera Guerra Mundial fue el internacionalismo proletario. La derrota ideológica se materializó en el estallamiento mismo de la guerra, atribuido a un atentado nacionalista en los Balcanes, que iba a desencadenar el conflicto que sería la tumba de los imperios y la generalización de los estados nacionales en Europa, con el apoyo de los partidos socialistas integrados a los sistemas políticos nacionales (Alemania) o la represión de las tendencias internacionalistas y pacifistas de los socialistas en Francia, Gran Bretaña e Irlanda.

Un resultado de esa derrota ideológica es que el primer apellido de cada pueblo sea su nacionalidad, y que ese atributo se haya extendido a la clase obrera misma, la cual es convocada a salvar a la patria a cada rato.

El resultado de lo anterior es la composición heterogénea desde el punto de vista sociológico del actor colectivo que es invocado como protagonista del movimiento o apoyo del régimen populista. El fin de la Primera Guerra Mundial fue el triunfo del Estado Nacional como forma dominante de organización política de la sociedad capitalista. Esto se expresó en la constitución de la Sociedad de las Naciones y el principio del “derecho a la autodeterminación de los pueblos”, que solo fue incluido explícitamente en la Carta de San Francisco, al fundarse las Naciones Unidas, pero fue propuesto por Woodrow Wilson en 1918.

La transición política representada por la generalización del estado nacional como forma de organización de la dominación capitalista en el mundo es el proceso del que forma parte el populismo. Por eso la motivación ya mencionada de la discusión académica en 1967 era paralela a la que existía en el seno de los movimientos de inspiración marxista, los cuales e habían dividido en el mayoritario movimiento comunista internacional (subordinado al socialismo nacional de la Unión Soviética) y las tendencias centrífugas como el trotskismo que insistía en una utópica revolución mundial, pero, pudiendo ser considerado el populismo desde amorfo hasta una alianza de sectores, grupos, actores sociales heterogéneos, la mayor parte de los intentos conceptuales lo deslinda, cuando no los opone, a una definición clasista. Es importante destacar que esto se hace desde un punto de vista positivo o negativo, dependiendo de la afiliación del comentarista con respecto a la teoría de la lucha de clases.

La necesidad de una consideración histórica, es decir el encuadramiento contextual de cada caso, significando esto principalmente la consideración del proceso político nacional en el que aparece. Esto es bastante obvio por la variedad objetiva observable como por el componente ideológico nacionalista.

Esto último deja de ser tan obvio cuando se toma nota de la relativa repetición, reiteración lógica y falta de originalidad de los discursos nacionalistas. La consideración de los ejemplos de populismo, con sus componentes nacionalistas, en el marco de las coyunturas internacionales nos puede iluminar la paradójica relación de populismo y cambio: a veces propone un cambio, a veces se opone a un cambio y, a veces propone un cambio restaurador.

¿Qué es lo que está en juego en cada proceso de cambio en que se observa la presencia del populismo en alguna de sus variadas manifestaciones? Desde el siglo XIX el entonces llamado por Marx “bonapartismo” reunió algunos de los caracteres y concitó algunas de las críticas que son recurrentes cuando se trata hoy del populismo. Como recuerda Dorna,  los hechos y el protagonista eran ambiguos y dieron lugar a reacciones tan variadas como la de Marx, Victor Hugo y Proudhon. Además de la centralidad del liderazgo, las observaciones sobre la personalidad del líder del segundo imperio, se destaca las contradicciones que un cambio de régimen político implica. Por una parte, el personalismo del gobernante, la coexistencia de modernización y autoridad. Si este caso se transformó en tipo, que dio su nombre particular a un concepto, el “bonapartismo”, se debió a características complejas, desde su base social, el tipo de liderazgo, las políticas aplicadas y las consecuencias internas y del contexto que representó.

Ya se mencionó de qué manera un caso de populismo latinoamericano, el peronismo, está presente en los intentos definición de los diccionarios especializados. Es muy interesante que al mismo tiempo un observador argentino contemporáneo, un marxista de la variedad trotskista, al historiar la misma experiencia dentro de una obra de conjunto acerca de la historia nacional, haya titulado el quinto volumen “La era del bonapartismo, 1943 – 1973”.10

Sin duda, en estos dos casos, consagrados como generadores o ejemplificadores de conceptos que buscan atrapar esta realidad elusiva en sus rasgos conflictivos y contradictorios se pueden observar procesos de cambio respecto de los cuales las valoraciones y las opiniones perpetúan en la discusión histórica las características de los hechos mismos. Para bien o para mal, ¿qué cambios ocurrieron bajo esos regímenes que hacen que las polémicas de su tiempo permanezcan en el terreno teórico de la ciencia política? Quizás un reexamen de esos casos nos permitiera encontrar un sentido más adecuado a la nueva ola de discusiones acerca del populismo.

En el extenso epígrafe con que comienza esta exposición se observan algunos juicios acerca de la democracia florentina en la que se forjaron las ideas de Mequiavelo. El capítulo en el que se encuentran estas observaciones se titula “El poder del dinero”. El autor no da una visión desencantada de la democracia (algunos podrían calificarla de cínica) debido a que su conclusión implícita es que “el pueblo” solo participa esporádicamente en aquellos episodios en que los que dominan el régimen son cambiados en un movimiento cíclico en el que se mueven los líderes, los poderes económicos y el recambio, si bien nunca es definitivo, no es irrelevante.

Los casos paradigmáticos del bonapartismo y el peronismo representan cambios económicos y sociales cuyas consecuencias forman parte de la discusión tanto histórica como teórica. Se busca valorar su significación dentro de una relación, por ejemplo, con los cambios en el contexto económico internacional, qué papel adquirieron a través de esos regímenes esos estados nacionales en el mundo; de qué manera los cambios que estaban ocurriendo en la economía internacional determinaron o constriñeron las transformaciones que esos procesos políticos representaron.

La falta de consenso y el carácter polémico de lasa respuestas posibles a estas cuestiones no deberían alertar acerca de algunas dificultades que enfrentamos para definir nuestra situación actual. Por una parte, la separación relativa entre poder económico y poder político, que podemos asumir como una de las características definitorias de la sociedad moderna y, por ende, del capitalismo, ha tenido como consecuencia la construcción de dos esferas de conocimiento aisladas con tal profundidad que las historias referidas a cada una de ellas produce a menudo cronologías en las que los hechos seleccionados no sólo no coinciden sino que el intentar ponerlos en relación representa un problema ideológico y teórico de importancia.

Hoy, uno de los fenómenos más llamativos es la presencia de líderes de derecha, hombres de negocios, que asaltan el poder político con la bandera del “anti-populismo”, proponiendo algún “cambio” que no pasa de ser una fórmula vacía destinada a producir efectos en el mercado electoral. Frente a ellos, los acusados de “populistas” representan fuerzas heterogéneas que abren distintos frentes de resistencia. Este es un enfrentamiento que no logra alinear fuerzas sociales que respondan a algún tipo de definición estructural sino “movimientos” compuestos generacionalmente, por raíces étnicas, por reivindicaciones de género, etc.

Las estructuras políticas que caracterizaron a las democracias occidentales, y que sirvieron de modelos imitados con mayor o menor éxito en los países de pasado colonial, se debilitan debido a su correspondencia cada vez menor con las estructuras que en la sociedad pudieran generar proyectos de reorganización global. Hemos mencionado como el nacionalismo neutralizó a la propuesta socialista, terminando por producir socialismo nacional y nacional socialismo. En los países ex colonias a la independencia nacional siguió la ilusión del “desarrollo nacional”, dentro de la cual el socialismo era presentado como una vía alternativa de desarrollo. Estas ideologías permitían organizar intelectualmente los conflictos políticos en términos de una teleología. Los programas políticos intentaban dibujar el futuro. La derrota del socialismo en el plano político e ideológico ha dejado el vacío que hoy reflejan los procesos electorales, llenos de mercadotecnia, a los cuales la sociedad hace el hueco de la abstención, que ni siquiera es protesta.

Sin embargo, la economía se mueve produciendo desigualdad, pobreza y crisis. La discusión teórica hoy tiene un campo polémico en las definiciones de las desigualdades y las mediciones de las pobrezas. Pero de esas mediciones no salen actores colectivos susceptibles de ser organizados y de generar alternativas de reorganización política. Son un mercado electoral que puede o no ser movilizado.

Hay cambios ocurriendo que no estamos conceptualizando. La resistencia frente a las crisis recurrentes de la economía especulativa pone en posibilidad de ser movilizados a los más perjudicados y aparecen opciones de representación por parte de una nueva élite de clases medias ilustradas, generadas por la expansión de la educación en la segunda mitad del siglo pasado. Consciente, más que nunca de las complejidades de una lucha ideológica que debe comenzar por revertir en todos los planos la situación generada por el poder económico, el cual no sólo usa a las tecnologías de la comunicación como medios de dominación sino que las convierte en un polo de acumulación de más riqueza y poder económico.

La crisis recién comienza. Lo que se está definiendo es, entre muchas estructuras de poder, qué nuevo diseño institucional podría estabilizar y legitimar las relaciones que ya no funcionan entre el poder económico y el poder político. Como nos recuerda Brion (citado al comienzo) la experiencia es larga, pero la imaginación tiene hoy más de recuerdo que de anticipación. El futuro no es necesariamente democrático ni el mundo seguirá necesariamente organizado como un conjunto de estados nacionales. Hay que mirar los conflictos supranacionales y las estructuras subnacionales que actúan al mismo tiempo.

Entretanto, en distintos idiomas, el primer verso de La Internacional seguirá definiendo a las víctimas del orden prevaleciente como “los condenados de la tierra” o “los pobres del mundo.”  

1  Marcel Brion, Maquiavelo, p. 9.

2  Ionescu, Ghita & Ernest Gellner: Populism. Its meanings and national characteristics. P.1.

3  Coufignal, Georges: La nueva América Latina. Laboratorio político de Occidente. P.83.

4  Así se ha calificado hasta a un concierto de la Orquesta Filarmónica de la UNAM con la Sonora Santanera.

5  Aurelio Nuño, Secretario de Educación de México en la UNESCO, Paris, 3 de noviembre de 2017.

6  Dornbusch, Rudiger y Sebastián Edwards: The Macroeconomics of Populism in Latin America.

7  Vargas Llosa, Mario: “El populismo, el nuevo enemigo.” Introducción al libro colectivo El estallido del populismo,coordinado por Álvaro Vargas Llosa. P.10.

8  Burnham, James: Los maquiavelistas. P.13.

9  Piglia, Ricardo: Los diarios e Emilio Renzi, p. 46.

10  Ramos, Jorge Abelardo: Revolución y contrarrevolución en la Argentina. V La era del bonapartismo (1943 – 1973).

Diccionarios:

Real Academia Española: Diccionario de la Lengua Española. Vigésima tercera edición, Madrid, 2014.

Real Academia Española: Diccionario de la lengua Española. Vigésima primera edición, Madrid, 1992.

Larousse Diccionario Enciclopédico 2002.

Le Robert, Langue Française, 2006.

Collins, English Dictionary, 1994.

Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales. Ediciones Aguilar, Madrid, 1977, (traducción de la edición de 1968 en inglés).

O’Donnell, Guillermo: “Populismo”. En Diccionario UNESCO de Ciencias Sociales, tomo III, pp. 1719 – 1723. Editores Planeta – Agostini, Barcelona, 1987.

Bobbio, Norberto y Nicola Matteucci: Diccionario de Política. Siglo XXI Editores, México, 1982, (traducción dela edición italiana de 1976). Ludovico Incisa: “Populismo”, Tomo II, PP. 1280 – 1288; Comité Editorial: “populismo latinoamericano”, pp. 1288 – 1294.

Artículos, folletos y libros:

Brion, Marcel: Maquiavelo.

Couffignal, Georges: La nueva América Latina. Laboratorio político de Occidente. LOM Ediciones/Ediciones Trilce, Santiago, 2015.

De la Torre, Carlos: “El liderazgo populista de Rafael Correa y la desinstitucionalización de la política”, en Alternativas para la democracia en América Latina. Silvia Gómez – Tagle, Editora, El Colegio de México – Instituto Nacional Electoral, México, 2015.

Dorna, Alexandre: Le populisme. Presses Universitaires de France, Paris, 1999.

Dorna, Alexandre: Crisis de la democracia y liderazgo carismático. Ediciones Coyoacán, México, 2003.

Dornbusch, Rudiger y Sebastián Edwards: The Macroeconomics of Populism in Latin America. The World Bank, December 1989, WPS 316.

Goodwyn, Lawrence: The Populist Moment. A Short History of the Agrarian Revolt in America. Oxford University Press, Londres, 1978.

Ionescu, Ghita y Ernest Gellner: Populism. Its Meanings and National Charactteristics. Weidenfeld and Nicolson, Londres, 1970.

Kaplan, Marcos: Neocesarismo y constitucionalismo. El caso Chávez y Venezuela. Cuadernos Constitucionales México – Centroamérica. Nº 39,  UNAM – Corte de Constitucionalidad de Guatemala, México, 2001.

Laclau, Enesto: La razón populista. Fondo de Cultura Económica, México, 2006.

Legler, Thomas: “El populismo contra la democracia participativa y protagónica en la Venezuela revolucionaria”, en Mutaciones de la democracia: tres décadas de cambio político en América Latina (1980 – 2010). Silvia Gómez – Tagle y Williband Sonnleitner, Editores. El Colegio de México, México, 2012.

Ramos, Jorge Abelardo: Revolución y contrarrevolución en Argentina. V. La era del bonapartismo. (5ª edición) Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1973.

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