N°33 / Quantification et quantité Juillet 2018

De verdad vive Puebla (Méx) una subjetividad postindustrial?

Abraham Quiroz Palacios

Résumé

VARIA

A raíz de las transformaciones, inducidas o impuestas, que ha experimentado la economía mexicana después de la segunda postguerra y, particularmente, a partir de la prevalencia de la forma neoliberal globalizada, muchos intelectuales se han ocupado de los cambios que, como efectos o correlativamente a aquellos procesos, se dan en el campo subjetivo, tanto de los trabajadores, como de la población en su conjunto.
Aluden, en términos comparativos, a las relaciones sociales propias de cada una de las etapas del capitalismo industrial y postindustrial: el Taylorismo, el Fordismo, el Toyotismo y el Postoyotismo, etapas que sin cambiar de esencia, difieren en el tipo de psicología que aplican para incrementar la productividad, mantener la subsunción del trabajo al capital y lograr que los operarios, como los bueyes de mi compadre, estén tan a gusto con la subjetividad implantada por la empresa que hasta las coyundas son capaces de lamer; eso con independencia, o incluso con la anuencia, de sus sindicatos, que también han venido mutando–perdiendo, éstos sí, su esencia- de acuerdo con el desarrollo del capitalismo.
Si damos por sentado que esta nueva subjetivación se observa en el mundo de las grandes empresas, la pregunta central que surge es si esa subsunción del trabajo al capital, en sus formas subjetivas, es decir, de nueva identidad, valores morales y afectos, es también extensible -y si lo es, en qué medida- al resto de la sociedad.
La técnica de la entrevista, aplicada a una muestra de trabajadores y personas que habitan en la ciudad de Puebla, conocida ésta como polo de desarrollo industrial, con empresas ultramodernas que aplican una filosofía toyotista, nos permitirá dar respuesta a nuestra pregunta.

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Varia 

1. Planteamiento del problema

Aquí sostenemos que, a lo largo de la historia del capitalismo, la subsunción del trabajo al capital se hace de manera diferente, según el desarrollo alcanzado por éste.

Siguiendo a Foucault (2000), puede decirse que las formas de dominación del capital, desde la acumulación originaria al neocapitalismo de nuestros días, transitaron, grosso modo, de las más salvajes y violentas, que en resumen consistían en castigos corporales y rigurosos procesos disciplinarios  [porque “la disciplina aumenta las fuerzas del cuerpo (en términos económicos de utilidad) y disminuye esas mismas fuerzas (en términos políticos de obediencia…Foucault, 2000: 142], a unas físicamente menos cruentas, cuya ventaja, en relación a las primeras, es que éstas han demostrado mayor eficacia en el control de los cuerpos y de las mentes de los trabajadores, pues se basan en técnicas persuasivas o de convencimiento, que apuntan siempre, más que a la masa muscular o a las áreas periféricas de la personalidad del obrero, al centro de las convicciones de éste, tratando de generar acercamientos y coincidencias –algo que parece increíble– entre identidades que históricamente siempre han sido contrapuestas o antagónicas, esto es, entre los productores directos (polo conocido como trabajo), y los dueños del capital (el polo contrario).

Hoy en día, la sociedad postindustrial ya no es hegemónicamente sociedad disciplinaria (en la que la dominación se “construía” y se aplicaba en y por instituciones como la fábrica, la prisión, el hospital, la escuela, el cuartel, etc., impartiendo disciplina a través de dispositivos y aparatos que producen y regulan las costumbres, los hábitos y las prácticas productivas); hoy en día la sociedad postindustrial es algo más que eso, es una sociedad de control, una especie de paradigma que difiere del primero porque sus mecanismos de dominación son más “democráticos”, y sobre todo porque los sujetos interiorizan voluntariamente las conductas de integración-exclusión, que reciben de los mass media para su enajenación y alienación (ver Hardt y Negri, 2002).

En las sociedades actuales el núcleo de atención es la productividad de la reproducción social, es decir, los valores, los afectos, los devenires, las relaciones sociales, etc. (Deleuze y Guattari, citados en Hard y Negri, 2002:42), y tiene que ver, por supuesto, con la producción intelectual, inmaterial y comunicativa, que incluye los análisis simbólicos y la manipulación de los afectos, todo lo cual corresponde ya a una “nueva etapa de la acumulación capitalista de valor, que está en el corazón mismo del mecanismo de explotación (y que lleva por necesidad) a analizar la dimensión inmediatamente social y comunicativa del trabajo real de la sociedad capitalista contemporánea y, por lo tanto plantea insistentemente el problema de las nuevas figuras de la subjetividad, tanto en lo referente a su explotación, como a su potencial revolucionario” (Hardt y Negri, 2002: 45).

Pero, no se trata, lógicamente, de atender sólo los aspectos incorpóreos de las nuevas prácticas laborales de la sociedad biopolítica, puesto que “la productividad de los cuerpos y el valor del afecto son absolutamente esenciales” (Hardt y Negri, ibid, p. 45), sino de “descender a la jungla de las determinaciones productivas y conflictivas que nos ofrece el cuerpo biopolítico colectivo (…), que llega a convertirse en estructura…, llega a hacerse lenguaje (en virtud de) que está compuesto de una multitud de cuerpos singulares y determinados que procuran relacionarse entre sí. Este cuerpo es pues producción y reproducción, estructura y superestructura…, y es política en el sentido más apropiado” (Hardt y Negri, 2002:45)

En consecuencia, si en la actualidad el dominio del gran capital se ejerce a través de un paradigma biopolítico, resulta muy preocupante para todos los países, pero en especial para el nuestro, que las grandes empresas mineras, automotrices, comerciales, energéticas, ganaderas, etc., disfruten no sólo de permiso, sino de protección oficial para instalar sus “proyectos de muerte” en territorio de los pueblos originarios, a quienes impunemente están despojando de sus recursos naturales, de sus mantos acuíferos, de su flora, de su fauna, de sus ríos y de todo cuanto existe en el hábitat de ellos, reestructurando, como bien observa Beck (2008) a la población entera,  redistribuyendo su fuerza laboral y, en la mayoría de los casos, organizando los sectores de la producción local y nacional Beck (2008).

Este hecho, que en sí mismo es grave para la economía nacional y para la ecología, se torna aún más peligroso frente al hecho de que esas mismas empresas producen no sólo mercancías, sino también nuevas subjetividades, esto es, necesidades diferentes, relaciones sociales distintas, cuerpos y mentes estrictamente amoldados a sus intereses, y otros efectos más que vienen a abonar nuestra hipótesis de investigación inicial, la cual justamente consiste en suponer que al seno de estas grandes empresas –la mayoría de ellas instalada en los llamados corredores y parques industriales del territorio Poblano– prevalecen una subjetividad y una inter-subjetividad que se antojan hegemónicas, dado que por el largo tiempo que llevan instaladas en la región, han logrado ya interiorizar en el cerebro de sus trabajadores –en términos reales o supuestos– la filosofía del desempeño competitivo mediante la auto-motivación, la eficiencia, la precisión de sus movimientos, la alta productividad, el Just in Time –famoso lema toyotista que lo resume todo– y en particular el complejo fenómeno de la identidad del trabajador con la firma que lo emplea; de aquí que pensemos –quizá un poco a la ligera, o más cerca de lo mecánico– que esa nueva subjetividad e intersubjetividad se extienden al resto de la sociedad casi de manera automática.

Sin embargo, adelantamos que esto no es del todo cierto porque bastó que realizáramos una docena de pláticas y/o entrevistas con pobladores de algunas Juntas Auxiliares y de Municipios conurbados a la capital del estado (en los cuales reside o vive una gran cantidad de obreros, técnicos y personal administrativo que se emplean en empresas como VolksWagen, Hylsa, Bimbo y últimamente Audi, etc.), para que nos diéramos cuenta de que estábamos cometiendo un error de conjetura, por llamarlo así.

De todas maneras, procede que veamos esto por partes, sin olvidar que  cada etapa del capitalismo tiene sus particularidades, y que el desarrollo del mismo nunca se presenta de forma unánime o pura, sino de manera desigual y combinada –como dijera el clásico marxista–, lo que quiere decir que también la subjetividad que le subyace a cada momento histórico es también del mismo signo, es decir: desigual y combinada, aunque, bien vale la pena recordar que ya Foucault señaló que el interés sobre el cuerpo, como objeto y como blanco de poder existió desde la llamada edad clásica, poniendo enorme atención “al cuerpo que se manipula, al que se da forma, que se educa, que obedece, que responde, que se vuelve hábil o cuyas fuerzas se multiplican” (Foucault, 2000: 140).

Aquellos esquemas, denominados de docilidad, señalaban que “es dócil un cuerpo que puede ser sometido, que puede ser utilizado, que puede ser transformado y perfeccionado… (Por ello), el cuerpo constituye el objeto de intereses tan imperiosos y tan apremiantes; y es la razón por la cual el mismo queda prendido en el interior de poderes muy ceñidos, que le imponen coacciones, interdicciones u obligaciones” (Foucault, 2000: 140),  en cualquiera de las sociedades.

Indica Foucault que a esas técnicas se añadió la escala del control, que no trata del cuerpo en masa, sino de sus partes, “de asegurar presas a nivel mismo de la mecánica: movimientos, gestos, actitudes, rapidez, poder infinitesimal sobre el cuerpo activo” (Ibid, 140). El objeto del control es ahora la economía, la eficacia de los movimientos, su organización interna; la coacción sobre las fuerzas, más que sobre los signos… (...). A estos métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad, es a lo que se le puede llamar las ‘disciplinas’. Muchos procedimientos disciplinarios existían desde largo tiempo atrás, en los conventos, en los ejércitos, también en los talleres. Pero las disciplinas han llegado a ser en el transcurso de los siglos XVII y XVIII unas fórmulas generales de dominación” (ibid, p. 141), distintas a las de la esclavitud, de la domesticidad, del vasallaje y del ascetismo.

2. Un poco de historia para México

Retomando nuestra idea de que la psicología de los obreros mexicanos se ha expresado y, en gran medida, se ha modificado también según el modelo económico en boga y sus respectivas bases filosóficas, podemos afirmar que en el período que va de 1950 a 1982 denominado Sustitución de Importaciones (Guillén Romo, 2005: 15), bajo el esquema de una economía mixta regulada por el Estado Mexicano, se inculcó a los trabajadores una ideología nacionalista y un exacerbado sentimiento hacia la patria, que mediante mensajes conciliatorios, de unidad y de identidad nacional: en el sentido de que el Estado Mexicano está por encima de las clases sociales y de que su función es servir a todos los mexicanos por parejo (cuestión que suponemos se ejerció también en cada empresa), se esperaba que, sentimental y actitudinalmente, desembocara en una férrea e incuestionable unidad nacional, e incluso, más allá de eso, una fuerte identificación de las masas trabajadoras mexicanas con los gobiernos en turno.

Si bien, mediante el corporativismo de los sectores obrero, campesino y popular, poco faltó para que el Estado lograra este objetivo, puede decirse que en realidad su estrategia fracasó,  porque los efectos fueron muy otros a los que esperaba el poder, pues los obreros de las industrias eléctrica, ferrocarrilera y del petróleo; los telefonistas, los telegrafistas, los maestros, los médicos y otros muchos trabajadores, en particular durante la segunda mitad de los años cincuenta, nunca perdieron claridad acerca de lo distinto que eran los intereses de sus patrones (incluido el gobierno) a los de ellos, y para bien de su potencial de protesta, conservaron siempre un alto grado de auto-identidad y de conciencia en torno a la relación capital-trabajo que prevalecía en el sistema, sin perder de vista que la empresa o la fábrica donde laboraban no era, en efecto, propiedad de ellos, en parte porque la filosofía toyotista aún no sentaba sus reales en México, y en parte también porque, teniendo conciencia de clase (que es ya una subjetividad muy importante), sabían que mediante una “organización para sí”,  es decir, un sindicato, un comité de fábrica, un movimiento, etc., podían arrancarle prestaciones colectivas, e inclusive reivindicar espacios de poder.

En aquel período de la postrevolución podía hablarse, en consecuencia, de empresa pública, de bienes nacionales, de Estado Benefactor y de conciencia de clase, entre otras cosas, y la misma economía, gracias al empuje de la productividad obrera,  pudo crecer  de manera sostenida, durante 25 años consecutivos, a niveles tan altos que le mereció el reconocimiento y calificación internacional de “el milagro mexicano”, logro que sin duda se debió al desempeño no de la minoría protestante y contestaria, sino del llamado “sector organizado”, receptor pasivo de la ideología oficial, o dicho en términos de nuestro tema: el cuerpo masa por excelencia que fue disciplinado por el capital, y sometido, por tanto, al esquema de relación docilidad-utilidad.

Lo que vino después –que ahora lo veremos– a partir de las derrotas de los movimientos de finales de los años cincuenta, el estudiantil de 1968 y el de la Tendencia Democrática de los electricistas en 1976, fue un conjunto de rebeldías sociales muy variadas que expresaron las llamadas micro-identidades: feministas, ecologistas, indígenas, etc., y también los ciudadanos en las urnas en 1988 y 1966; todos ellos portadores de una subjetividad política alternatriva.

3. El tránsito a una nueva etapa del capitalismo

El tránsito de la primera modernidad (definida por unas pautas de vida colectivas, el pleno empleo, el Estado nacional y asistencial, una naturaleza amordazada y explotada) a la segunda modernidad definida por las crisis ecológicas, el trabajo remunerado en retroceso, la individualización, la globalización y la revolución sexual) resulta problemático por partida doble… (Beck Ulrichv)

Con el paso de los años el modelo de desarrollo económico cambió y consecuentemente las bases ideológicas que lo sustentaban, o lo sustentan aún, sufrieron modificaciones radicales, empezando, en primer término, por la política económica, que puso en el centro de su planteamiento al libre mercado, como también a la pseudofilosofía del individualismo (que por lo demás le es inherente), exentos ambos de intervenciones o de conductas reguladoras por parte del Estado, y en segundo término, cambios que se debieron a la creciente presencia de la grandes empresas en territorio nacional, las mismas que inculcando los principios del toyotismo, se propusieron sembrar nuevas estructuras subjetivas entre sus trabajadores.

Vale la pena aclarar que esa nueva realidad ha sido posible merced a “la apertura de las fronteras políticas y de liberalización que (ha) permitido que la actividad económica se despliegue en el mundo entero.” (Guillén, R., 2005: 26), globalización que, de acuerdo con Lewitt, se refiere específicamente a “la gestión sobre una base mundial de las empresas multinacionales y su capacidad para implantarse en cualquier parte del mundo y vender sus productos…” (Lewitt, citado en Guillén R., 2005: 27); pero, no sólo eso, sino también, de universalizar un modelo de consumo capitalista (Guillén R., 2005:31).

Más que eso, hoy en día se observa que los flujos globales son de diverso tipo y afectan fronteras, formaciones jurídicas, gobiernos, comunicaciones, cultura, estilos de producción, de vida y modos de ser de todos los habitantes del planeta (ver Ianni, 2002). Como nuevas subjetividades no se ubican únicamente al seno de las grandes corporaciones como producto de la filosofía toyotista.

Para entendernos mejor y entre paréntesis, aclaremos que el toyotismo es un sistema integral de la producción capitalista que desde el punto de vista de la gestión empresarial y de los aspectos técnicos supera con mucho a los modelos que le antecedieron, esto es, al fordismo y al taylorismo; así, por ejemplo, la productividad la eleva en virtud de que aplica los principios de la flexibilidad, la automatización o robótica, una gestión distinta y una organización del trabajo denominada just in time; tiene como rasgo característico el trabajar bajo la idea de los famosos “cinco ceros”, que se refieren a: cero errores, cero averías, cero demoras, cero papeleo y cero existencias; cuestiones en las cuales está involucrado, de manera inevitable, el trabajador, previa y debidamente capacitado como obrero polivalente o multifuncional, aunque su educación continua no sólo sea para él como individuo, sino como miembro de un equipo en el proceso  de trabajo.

Por cierto, en este modelo toyotista, los equipos de trabajo suelen competir entre sí con propuestas o ideas para disminuir los costos y mejorar la productividad de la empresa, forma cuyo fondo es amoldarlos mentalmente a los intereses no de ellos, sino de la misma empresa. Pero, por si acaso fuera insuficiente este procedimiento, la empresa –por lo menos en el modelo japonés original– aprieta la pinza por el lado de la organización sindical, que está bajo el control absoluto de la propia empresa –algo muy parecido a lo que acontece en México con los sindicatos blancos y charros.

Importa retener estos datos porque esta nueva etapa a la que nos referimos se caracteriza ya por una economía globalizada, en la que los Estados Nación, junto con su ideología nacionalista vinieron simplemente a menos, y hoy en día, en esas grandes empresa es prácticamente imposible que los trabajadores hablen o construyan la auto-identificación según la concepción marxista clásica, pues frente a ellos está el discurso abrumador y apabullante del empresariado moderno, que inculca la creencia de que la empresa les pertenece también a ellos, y por consiguiente les impide, mentalmente hablando, la construcción de una auto-identificación de clase. De este modo, un empleado puede decir con mucho orgullo –y de hecho se escucha con frecuencia– “nosotros ofrecemos estos o aquellos servicios”, o bien: “dígame qué es lo que más le agrada de mi empresa”, cuando en realidad, no le pertenece al empleado que está aplicando la encuesta, sino a otros que, en muchos de los casos ni siquiera viven en nuestro país.

Empero, las cosas se dan así en la realidad del neocapitalismo, y tal como apunta Byung-Chul Han (2014): “el neoliberalismo, como una forma de mutación del capitalismo, convierte al trabajador en empresario. El neoliberalismo, y no la revolución comunista, elimina la clase trabajadora sometida a la explotación ajena. Hoy cada uno es un trabajador que se explota a sí mismo en su propia empresa. Cada uno es amo y esclavo en una persona. También la lucha de clases se transforma en una lucha interna consigo mismo” (Byung-Chul, 2014: 9)

Nosotros hemos preguntado a obreros de una de las automotrices instaladas en esta ciudad, qué tanto esa subjetividad introyectada por la empresa en sus cerebros, consistente en cero errores en la producción, cero demoras, cero averías y cero existencias innecesarias, que implican todo una psicología de autocontrol, la hacen extensiva a sus respectivos hogares.

La respuesta, grosso modo, es que son dos mundos completamente diferentes que no deben ser confundidos, ni confundir a la gente, porque una cosa es “la empresa que te da trabajo y de comer, y que tiene sus reglas muy estrictas para que hagas las cosas conforme lo quiere ella, y otra es tu familia y tus amigos, donde te sientes con libertad” (Entrevista al Sr. Romano, ex empleado de la empresa automotriz Volsks Wagen).

“Yo ya estoy jubilado y aquí donde vivo, en mi querido pueblo, me siento muy a gusto; tengo otros problemas, sí, como todo mundo los tiene, pero de la disciplina que teníamos en la empresa, ya ni me acuerdo”.

Las preguntas no se hacen esperar y la primera a hacerse es si la subjetividad que vive fuera de la fábrica ¿es entonces otra, diferente?, ¿No se hace extensible a la sociedad?. Analicemos un poco este asunto.

4. Nuevas y Viejas Subjetividades

Pues bien, en materia de subjetividad, habrá que recordar que, en especial la que se refiere a la construida en y desde los pueblos de origen, para todas las personas sigue siendo importante el mantener su identidad con el terruño, con sus costumbres y con sus creencias, y en algunos casos con su idioma original y con las más diversas prácticas propias que realizan en la vida cotidiana; lo que en otras palabras significa que también es importante para ellas mantener cierta distancia del mundo urbano-industrial y de la cultura que lo caracteriza, a pesar de que, a decir verdad, paulatinamente van utilizando, asimilando y entrelazando con sus maneras de ser, las tecnologías de la comunicación modernas: la internet, el celular, etc., y otros artefactos, consumos y modas propias del capitalismo postmoderno.

Este fenómeno nos indica, en todo caso, que en la perspectiva de la subjetividad, tanto el mundo rural, como el urbano-industrial son grandes espacios o lugares de identidad muy distintos uno del otro, y que cada uno se constituye, a su vez, por sub-identidades particulares o específicas, dando la impresión de que se trata –y más que impresión esa es la realidad– de multi-subjetividades, que no obstante los matices que las distinguen, en ocasiones dan paso a la construcción de una poderosa intersubjetividad entre los distintos pueblos y comunidades que llegan a ser afectados severamente por alguna decisión aberrante del gobierno o del gran capital, como es el caso específico de los varios mega-proyectos que, desde las altas esferas del poder federal y estatal, han intentado imponer en los últimos años.

Nos referimos, entre otros, al Plan Puebla-Panamá, impulsado desde el gobierno de Melquiades Morales y frustrado por la resistencia popular de los municipios de Tepeaca, Tecamachalco, Mixtla y otros; nos referimos también al proyecto o gasoducto interestatal Morelos que, a pesar de su puesta en marcha con vigilancia militar y policiaca, ha generado subjetividades intercomunitarias y acciones de resistencia por parte de  los afectados, y, finalmente, nos referimos, de igual modo, a los denominados proyectos de muerte que están echando a andar, entre otras, las empresas mineras, refresqueras y la Comisión Federal de Electricidad a lo largo y ancho del territorio poblano, pero que por los daños que están provocando y van a seguir generando a la naturaleza, a la ecología y a los modos de ser de los pobladores, éstos han tomado ya la iniciativa de organizarse y convocarse a reunión en sendas asambleas para frenar esas irracionales medidas del gobierno y del gran capital.

Cabe afirmar que en todos estos casos lo relevante para nuestro tema es que la motivación de sus acciones yace en la profunda identidad que todos los habitantes de estos pueblos tienen con sus respectivos recursos naturales (ríos, montañas, especies, etc.), pero, sobre todo, con sus estilos de vida y de trabajo y con los patrones de cultura que tradicionalmente han observado, y que tienen mucho parecido, por cierto, con lo que acontece en la Delegación Xochimilco de LA Ciudad de México, donde, según el estudio de Canabal (1997), “la identidad del pueblo, hoy rodeado por la urbe, se ha recreado manteniendo elementos originales y tradicionales, vinculándolos en nuevo contexto, lo que ha permitido resistir y mantenerse como colectivo social” (Canabal, 1997, citado en Santos, 2000: 423).  

Y en efecto, dentro de la misma tónica, en Puebla encontramos algo similar cuando, a la altura de las seis cuarenta de la tarde, en la Junta Auxiliar San Miguel Canoa, conversamos con los trabajadores que se bajan del camión que lo ha transportado desde la planta automotriz VolksWagen a ese su lugar de origen. Lo que ellos expresan es un racimo de múltiples deseos, afectos, sentimientos, intenciones y actitudes que nada tienen que ver con las conductas disciplinarias que observan al interior de la corporación, ni, por tanto, con la nueva cultura del mundo urbano-industrial, o post industrial, sino más bien, y sustantivamente hablando, con las costumbres y estilos de vida propios de sus espacios de origen, donde, merced al tiempo, existe ya una cultura bastante bien sedimentada, que ellos han aprendido y asimilado de manera profunda, que dista mucho de parecerse a la subjetividad que promueve la armadora automotriz en su interior, y que, a diferencia de ésta, les da felicidad.

A la pregunta de qué es lo que normalmente hace cuando regresa de su trabajo, la mayoría responde que “comer calientito, con la salsa y las tortillas que se hacen en casa”; también algunos afirman que llevan a cabo faenas típicamente agrícolas (con libertad y sin capataces de por medio); que interactúan con los suyos y que se informan de lo que pasó en el pueblo mientras estuvieron cubriendo su turno en la empresa, y que todo eso hace que se sientan a gusto, seguros y felices; descansan y se alistan para irse a trabajar muy temprano, al siguiente día.

Mediante observación in situ, nosotros constatamos que muchos de los trabajadores de industria, junto con todos los que integran a su familia, siguen cultivando su tierra de pequeñas parcelas; y en el traspatio de sus casas poseen animales domésticos (gallinas, chivos, cerdos, etc.), que utilizan como apoyo para su alimentación.

Cabe destacar, de igual modo que, estas formas de trabajo organizan de determinada manera a la familia, pero también, por supuesto, el hecho de que el padre o los hijos mayores trabajen en la industria y aporten un ingreso permanente, no impide que ambas formas incidan en el nucleamiento de la familia y en el tipo de relaciones que ésta mantiene con toda la comunidad, que pese a todo sigue siendo la más poderosa fuente de identidad.

En cuanto a este sentido de pertenencia a la comunidad, hay, por lo menos en las Juntas Auxiliares de San Francisco Totimehuacán y San Miguel Canoa, dos consignas que alimentan a aquél; la primera data de 1962, fecha en que el gobierno estatal tomó la decisión de retirarles la categoría de Municipio Libre y convertirlas en Juntas Auxiliares del Municipio de Puebla, Pue., consistiendo entonces su viejo propósito en recuperar el estatus de Municipio, con presupuesto propio y con autoridades propias también. La segunda consigna tiene que ver con un hecho más reciente que consiste en que, nuevamente el gobierno estatal decide retirar de las Juntas Auxiliares el Juzgado de Registro Civil y centralizarlo en el Municipio de Puebla, Pue., asunto que, como es de suponerse, ha provocado todo un movimiento para recuperar su registro civil.

5. Conclusiones

Basados en los relatos y discursos de los empleados que entrevistamos, podemos asegurar que la nueva subjetividad, al estilo del toyotismo que se inculca en las empresas automotrices postmodernas de Puebla, no parece provocar ni entusiasmo, ni expectativas para mejorar su bienestar o su felicidad, y mucho menos de la “libertad” de la que disfrutan, que es un elemento esencial de la relación que mantiene cada uno de ellos con su respectiva familia y con los amigos, donde incluso, algunos de ellos son jefes, líderes o referentes de poder.

La nueva cultura laboral o psicología de la des-identidad, o incluso anti-identidad de clase que reciben en la empresa en ellos no tienen tanto éxito o eco, como tal vez lo tenga en mayor medida entre los trabajadores de la empresa que viven en la ciudad, y que materialmente no pueden combinar vidas rurales –como sí lo hacen nuestros entrevistados–, con las urbanas o citadinas que ofrece y otorga a nivel de “prestaciones” la empresa automotriz.

Los entrevistados saben que mientas están físicamente en su pueblo, su cuerpo y su mente les pertenece; no son objeto de control de nadie, y, por el contrario, sienten, viven y ejercen la libertad de producir, con sus viejos esquemas, lo que la tradición del pueblo les ha enseñado; con lo cual, para regocijo de los psicoanalistas, compensan la rigidez de las normas de producción de la empresa –así denominada por ellos–, la inflexibilidad de los horarios; los movimientos precisos y robóticos que cumplen en el proceso de producción, y, desde luego –infaltable esto–, las relaciones de subordinación a las que están sometidos como representantes del trabajo hacia el capital. Otra cosa es su subjetividad rebelde, de inconformidad y de alternativa para mejorar su condición de clase, o incluso para cambiar el mundo a su favor.

Beck, U., (2008); ¿Qué es la globalización?, España: Ed. Paidós.

Byung-Chul Han (2014); Psicopolítica, neoliberalismo y nuevs técnicas de poder; Barcelona, España; Ed. Herder.

Canabal (1997), citado en Santos (2000), Identidad, cultura y desarrollo rural en espacios de articulación campo-ciudad, en el marco de la nueva ruralidad.

Córdova, A.; (1979); La Política de masas y el futuro de la izquierda en México; México, Ed. ERA.

Foucault, M., (2000); Vigilar y Castigar, hacinamiento de la prisión: México; Ed.Siglo XXI.

Guillén Romo, H., (2005); México frente a la mundialización neoliberal; México; Ed. ERA.

Hardt. M., y Negri, A., (2002); Imperio; Argentina, Ed. Paidós.

Ianni, O., (2002); Teorías de la globalización; México; Ed.Siglo XXI, UNAM.

Schvarstein Leopold, L., (coords), (2005), Buenos Aires, Ed. Paidós.

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